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Karajan en el recuerdo

larazon

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Riccardo Muti protagonizó un concierto este pasado agosto dedicado a Herbert von Karajan. Eligió el «Requiem» de Verdi. Durante su interpretación me vinieron a la cabeza muchos recuerdos. El 17 de julio de 1989 paseaba por la plaza Vara del Rey de Ibiza y me encontré con una noticia en la primera página de los periódicos de un quiosco: «Ha muerto Karajan». Su desaparición, un 16 de julio, me sobrecogió. No solo por el gran artista al que se admira, sino porque mi relación con él había sido más estrecha. Estuve con él en Barajas, en el Ritz, compartí alguna velada en una discoteca mixta de St. Tropez y le visité en su casa de Anif. Unos días después viajaba a Salzburgo para escucharle «Un ballo in maschera» con Plácido Domingo. Visité la tumba de Karajan y, años después, asistí al entierro de Solti en Budapest. Muti es un admirador de Karajan, por lo que su homenaje no era ficticio. De hecho, Karajan me comentó una vez lo bien que con él se había portado el director italiano.
Me viene a la mente la muerte de Pierre Bergé y las consecuencias de su decisión de despedir a Daniel Barenboim como director musical de la Ópera de la Bastille en 1988. La causa del despido fue, aparentemente, el salario de Barenboim. Cuando éste quiso contratar a un sustituto, se topó con un muro de solidaridad hacia el maestro. Ningún director aceptaba reemplazar a Barenboim. Lo más impactante fue que Karajan canceló un concierto que debía dar en la Bastilla y declaró que «como Daniel Barenboim ha sido despedido en circunstancias discutibles, ya no iré. Dirigiré en París, pero no en la Bastilla». Entonces Karajan detestaba a Barenboim. Richard Osborne, en su biografía del director, relata que prácticamente saltó de su lecho de enfermo después de un ataque al corazón cuando le dijeron que el joven israelí podría reemplazarlo. A pesar de estos prejuicios, el mítico director de por vida de la Filarmónica de Berlín lideró un boicot contra la Bastilla, indignado porque un diletante nombrado por el Estado como Bergé pudiera alterar los poderes de un director de música legítimo. En un arrebato levantó el teléfono y llamó a Barenboim a París, preguntando qué más podía hacer para apoyarlo. Barenboim declaró: «Me quedé asombrado. Karajan opinaba que todos los maestros debíamos mantenernos unidos o que todo se desmoronaría». Karajan tenía un carácter muy especial. Solo en la intimidad, con confianza, podía comportarse con naturalidad. Poco antes de abordar «Don Carlo» en su Salzburgo quiso conocer algo de Felipe II y por medio de Michael Glotz, su agente, pidió que visitar el Monasterio del Escorial. Apenas estuvo media hora y solo hizo una pregunta: «¿Felipe II llevaba gorro dentro de la basílica?».