Teatro

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Jóvenes, éste es Luis Martín-Santos

La posguerra sórdida que el escritor y psiquiatra recreó en «Tiempo de silencio» visita por primera vez las tablas en una versión adaptada por el austriaco Eberhard Petschinka y dirigida por el suizo alemán Rafael Sánchez en La Abadía

Sergio Adillo (en el suelo y Pedro en el montaje) increpado por Fernando Soto en una escena de «Tiempos de silencio».
Sergio Adillo (en el suelo y Pedro en el montaje) increpado por Fernando Soto en una escena de «Tiempos de silencio».larazon

La posguerra sórdida que el escritor y psiquiatra recreó en «Tiempo de silencio» visita por primera vez las tablas en una versión adaptada por el austriaco Eberhard Petschinka y dirigida por el suizo alemán Rafael Sánchez en La Abadía.

Cuando José Luis Gómez encargó «Tiempo de silencio» a Rafael Sánchez (Basilea, 1975) –la segunda vez que el académico lo ha intentado tras una primera tentativa a Frank Castorf–, éste cogió el libro, leyó las cuatro primeras páginas y lo cerró: «No entendí nada», explica el director sobre un volumen que, sinceramente, requiere pausa. Más aún si el lector no tiene el castellano como su lengua materna, sino el alemán. Y es que, por muy patrio que suene su nombre, Sánchez tiene de español lo que sus abuelos le legaron en los genes «y las charlas que he tenido con ellos», puntualiza. Poco más. Pero desde aquella anécdota inicial ya han pasado tres años y el lenguaje del que fuera director asociado del Theater Basel –entre 2003 y 2006– ha evolucionado hasta atreverse con el chascarrillo cañí. Aún así, el «shock» que le produjo la versión original de la novela de Luis Martín-Santos (1924-1964) no le hizo sino tener más curiosidad por leer aquello que sus abuelos le habían contado de viva voz; así que acudió a la versión alemana, titulada «Silencio en Madrid» («Schweigen über Madrid»), para levantar el montaje que ahora presenta en La Abadía como su debut en la tierra de sus antepasados, como también se estrena el título sobre las tablas –antes ya lo hizo en el cine de la mano de Vicente Aranda en 1986–: «Hace muchos años que pienso en hacer algo en España y, la verdad, me sigue dando un poco de miedo», se sincera.

Pues mal hueso ha elegido el suizo alemán para presentarse. O, al menos, complejo: «Es un texto muy difícil», resopla Gómez de los 63 párrafos, que hacen a su vez de capítulos, en los que se conjuga el monólogo interior con las reflexiones del narrador. Muy lejos de la dramaturgia. Trabajo de adaptación a la escena que ha recaído en Eberhard Petschinka (Austria, 1953) –directamente del alemán para regresar al castellano una vez completada la versión– y que, «sin perder la esencia» –en palabras del académico–, ha solucionado convirtiendo a los intérpretes en narradores, cuenta el director: «Sabíamos que tendríamos cuatro actores y tres actrices y desde ahí se montó un texto en el que ellos, antes que personajes, son los cronistas de la historia». Partiendo así de siete personas reunidas para contar una trama que, cuando se requiere, precisa de los relatores para convertirlos en los protagonistas. «Menos Sergio Adillo, que es don Pedro todo el rato», apunta Sánchez.

Con ello se recrea la historia con la que Luis Martín-Santos cambió las letras españolas en 1962: «Es la novela que marca el paso a la literatura del siglo XX. Hasta que no aparece “Tiempo de silencio” todo el mundo escribía como Cela en “La colmena” (1950) o en “La familia de Pascual Duarte” (1942), y desde entonces comienzan los relatos imaginativos, laberínticos y los intentos de llevar al texto los mecanismos del monólogo interior», desarrolla José Lázaro, profesor de Humanidades Médicas de la Universidad Autónoma de Madrid y biógrafo del escritor en «Vidas y muertes de Luis Martín-Santos» (Tusquets, 2009). Un hito que fue capaz de aunar a escritores como Joyce y Faulkner con la tradición picaresca, el lenguaje de Valle-Inclán y el imaginario de Goya; y en el que Pedro toma el papel principal a finales de los años 40: cuenta la historia de un investigador que, a través de experimentos con ratones, indaga en el aspecto hereditario del cáncer. Una vez que el joven científico se queda sin ejemplares para proseguir el curso de su investigación, busca nuevos sujetos en unas chabolas a las afueras de Madrid, donde descubre la marginación, la disfunción de los lazos familiares, la soledad, la impotencia, el odio y el obligado silencio que se esconde detrás de la vida urbana y del momento histórico reflejado.

Usado y escupido

De la historia, Rafael Sánchez destaca la biografía de don Pedro, «que hoy ya no es igual, pero que puede pasar porque no deja de ser usado para una cosa y, a su vez, escupido fuera. Ese no poder hacer lo que quieres, aunque sean buenas ideas, porque la sociedad no te deja, es lo que me llama la atención». Martín-Santos no habló de política, pero sí mostró un sistema que no se interesaba por el bien común y por el individuo, solo por la supervivencia del propio sistema: «¿Seguimos así?», se pregunta el director, que, además, aporta su visión externa, sin prejuicios. Motivo por el que Gómez le eligió. «Hace un par de años, desde fuera, y desde nuestro punto de vista arrogante, llamaba la atención cómo en España no se hablaba del pasado. Ahora parece que esa imagen cambia y me interesa entrar en si los tiempos de silencio se están eliminando o siguen aquí», reflexiona Sánchez de un montaje que también cuenta con el beneplácito de la familia Martín-Santos, como expone su hijo: «Es una historia muy próxima a la realidad de ahora y una oportunidad de que los menores de 35 se acerquen a ella», defiende.