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Josep Vicent: «Los políticos desafinan en empatía»

Josep Vicent: «Los políticos desafinan en empatía»
Josep Vicent: «Los políticos desafinan en empatía»larazon

Decía Platón que la música es para el alma lo que la gimnasia para el cuerpo. Pero la frase bien podría haber sido pronunciada por Josep Vicent (Altea, 1970). No sólo cree que la música nos hace más fuertes; también que puede cambiar las cosas. Éste es el compromiso vital que se ha impuesto el director de la Orquesta Sinfónica de las Islas Baleares. Sobre todo cuando cambia de batuta para dirigir a la World Orchestra. Con el apoyo de la Comisión Europea, el proyecto nació con el fin de promover el intercambio cultural entre Europa y Suráfrica para abrazar un objetivo global: transmitir un mensaje solidario y de convivencia por todo el mundo. Con la participación de cerca de un centenar de músicos procedentes de más de 60 países, la World Orchestra se encuentra actualmente de gira por nuestro país.

–Está rodeado de músicos jóvenes. En plena era del reggaeton, los «harlem shake», los «gangnam style»... ¿tienen hueco para la música clásica?

–La música es joven. Cualquier música. Y la clásica también lo es. No joven de edad, sino de espíritu, sea cual sea la edad del que la toca o la disfruta. Nuestros públicos son gente joven en un gran porcentaje. Este verano, la orquesta actuó en el Festival Lowlands junto a Nick Cave, por ejemplo. Y la World Orchestra llenó una sala de más de 10.000 personas con una sinfonía de Beethoven. La distancia se produce cuando la música clásica o cualquier otra manifestación artística se ve desde un punto de vista elitista. Eso distancia a las nuevas generaciones.

–Los músicos también han sufrido la crisis. ¿Por qué no nos enteramos?

–Le voy a contestar con una frase que me dijo una productora: «He trabajado mucho con las administraciones y con los artistas. La diferencia es que el artista siempre acaba haciéndolo». Pase lo que pase, el artista se ha puesto una meta: hacer realidad su sueño. Se nos olvida que la inversión en cultura no te da un rendimiento a corto plazo como el que produce una inversión en bolsa. La inversión en cultura y educación provoca que, a medio plazo, nuestro país vaya a mejor. Es una moneda de intercambio.

–¿Se imagina a los músicos haciendo «escraches»?

–(Ríe). Los músicos hacen de todo. No tenga ninguna duda.

–Cuando abre un periódico y ve lo que ocurre en España, ¿en qué piensa? ¿En una opereta, una ópera bufa, una zarzuela...?

–La verdad es que me da tanto dolor que no lo puedo situar en ninguno de esos sitios. Es un drama. Y como no despertemos, no sé de qué manera le vamos a dar un final digno.

–Afortunadamente, no me ha dicho un réquiem...

–De momento, no. Veremos cómo acaba. Tenemos facilidad para autoflagelarnos. Me tiene alucinado. No nos damos cuenta de que es parte del valor de nuestro producto.

–¿En qué desafinamos los españoles?

–En una enorme falta de amor. Es increíble que se convierta en motivo de enfrentamiento el mayor recurso con el que contamos: nuestra diversidad, nuestra creatividad... Lo que hay en España no lo encuentras en el mundo entero. Si empezamos a sentir que todos, dentro de nuestras diferencias, podemos ser invencibles, nos iría mejor. Ésa es la estridencia.

–Y nuestros políticos, ¿en qué desafinan?

–En la falta de empatía. Yo soy director de orquesta. Me puedo quejar de si mi orquesta es mejor o peor. Pero mi obligación es inspirar a los músicos. Ésa es la obligación de un político.

–Dedíqueles una pieza.

–(Ríe) Les voy a dedicar una que tocamos en el Auditorio Nacional : «Romeo y Julieta» de Prokofiev. ¡Nos falta amor!

–¿Qué tempo le corresponde a España: un adaggio, un allegro, un allegro ma non troppo...?

–Me gustaría terminar con un clímax allegro enérgico. Y no sólo en el fútbol (ríe).

–¿Para qué personalidad histórica le habría gustado tocar?

–Yo tengo mis mitos personales. Creo en la capacidad del sonido de movilizar nuestro espíritu. Lo vivo a diario. Y no es una cuestión tanto de fe sino empírica. Es por el sonido, que tiene una serie de leyes físicas porque en el fondo es una vibración. Cuando escuchas un tema que te emociona, estás fuera de los problemas del mundo. En armonía con el universo. Ha habido algunos directores de orquesta, como el maestro Kleiber, que, cuando les veo, siento ese contacto que, me atrevo a decir, es con la divinidad. Nos comunican con el más allá. Es un ritual religioso.

–Pasemos a cuestiones más terrenales. Han pasado cinco años de aquello, pero ¿le reconocen aún en la calle por ser jurado de «Tienes talento»?

–Sí. Son vaivenes. Hay días que me reconocen diez personas y otros que no me reconoce ninguna. Ha pasado mucho tiempo, pero la gente se empeña en que no. Algunos creen que soy su primo. Me dicen «Hey, ¿qué tal?». Y yo les digo: «Bien, pero creo que te has confundido» (ríe).

–¿Se arrepiente de aquello?

–No. Aquel programa hubiera podido ser algo muy diferente a lo que fue. Era un pleito entre productoras. Estoy convencido de que la música ha de tener un espacio en los medios de comunicación más populares. Y creo que la música clásica tiene más posibilidades de generar público que las que muestra ahora. Yo lo intento cada día. Y a veces con éxito. Me hubiera gustado que el formato de «Got talent», que en otros países sigue siendo fantástico, hubiera funcionado de otra manera. Pero fue un momento mágico en mi vida: conocí a gente que siguen siendo mis amigos. Ni cambié mi compromiso con la música de calidad ni mi compromiso social.

–Usted es embajador de la Fundación Cultura de Paz desde 2009. ¿Qué veremos antes, una paz a nivel mundial o música clásica en el «prime time» televisivo?

–Decía mi maestro en el conservatorio: «Josep, la música o es muy fácil o es imposible» (ríe). Quiero creer en que los seres humanos empezaremos a aprender que somos una especie mayor. Y seguro que veremos música clásica en «prime time».