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Jorge Drexler, anatomía de una guitarra

El músico uruguayo publica «Salvavidas de hielo», un disco en el que todos los sonidos, incluidos los de percusión, proceden del instrumento de cuerda.
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El músico uruguayo publica «Salvavidas de hielo», un disco en el que todos los sonidos, incluidos los de percusión, proceden del instrumento de cuerda.
Las canciones de Jorge Drexler (Montevideo, 1964) son una oda a lo efímero. «Con ellas no consigues una epifanía eterna. Dan un respiro y luego vas a buscar a otro lado», explica sobre el título de su último disco, «Salvavidas de hielo», que insiste en aclarar que no es pesimista, sino un giro vitalista. «Esto se acaba. Levantemos una copa», pide. Y es que, según el músico uruguayo, la gracia está en la contradicción. «Como la balsa de piedra de la novela de Saramago. Es un concepto imposible, está condenada a hundirse y en ese tipo de oxímoron es donde encuentro la dinamo que impulsa mis canciones».
El nuevo trabajo es reflejo también de saber que las verdades inmutables en las que creemos podemos seguir creyéndolas de forma diferente. «Es que no es lo mismo saber que la vida es pasajera con 18 que con 52. Tienes otras pruebas empíricas». Pero es que la edad tiene muchas cosas buenas. «A partir de los cuarenta y pico empiezas a tener la vista cansada y ya no ves de cerca. Y yo tomé esa idea porque me parece muy interesante para una canción que no he publicado. Alejarse de las cosas te da perspectiva y eso aprendes a hacerlo solo cuando eres mayor. Yo ya no lanzo opiniones con la antigua alegría». Y por ejemplo eso está muy bien para mirar a la humanidad como hace en el primer tema del álbum, «Movimiento». «Estamos en un tránsito, esa palabra del título es una característica de la especie desde que surgió hace 110.000 años y nos desplazamos por el planeta haciendo cosas maravillosas y horribles simultáneamente como canciones y guerras. Por eso escribí esa canción desde la distancia del ser humano». El propio Drexler es resultado de ese peregrinaje azaroso. Hace 22 años que aterrizó en España por culpa de una noche de la que muy pocos sabían, una velada que tiene capítulo en el disco. El tema se llama «Pongamos que hablo de Martínez». «Te cuento la anécdota. Yo hice de telonero de Sabina en Montevideo en diciembre de 1994 y cuando acabó su concierto me dijo que no había podido escucharme pero que sus compañeros de grupo –Pancho Varona entre ellos– le habían dicho que les gustó mucho. Entonces me invitó al camerino a tocar. Me dejó tocar una y me interrumpió a la segunda. Me dijo: ‘‘¿Qué estás haciendo aquí?’’ Y yo: ‘‘Soy médico’’. Y él: “Tú no eres médico ni pollas. Ven a España ahora mismo’’. Aquella noche terminamos a las 11 de la mañana. Cerramos cuatro bares seguidos y él no paró de insistirme. Le escribí a los pocos días alguna carta que jamás me contestó, creo que porque nunca llegó a recibirla. Yo era médico y me ganaba la vida así, pero el 1 de febrero aterricé en Madrid y allí me he quedado», explica Drexler, que en la canción le agradece a Sabina (trastocando su apellido por alquimia de la métrica) la peripecia de aquella noche.
Identidad densa
Pasado este tiempo, Drexler ni se plantea cuál es su identidad, en qué molde encaja. «Porque es infinitamente densa –contesta–. Cuanto más te acercas, más detalles encuentras y más compleja se vuelve». ¿Y qué piensa de quienes se sienten una sola cosa, pongamos por caso españoles o catalanes o lo que sea? «Pues me resulta enternecedor. Mira, oriundo de un lugar sólo será algún africano de la tribu perdida de la que todos venimos. Los demás, somos los efectos de una plaga. Yo le recomiendo a todo el mundo que se someta a un test de ADN. Yo lo hice y es el mejor ‘‘quitatonterías’’. Cuando ves el movimiento de tus ancestros a través de los siglos por todo el mundo, de los que ha quedado rastro en tu genética es alucinante». En su caso, hay un componente muy endogámico de judíos ashkenazíes de centro Europa, pero también hay sorprendentes yacimientos. «En algún momento del siglo XVIII tuve un ancestro negro puro y también un indígena puro. Parece que la familia se abrió bastante en ese momento», bromea. René, de Calle 13, se sometió al mismo experimento y de ahí nació su último disco. «¡Lo hice por eso! Soy muy fan y amigo suyo. Él lo hizo explosivo, hacia afuera como es su personalidad, yendo a lo largo del mundo y metiendo instrumentos de Mongolia, el Cáucaso, China y África. Yo me dí cuenta de que no podía hacer lo mismo y lo hice implosivo: me concentré en sacar todo de la guitarra, hasta la veta más profunda».
Como decíamos al principio, las contradicciones y los contrapesos son importantes para Drexler, que defiende mirar con perspectiva tanto como hacerlo con un microscopio. «Mi amigo Antonio Escohotado dice que la realidad es infinitamente densa, como te decía de mi identidad, a diferencia del ideal. Cuando miras el ideal como un concepto perfecto es siempre igual, no importa cuánto te acerques. Siempre tiene un mismo aspecto, es una abstracción. En cambio, si te aproximas a la realidad, cada vez surgen más detalles, más la comprendes y puede cambiar de apariencia». Bueno, pero me está liando; esto ¿cómo afecta a la música? «Lo que sucede en la música es que se trata de una finalidad en sí misma. No apunta a un ideal». ¿Eso quiere decir no es posible trascender? «Tengo un conflicto con ese concepto. Porque el olvido es algo que nos espera a todos. Aunque en vez de 20 o 30 años, puede que sea en 2.000. Pero incluso ese tiempo en escala geológica es solo un guiño. Hay que saber que el salvavidas que llevamos es de hielo. Tarde o temprano se va a derretir. Por eso me interesa más el concepto de inmanencia, no la pretensión de generar algo que tenga repercusiones en el futuro, sino de estar en el presente».
Ese afán de conocimiento de la guitarra es el que aplicó Drexler al disco. «Sí. La guitarra también es infinitamente densa. Yo siempre la estudié de una manera, como todo el mundo. Pero ya sabes que hay una manera flamenca de tocarla que implica una percusión, un pellizco. Y luego le dimos la vuelta y descubrimos que había un mundo a base de golpearla. Puedes hacer un xilófono con cuatro guitarras. Y en el disco hicimos eso, aunque los percusionistas que invité a tocar me odiaban porque impuse que se tocase sólo la guitarra, ni una caja o un bombo. Quisieron engañarme tocando la funda de la guitarra, pero no les dejé. No hay un solo sonido en el álbum que no salga de una guitarra en el disco, salvo mi canario, que se coló. Hemos buscado en un espacio el infinito de posibilidades. Ha sido una búsqueda fractal».

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