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Joseph Pérez: «No veo discriminación contra lo catalán; todo lo contrario»

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El historiador cerró ayer un ciclo de conferencias de la Fundación Santander.
Charlar con Joseph Pérez (Laroque-d’Olmes, Francia, 1931) ya es en sí una clase magistral. Ayer, el prestigioso historiador e hispanista, premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 2014, cerró el ciclo de conferencias de la Fundación Banco Santader que ha llevado por título genérico «La construcción de la nación y el discurso de la historia. De leyendas negras y nacionalismo». Y aunque la suya tenía uno más somero, «Los españoles y su historia», al cabo trató de lo mismo. Se explica: «En un primer momento hay una mirada de España que coincide en parte con una idea española pero que desarrollan sobre todo los extranjeros. Ortega y Gasset, en ‘‘Papeles sobre Goya y Velázquez’’, dice que a mediados del siglo XVIII se produce en España algo extraordinario: una perversión de los valores. La aristocracia empieza a tomar afición por los modales, vocabulario y la indumentaria de los bajos fondos de Madrid. Es la época en que empieza a desarrollarse la corrida tal y como la conocemos ahora, con el traje de luces, y se ponen de moda los toros, el flamenco y Andalucía».
A esto se sumó la llegada, a principios del XIX, de una serie de viajeros extranjeros, prosigue: «Me fijo en dos concretamente, el inglés Richard Ford y Prosper Merimeé. A los dos les gusta mucho España, pero para ambos es, ante todo, algo oriental, exótico. Lo que les llama la atención es lo que no tiene de europeo: es un país muy pintoresco que les gusta mucho. Los toros, la violencia, el flamenco y Andalucía. Pero no Cádiz, que estaba demasiado occidentalizada, sino Granada y, sobre todo, Sevilla. Es una imagen positiva en algunos aspectos, pero muy negativa en otros: es la España del desgobierno, del atraso». Lo decía Ford: «Afortunadamente, aquí nunca habrá ferrocarriles». Por eso, afirma Pérez, «es una España orientalizada y antimoderna. El problema es que muchos españoles acaban haciendo suya esta imagen. El tema llega hasta 1960, cuando se vuelve a publicar un libro inglés del siglo XIX con un prólogo del que entonces era ministro de Información y Turismo, Fraga Iribarne. ‘‘España es diferente’’. Se trataba de vender España a los extranjeros». Algo que, señala, cambia en los años 60, cuando Gerald Brenan, en «La España contemporánea», llega a la conclusión de que «España es un país normal».
Defiende Pérez que «los ingleses tienen una gran responsabilidad. Durante todo el siglo XVIII en Francia se tenía bastante admiración por España. Y todo cambia a finales del XVIII por la influencia de los anglosajones, que acaban por desarrollar los tres aspectos de la leyenda negra. Uno circunstancial: se ataca a la España de Felipe II por ser una nación imperial, cuando no imperialista; los otros dos se van desarrollando con el tiempo: primero el anticatolicismo; el tercero es la idea de que las razas anglosajonas y germánicas son superiores a las mediterráneas y latinas». Esto ha sido oficialmente enterrado: «Ningún historiador, alemán, inglés, español o francés, lo defiende». Pero, «en cambio, en la opinión pública, sí que sigue». Y pone un ejemplo, citando un artículo sobre el reciente suceso del avión estrellado de Germanwings: «¿Qué hubiera dicho la prensa alemana si el avión no fuera alemán, sino de Iberia?».
El «adelanto» del siglo XVIII
Habla Pérez de los nacionalismos y su raíz histórica. «La monarquía de Carlos V y Felipe II no era un cuerpo unido territorialmente. Estaba compuesto por varios territorios, cada uno autónomo. En ningún momento de la historia moderna hay solidaridad entre los que forman la monarquía en la misma península: cuando los comuneros se meten contra Carlos V, los catalanes no dicen nada». Luego, continúa, «la modernidad parece concentrarse en el País Vasco y Cataluña, mientras el centro, la meseta, se mete en el subdesarrollo. Las varias partes que componen la península no marchan al mismo paso, con una excepción: el siglo XVIII. Representó, al contrario de lo que dicen ahora muchos en Cataluña, un adelanto, les abrió el mercado español. No hay ninguna discriminación y los catalanes de entonces, como Campmany, se sienten orgullosos de lo que pasa en Castilla. Llama la atención. No tiene mucho que ver con lo que se lee ahora en la Prensa». Termina el historiador: «El nacionalismo en la época moderna puede tener una justificación si un grupo étnico o cultural, un pueblo, se siente discriminado. Si no le permiten hablar su lengua, celebrar sus fiestas tradicionales. No veo ninguna discriminación contra lo catalán, sino todo lo contrario».

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