José Luis Correa: «La revolución es de la mujer, y a los hombres nos ha pillado despistados»
Creador del detective Ricardo Blanco, ya va a por la novena entrega de estas aventuras de género negro.
El 29 de octubre, José Luis Correa tenía previsto presentar en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria su nueva novela, «Mientras seamos jóvenes» (Alba Editorial), en la que el detective Ricardo Blanco intenta descubrir al verdadero asesino de una estudiante italiana. Sin embargo, la presentación tuvo que ser cancelada. El día anterior fue encontrado el cuerpo sin vida de una alumna de la universidad. Había sido asesinada en su propio domicilio, recibiendo golpes en la cabeza, como en el libro de Correa. Las casualidades entre la realidad y la ficción no sólo afectaron a los planes editoriales del escritor, sino también a sus emociones.
–¿Le han «beneficiado» los acontecimientos para promocionar el libro?
–Hay un montón de escritores que estarían encantados con que les pasara eso. Yo me quedé frío. Fue una semana muy rara. Es el camino inverso al que debería ser. Cuando uno escribe usa la realidad como materia prima para crear la ficción, pero yo fui a presentar una novela y me entero que en la víspera había ocurrido exactamente lo mismo, que una chica aparece en su casa con la cabeza destrozada. Me quedé en shock. Además, es más complicado. La calle en la que encontraron a la joven era en la que tenía pensado ubicar a mi protagonista, porque yo había vivido durante diez años dos casas más allá de donde la mataron.
–La verdad es que se trata de muchas coincidencias.
–El rector de la universidad de Las Palmas de Gran Canaria me animaba desde hace años a ambientar una obra allí. Claro, yo le decía que mis personajes eran unos canallas y que en mis libros mataban a gente. Entonces, cuando me decido y elijo como personaje a una alumna de una universidad en la que nunca ha pasado nada durante sus 25 años de antigüedad... surge todo esto.
–Los personajes se comen constantemente la cabeza.
–Estudié en un colegio de curas y eso te marca para siempre. Hay un concepto que siempre ha estado en mi vida, el de la culpa. Siempre está en mis novelas, me parece un motor importante. Los personajes se sienten culpables. Ese sentimiento no lo tiene el asesino psicópata que tiene dañada la cabeza. En realidad es una idea que tenemos nosotros y que nos pasa con frecuencia porque también le hacemos daño a la gente que queremos porque vivimos y nos rozamos.
–Otro concepto importante en la obra es el azar.
–En el fondo, ¿qué hace que seas una buena o mala persona? Debajo de mi casa el otro día se llevaba la Policía a un hombre que está siempre pidiendo, pues estudió conmigo, tiene un par de años más que yo, era del barrio de toda la vida. Huele fatal, siempre con el brick de vino, descalzo, sucio. Y te planteas, ¿qué le pasó a este que no me pasó a mí?, en el fondo te planteas dónde está al límite. Es una pregunta que aparece mucho en mis novelas. A lo mejor él aceptó el porro o la raya de coca que yo no acepté...
–¿Cómo es el mercado editorial de la noevla negra?
–Este mundo funciona por la oferta y la demanda. Yo tengo una editorial que me publica mis novelas desde hace 15 años y me solicita cubrir lo que la gente pide. Hay un cierto frikismo en los escritores de novela negra, gente que te sigue por los festivales, que viajan para verte. Hay quien ha ido a Las Palmas a buscarme en la universidad. Cometí un error creando un detective porque en España éstos no pueden realizar una investigación criminal. Yo no pensaba en una saga, yo sólo quería escribir una novela, y cada vez que empiezo tengo que justificarle al lector que el detective esté investigando un caso aunque no pueda.
–¿Goza de buena salud el género?
–Resulta que la gente se queja del subgénero pero empiezan a darle premios a todos los que lo escriben: a Giménez Bartlett le dan el Planeta, a Padura el Príncipe de Asturias... Se ha convertido en un supergénero. Es así porque vale para contar lo que queremos, y cada novela es bastante diferente, se puede hablar de corrupción política, hacer denuncia social, los atentados de París... Luego, están los autores como yo, que quieren hablar de cosas y aprovechan que pasa un muerto para convertir su obra en negra. El crimen es una excusa. Llevaba bastante tiempo dándole vueltas a lo que he tratado en este libro, la violencia de género. Es una de las lacras más salvajes que estamos viviendo por encima de muchas otras a las que les damos más importancia. Para mí las novelas intentan responder a una pregunta que te planteas, y en este caso es ¿por qué alguien normal es capaz de maltratar? En mis libros huyo de los personajes al límite de todo... Me interesa la gente normal, ¿qué se les cruza para hacer esto? Quiero analizarlo. Yo doy clase en la universidad a los futuros maestros, que tienen que elegir las lecturas de los niños, y hablando con mis alumnas les decía que hay que empezar a cambiar cosas. Los libros infantiles son machistas. La gran revolución es la de la mujer, y a los hombres, que se creían los dominadores, les ha pillado muy despistados.
–¿Cuán machista es la sociedad?
–Aunque no lo queramos, hay mucho. Me encuentro con casos que implican un retroceso. Chicas que consideran normal que sus novios sean celosos y no las dejen salir con minifalda, y cuando ellos no están, ellas no salen. El otro día leía que el 70 o el 80% de los hombres si fueran conscientes de que un amigo le pega a su mujer, no lo denunciarían. Puede ser porque creemos que es un asunto de índole privado, pero deja de serlo cuando te afecta como ser humano. El planteamiento es, ¿cómo pretendemos cambiar la situación? Creo que en nuestras sociedades hay un rebrote violento.
–¿Las redes sociales lo potencian?
–El problema con ellas es que estamos expuestos. Además, nos encanta y lo hacemos voluntariamente. Ponemos fotos constantemente de donde estamos y con quien, y luego nos quejamos de que nos controlan. Hay un juicio público que tiene que ver con las redes sociales. Están empezando a surgir que todo lo que sale en ellas es cierto. Nosotros, hace 20 años, leíamos la Prensa, oíamos la radio y veíamos la televisión. Y teníamos los criterios, porque descartando la ideología de cada uno de los medios, más o menos sabías que todo eso tenía una cierta dosis de verosimilitud. Ahora en Facebook alguien cuenta un disparate y la gente lo comparte y empezamos a analizar.
–¿Tienen todas las víctimas el mismo valor?
–Evidentemente, se pone una vara de medir diferente en cada caso. Una sensación que últimamente tengo es que nuestro gran problema es la superpoblación. Somos siete mil millones de habitantes y sobran tres mil millones. Además, la naturaleza antigua, que era sabia, metía una plaga de peste y mataba un montón de gente, luego había cuatro guerras... Ahora resulta que tenemos una vida en la que la gente aguanta hasta los 90 años y no hay conflictos tan sangrantes ni epidemias. Todo el mundo tiene claro que éste es el problema, pero los que sobran son los otros, los que están lejos. Lo de Francia, que es una atrocidad, ocurre constantemente en Kabul o en Siria. Cuando nos afecta a nosotros, con una cultura occidental y de democracia, nos afecta más.