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Jorge y César Cadaval: «Aquí hay tanto chorizo que esto, en vez de España, parece Guijuelo»

larazon

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Nunca he sabido si hay diferentes clases de humor, pero casi podría asegurar que hay diferentes tipos de personas capaces de hacer reír. Concretamente, las buenas y las malas. Las buenas personas se ríen de su sombra y critican con la maestría del payaso; las malas revientan lo que tocan y sacan la risa del diablo de su público. Los Morancos, Jorge y César Cadaval, son buenos humoristas y buenas personas. Y eso se agradece al charlar con ellos y al ver sus espectáculos. En esta ocasión hablamos de «En Positivo 2», un «show» con el que se han recorrido España y que ahora pone la guinda en un Madrid volcado con los artistas, que no deja ni un asiento libre en el teatro Apolo. Allí llego yo para hacer esta entrevista una hora antes de que empiece la función y me recibe sólo Jorge, porque es el día del «derbi» Madrid-Barça y César, que es muy futbolero, está en el bar de enfrente. «Sólo me faltaba hacer la entrevista por partes como si fuerais un mecano», le digo a Jorge riendo. «Eso es lo bueno ¿no? – me responde–. Que esto es como el tetris, pieza a pieza». Le miro a la cara de bueno y le digo que me gusta que su espectáculo se titule «En positivo»: «Es que, ante lo que está aconteciendo aquí en estos momentos, hay que estar muy positivo –me explica–. No se puede ser negativo. Hay que tomarlo todo con humor. Y yo creo que cuanto más pasamos, más picaresca hay y más sentido del humor, te lo digo yo».
La comicidad de la belleza
Mucho humor para sobrevivir debe haber, pero para mí que la cosa no está para reírse, sino todo lo contrario. «La verdad es que aquí hay tanto chorizo que esto, en vez de España, parece Guijuelo. Y como ya nadie paga nada, nadie devuelve nada y la gente está un poquito hasta el moño de este follón que tenemos en el país, es aún más necesario ver las cosas con sentido del humor y en positivo». Sentido del humor. ¡Quién lo pillara! Sobre todo porque hay quien dice que las mujeres tenemos menos que los hombres. «Mira –me dice Jorge–, el sentido del humor es saber reírte de ti mismo, lo primero. Si no te ríes de ti mismo no hay sentido del humor que valga. Y luego, ante las situaciones adversas, poner la gracia y, como se suele decir, sacarle a los pantalones el dobladillo. Y yo creo que las mujeres tenéis que tener mucho sentido del humor para llevar un hijo nueve meses y con toda la dignidad».
Le insisto en que, quienes dicen que las mujeres tenemos menos sentido del humor, aseguran que las que lo tienen no son muy guapas. «Bueno, yo a esos amigos tuyos creo que hay que llevarlos al psicólogo o algo... Aunque la verdad es que, normalmente, las guapas no suelen estar dedicadas al humor. Mira, yo creo que tampoco los cómicos tienen por qué ser guapos en sí, ¿no? ¡Porque ya que la naturaleza te dote de belleza y sentido del humor! Y yo, en particular, tampoco busco la belleza en la gente. Busco más otra cosa». En eso andamos cuando entra César, tan tranquilo, y eso que estamos a un cuarto de hora de empezar la función. «Macho, casi me plantas», le digo. «Si es que estaba con el fútbol y...». Mejor no menearlo en ese momento, que todavía estaba el asunto en 1-1 (luego ganaría el Madrid 3-1, así que supongo que se quedaría más contento). «Bueno, César –le digo–, ¡anda que no tenéis temas para hacer chistes en estos días!». «Yo creo que nos lo ponen a huevo, con perdón. Pero es que, estando como está el panorama, la gente necesita reírse y pasarlo bien y nosotros a través de los personajes hacemos esa protesta callejera de todo el mundo y vamos adaptando el guión a la actualidad para tocar todos los temas: la Casa Real, la corrupción, el paro, las ‘‘tarjetas black’’, los políticos..., un poco de todo. Y yo pienso que la gente lo agradece, sobre todo, porque lo hacemos en positivo, con complicidad y hasta haciéndoles cantar que todo va a salir bien».
Supongo que ellos, más que nadie, darían un brazo por saber cuál es ese resorte mágico que siempre provoca la risa, pero les pregunto por el suyo, que puede ser parecido al de tanta gente que les atiende. «A mí –dice César– no me gusta reírme de los males ajenos, de los defectos... Pero alguna caída, si no ha pasado nada, que tienes la tendencia además de levantarte muy rápido y disimular... a mí estas cosas sí me hacen gracia... Los temas escatológicos o los chistes de sexo yo creo que le hacen más gracia a Jorge». «A mí –dice Jorge– me hace gracia todo. Yo no tengo problema ni con los escatológicos ni con ‘‘ná’’. ¿Para qué vas a ponerle pegas a las cosas? ¡A mí un pedo me hace gracia!». Le digo que de esas cosas se ríen más los chicos y me responde sin dudar: «¡Pero es que a mi madre es a la primera a la que le hace gracia una tontería de un pedo! ¡Cuando éramos pequeños te tirabas un pedo y se reía! Las cosas hay que tomárselas con gracia... Mira, yo un día iba por Rota y uno a mitad de calle se tiró un pedo y le espeté: ‘‘Ole los pedos bien tirados’’. Así se lo dije». Y ahí lo dejamos, oigan, que el telón esta a punto de abrirse ¡y aún seguimos todos en el camerino!

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