Jonás Trueba, director de cine: «Me gusta pensar las películas como derivas, no con una trama lineal»
La cinta «La virgen de agosto» sigue a Eva en su verano capitalino en busca de un milagro cotidiano.
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La cinta «La virgen de agosto» sigue a Eva en su verano capitalino en busca de un milagro cotidiano.
Las lágrimas de San Lorenzo se reflejan en la mirada estupefacta de Eva (Itsaso Arana) en un Madrid del que ha huido todo el que puede y los pocos que quedan se arraciman en las fiestas patronales. El verano de la protagonista de «La virgen de agosto», lo nuevo de Jonás Trueba (Madrid, 1981), es un «acto de fe» para con su cuidad y una invitación para el espectador a pasear, calmo y con los ojos renovados, por los paisajes de siempre de este director fiel a sus lugares, su gente y su estilo.
–En mitad de agosto, Eva se pregunta «¿cómo se llega a ser quien realmente eres?». Pues bien, ¿cómo?
–Muchísimo. No lo sé, por eso hago la película. Me las planteo como mi manera de hacer filosofía. Uno rueda porque le rondan cuestiones y las pone en movimiento con el filme, lo cual no quiere decir que sepa responderlas. A mí siempre me persigue la idea sobre quiénes somos... Sabemos dónde hemos nacido, nuestros genes, etc., pero la pregunta es hasta dónde puedo ser yo mismo, qué margen queda...
–Lo que no nos viene dado...
–Es una película sobre la identidad, pero no en clave nacionalista, sino «emersoniana»: lo que podemos crear dentro de nuestras circunstancias, nuestra geografía, a través de los amigos que te buscas, los bares, las ciudades...
–Eva vive Madrid desde un apartamento alquilado ex profeso para el agosto, cambia el punto de vista dentro de su propia ciudad.
–La propuesta era que pareciese un viaje pero sin salir de su ciudad.
–Está latente el deseo de ser turista incluso en tu entorno habitual.
–A los turistas les tenemos muy connotados de manera negativa, pero hay algo del ser turista que es sano, que tiene que ver con la curiosidad de mirar las cosas por primera vez. Aplicarse eso uno mismo a su cotidianidad es bueno, pues a veces vivimos ya como en una dinámica donde ni siquiera miramos las cosas. La cinta trata de reaprender casi a vivir, a caminar, a relacionarte, a estar en tu ciudad.
–Supongo que su cine tiene algo de eso al filmar siempre las mismas zonas: las Vistillas, el Viaducto, el entorno de la calle Segovia...
–Hay algo casi «perequiano» de tentativa de agotar el lugar, volver a los sitios porque al final no son siempre los mismos, y también un relato sobre la transformación de las cosas. Trato de ser fiel en general: a los lugares, las personas, mi equipo, mis actores.
–A fuerza de rodar ese Madrid suyo, ¿experimenta y sufre mucho el cambio de la ciudad?
–Lo noto y a veces lo sufro. Me he limitado a los cuatro bares y calles de siempre, aunque Madrid es muy extensa. Hacer estas películas te da una visión bastante privilegiada o precisa de los cambios y el ritmo de la ciudad, que no siempre me gusta.
–Pero la capital está siempre en su cine ¿por fidelidad o economía?
–Las dos cosas. El cine también es algo materialista y posibilista, no es que lo filme solo porque lo amo sino porque vivo aquí y aquí trabajo.
–Hay también mucho de «flânnerie» en Eva, una mujer que, como en la novela de Huysmans, se confiesa «a la deriva».
–Hay ciudades que se prestan a eso más que otras y Madrid, por su condición caótica, ayuda mucho a esa idea. De hecho, me gusta pensar las películas como derivas en sí mismas, no tramas lineales.
–¿Ha experimentado a menudo el verano en Madrid?
–Lo he experimentado y me gusta. Agosto es un mes que me permite concentrarme y trabajar mejor. Es el más liberador del año, está en el centro y permite hacer balance y borrón. El resto del año nos arrastra nuestra vida.
–Pero incluso en vacaciones la gente espera que hagas algo, y Eva «no hace nada».
–Estamos siempre pensando en cosas productivas. Pero yo no siento que Eva esté de vacaciones, sino en un proceso de búsqueda hacia adentro y los demás, se está dejando vivir, reaprendiendo emociones. Esta es una película anti-playa. No se trata de tirarse a la bartola con la sombrilla, sino de pensar en agosto como un mes de exigencia, de profundización.