Novela

Joana Bonet: "A mí nunca me pasó, pero tengo amigas que incluso anhelaban tener pene"

En su último libro recoge su biografía y la de otras mujeres «Fabulosas y rebeldes».

Joana Bonet: "A mí nunca me pasó, pero tengo amigas que incluso anhelaban tener pene"
Joana Bonet: "A mí nunca me pasó, pero tengo amigas que incluso anhelaban tener pene"larazon

En su último libro recoge su biografía y la de otras mujeres «Fabulosas y rebeldes».

Joana Bonet, es filóloga, periodista y escritora y, antes que todo eso, una mujer hecha a sí misma a fuerza de lecturas, vivencias y sueños. Directora de revistas de moda y lifestyle, su glamour en el mundo de las tendencias es infinitamente menor al que posee en el de las letras, donde nada con la facilidad de un pez plateado. Escribe porque lo necesita. Y porque esa construcción de sí misma la llevó a convertirse en una de esas mujeres «Fabulosas y rebeldes» (Destino), cuyas biografías recoge, junto a la suya, en su último libro.

–¿Esa construcción de sí misma se la debe a los demás?

–Yo he construido a la mujer que soy desde la vida de los otros. Desde los libros, desde los mundos sutiles que empezaron por la música del piano de mi abuelo... La música me enseñó a escuchar incluso los silencios desde el sentimiento de conmoverme. Todo lo que me conmueve me activa, me incita a actuar o bien por solidaridad o por un ansia de belleza, que también me ha ayudado a construirme y a hacerlo siempre con una celebración de la feminidad. Nunca he pensado como mujeres a las que admiro, como Susan Sontag, que el adjetivo femenino sea detestable. Ni he soñado como ellas con ser chico. Tengo amigas que incluso anhelaban tener pene. A mí eso nunca me ocurrió.

–¿Nunca pensó que ser mujer le restaba?

–Jamás. En mi caso el género y el sexo siempre se correspondieron. Y siempre sentí un goce de lo femenino. Evidentemente, luego vino el choque de la realidad, porque cuando vas construyéndote, como cuento en el libro, vas observando la inexistencia de mujeres en tantos lugares. En mi niñez casi no había mujeres que cantaran, excepto las cuatro que escuchaba mi madre. Las estrellas de rock, hasta Janis Joplin, eran hombres. Ahí es cuando empiezo a sentir que hay una dificultad en encajar en un mundo que está hecho a imagen y semejanza de los hombres. Y voy afinando, renunciando o, al contrario, eligiendo y descartando, para construirme. Construir es eso: saber elegir y disfrutar con mucha responsabilidad de tu libertad.

–¿Qué necesidad tenía una mujer tan completa como usted de recorrerse hasta las cosas de las que nadie habla?

–Pues era una necesidad turgente de dejar un pequeñito legado a mis hijas y a una comunidad de mujeres que intercambiamos entre nosotras arte, conocimiento, dudas y miedos. Quería poner negro sobre blanco algunas cosas para no seguir oscureciendo la vida real de las mujeres, como me enseñó Annie Ernaux, que ya era una maestra de la auto ficción cuando aún no estaba de moda, porque tiene 79 años. Ella me enseñó que no hay que seguir oscureciendo la vida real de las mujeres porque si hay cosas importantes que callamos o consentimos nos estamos castigando a nosotras mismas.

–Como la menopausia o la propia regla, ¿no?

–Siempre hemos buscado seudónimos bochornosos para la menstruación, como el de la regla, por el prejuicio. Todas las palabras relacionadas con la menstruación, o la falta de ella, la menopausia, el puerperio..., son horrendas; pero lo son por la carga cultural de años. Cuando algo es buenísimo es «la polla» y cuando es aburridísimo es «un coñazo...» Ha habido quien quería olvidarlo, pero la biología nos ha marcado. Las edades de las mujeres son verdaderamente complejas y casi no nos hemos atrevido a hablar de ellas. Si los hombres hubieran menstruado o parido habría sido muy distinto.

–Habla usted también del amor. De nuestro premio gordo. El que nos prometían a las mujeres durante siglos como recompensa.

–Es la promesa de felicidad, el ascensor de las endorfinas, la sensación de que vivir es una aventura emocionante. Sentir esa sensación casi infantil de esperar, en vez de a los Reyes Magos, al hombre de nuestros sueños, que será el redentor... Lo creímos mucho tiempo. Luego ya vimos que nadie nos salvará si no nos redimimos nosotras mismas. Hubo años muy entregados al amor, pero era a la idea del amor que depositabas en un hombre, y le ponías su rostro a tu felicidad. En verdad no te enamorabas de la persona, sino de la proyección que imaginabas.

–¿Y los hijos? ¿Nos ayudan a las mujeres a reformularnos preguntas y a buscar respuestas que nunca nos dieron?

–Si yo he escrito este libro como pequeño regalo para mis hijas es porque el impacto de la maternidad es tan brutal que también te hace contar a ti misma tu propia vida de otra manera.

–Confiesa que es una aventurera de libro, patosa en la realidad y más promiscua con los propios libros que con los chicos...

–Tuve mis años de gustar y los hombres me han gustado –ahora llevo 13 años con Toni, que es mi árbol, un gran apoyo, un padrazo–, pero los libros me salvaron del tedio de aquellas tardes largas de verano en el pueblo, de niños y niñas que eran atléticos y deportistas y que jugaban con una pelota que a mí no me enamoraba y las novelas de las Brönte sí. Al final por eso, quizá no conduzco, no buceo y le temo al mar.

–A cambio, ni una gota de miedo a narrar temas propios tan escabrosos que muchos se callarían. Como un aborto.

–Lo conté porque estaba analizando mi vida y buscando los momentos decisivos en el constructo de mi feminidad y no podía omitir episodios tan importantes como este. Fue mi primer duelo íntimo, con una soledad profunda y existencial que no pude compartir. Que los políticos no jueguen con un asunto tan doloroso y delicado. No pueden banalizar y frivolizar con algo que a las mujeres nos ha hecho sufrir tanto.

–Hablemos de esas que la han acompañado en la vida y que están en su obra. Ha elegido cuarenta, Chanel, Dorothy Parker, Michelle Obama... Sé que hubiera puesto más. Pero le pido que me señale tres.

–Mercé Rodoreda, que era mi literatura de proximidad y me abrió la vocación, Sylvia Plath, cuyos libros me desvirgaron en la adolescencia, y Simone de Beauvoir, la teórica que nos abrió los ojos a todos, que le puso las palabras a lo que le ocurría a las mujeres y no desde el victimismo sino desde el coraje.