Juego de pelota: vencer o morir
Con la cadera, el antebrazo o con un palo, (dependiendo de la modalidad) lo importante en este pasatiempo de la zona tropical de Mesoamérica era meter la pelota de hule en la «canasta» si no se quería perder la cabeza, literal.
Con la cadera, el antebrazo o con un palo, (dependiendo de la modalidad) lo importante en este pasatiempo de la zona tropical de Mesoamérica era meter la pelota de hule en la «canasta» si no se quería perder la cabeza, literal.
Los juegos que han practicado y practican las diversas culturas siempre van más allá de reflejar un mero pasatiempo o una habilidad física. A todos los hombres les ha gustado realizar proezas y exigir a sus cuerpos todas las posibilidades de resistencia y agilidad. Sin embargo, solo en algunos casos adquieren una gran complejidad de ejecución y significado como el que aquí presentamos. El juego sumerge tanto a los participantes como a los espectadores en un mundo imaginario en el que las dimensiones del tiempo y el espacio pueden cambiar a voluntad. Por esta razón en la antigüedad es muy difícil marcar con claridad la frontera entre juegos y ceremonias rituales. Tanto unos como otras contienen un orden y unos valores que son conocidos por todos aquellos que forman parte de una misma sociedad, contribuyendo con su práctica al mantenimiento del orden cósmico y la cohesión social. El juego de pelota mesoamericano no solo fue practicado durante más de tres mil años en una extensa área cultural que incluyó civilizaciones como la olmeca, teotihuacana, zapoteca, mixteca, tolteca, maya o azteca, sino que se extendió hacia el este de las islas del Caribe (las canchas llamadas batú entre los pueblos taínos) y hacia el sur hasta Costa Rica.
La pelota se confeccionaba con el hule o caucho, un jugo lechoso extraído del árbol olcuáhuitl característico de las tierras bajas tropicales. El hule adquirió importancia simbólica y religiosa llegando a usarse como sinónimos las palabras «olli» y «ollin», que en náhuatl significan «hule» y «movimiento». Así mismo existió una vinculación ritual entre la savia del árbol y la sangre. Se utilizaba para embadurnar a los dioses y durante las fiestas dedicadas a Tláloc, el dios de la lluvia, le ofrendaban papeles goteados de hule para propicia las precipitaciones. La pelota de hule se consideraba como algo precioso y así era representada en sus códices. El juego de pelota fue un rasgo cultural que compartieron todos los pueblos del México prehispánico y adquirió tanta importancia que llegó a ser una de sus ceremonias con mayor riqueza simbólica.
No se sabe exactamente cuándo ni dónde se creó el juego de pelota mesoamericano, aunque es probable que se originase hacia la mitad del segundo milenio a. C., en la región donde crece el árbol de caucho, es decir, en las zonas tropicales de Mesoamérica. Las tierras bajas costeras a lo largo del Océano Pacífico, en la región de Soconusco, son posiblemente la cuna de esta práctica singular. Allí, en el yacimiento de Paso de la Amada, los arqueólogos han encontrado la cancha más antigua descubierta hasta la fecha, que data aproximadamente del 1400 a.C. Como es lógico, un juego que fue practicado por tantas culturas, a lo largo de tantos siglos, y en un territorio tan extenso fue adquiriendo muchas formas y variedades. Los campos de juego se ubicaban en zonas de gran importancia simbólica dentro de los grandes centros ceremoniales. En términos generales podemos decir que el área definida era un espacio rectangular limitado por dos construcciones paralelas. Los extremos o cabezales podían ser abiertos o cerrados. Las estructuras laterales del patio central podían tener perfiles o inclinaciones diferentes; en algunos casos existían banquetas anchas o angostas que tenían cierta pendiente con un muro en talud o recto, donde se colocaban los anillos o marcadores. Sobre estas estructuras encontramos construcciones que servían para que los señores principales llevaran a cabo los ritos y ceremonias. Otros elementos asociados a su arquitectura son los nichos que se ubicaban diagonalmente en las esquinas de los muros, así como un disco de piedra que marcaba el centro del terreno de juego. Hubo también construcciones sencillas, apenas delimitadas por un borde de tierra apisonada de forma ovalada.
Centros ceremoniales
Existieron diversas variedades de juego. En las canchas de mampostería que encontramos en los grandes centros ceremoniales se practicaba la modalidad de golpear con la cadera, los antebrazos y los muslos, aunque existe una amplia evidencia arqueológica que nos ilustra sobre los juegos donde se daba a la pelota con un palo de madera (un mural de Teotihuacán muestra un juego que se asemeja al hockey hierba), donde la pelota era golpeada con raquetas, palos y porras. Las diferentes modalidades practicadas tenían cada una su propio tamaño de pelota, equipo especializado, campo de juego y reglas. Por lo que sabemos los partidos enfrentaban a dos equipos formados por 2 o 4 jugadores. Se trataba sin duda de un juego duro ya que el peso de la pelota producía continuas lesiones que, en el caso de golpear en zonas delicadas del cuerpo, podía incluso causar la muerte. Para evitarlo, en la medida de lo posible, los jugadores se protegían con acolchados de algodón que cubrían las zonas de impacto. Las reglas del juego no se conocen con exactitud. En el Ulama moderno, modalidad del juego que se practica hoy, la pelota es enviada de un lado a otro del campo golpeando solo con la cadera. Durante el período tolteca se fueron incorporando anillos en las paredes laterales, práctica que fue adoptada por los aztecas y que llegó a ser descrita por los cronistas españoles de la Conquista. Su carácter fue predominantemente ritual y religioso, aunque a la llegada de los españoles las apuestas habían adquirido una gran importancia.
Desde el punto de vista simbólico y religioso su riqueza es enorme. En los partidos que tenían lugar en las canchas de los centros ceremoniales los jugadores eran personajes de alto rango, reyes y sacerdotes, tal y como atestiguan numerosas representaciones en cerámica y piedra. Los sacrificios humanos por decapitación formaban una parte importante de la ceremonia (el mejor ejemplo es quizá la procesión de personajes decapitados que aparece en el juego de pelota de Chichen Itzá), aunque no tenemos constancia ni de la frecuencia con que se realizaban ni de la naturaleza de las víctimas. Tal y como atestiguan documentos de época colonial como el Popol Vuh (libro sagrado de los mayas quichés) El juego de pelota era un ritual de gran importancia relacionado con la guerra, la fertilidad y la creación del mundo. La pelota representaba al sol en su diario deambular por el firmamento. La luna y el planeta Venus también tuvieron un papel simbólico muy importante.
Estas prácticas rituales han sido importantes para revelar la dicotomía esencial de la historia de la humanidad porque ejemplifican a la perfección la continua batalla entre conceptos antagónicos de la existencia: violencia y clemencia, unión y desunión, guerra y paz, amor y odio, lucha, culto, mito, rito, todos imprescindibles para la creación del pensamiento, el arte y la cultura. El terreno de juego se convierte en el espacio simbólico ideal para explicar la trascendental diferencia que existe entre la vida y la muerte.