Cuando llenaba las cenas de risa
Cuando alguien desaparece de nuestras vidas, recordamos las cosas buenas, y las malas, si las ha tenido, las olvidamos. Con Lina Morgan no ha existido nada de eso: era una magnífica compañera, la alegría personificada. Yo tuve el placer de hacer dos películas con ella, «La tonta del bote» y «Ésta que lo es». Era una mujer que te contagiaba su gran simpatía y su bondad. Lina te hacía el rodaje muy agradable. Desde que ibas a maquillaje, y ella ya estaba allí –las actrices suelen pasar más tiempo preparándose–, todo era risa y entusiasmo por empezar la primera secuencia. A su lado todo resultaba muy fácil. En las comidas su presencia era una continua carcajada de anécdotas que te podía contar. Lina tenía una forma de contar las cosas que era como una película en los descansos del rodaje, como cuando nos hablaba de los amores que no había podido llegar a tener. Recuerdo también al director, Juan de Orduña, que era un hombre de gran conversación, que nos contaba anécdotas que ya todos conocíamos de «Locura de amor» o de «La violetera», pero que él narraba con entusiasmo... Era un gran soñador, como lo fue Tito Fernández. Después del rodaje, a las cinco de la tarde, nos íbamos al teatro a hacer dos funciones, porque tanto Lina como yo teníamos obras en cartel. Entonces llenabas tu vida de arte. Hoy, si no vas a televisión, parece que la gente se olvida de que estás en el teatro. Tengo también maravillosos recuerdos de cuando Lina y yo coincidíamos en la «tourné» por el norte, por provincias, ella con su propia compañía y yo con la mía. Allí era donde, después de que cada uno interpretara su función, nos reuníamos a cenar, y se confirmaba que con Lina todo era una continua carcajada. Hablo de hace treinta y tantos años, posiblemente más. Y para mí son como treinta días: han pasado tan deprisa que no tienen fecha. Lina será irrepetible. Alguien dijo, creo que fue Luis María Anson, que ella fue el Charlot mujer. Y tenía razón: viéndola pasabas del llanto a la risa con una transición rápida. Era muy completa, y exactamente igual encima del escenario que fuera de él, sobre todo en aquella época, cuando era muy joven y todo alegría. Cuidaba a su público, porque todo lo que eres se lo debes a él: es quien te ensalza o quien te hunde, algo que es verdad por cruel que suene. Lina tenía muchísima simpatía, era exactamente igual que en sus revistas, que era lo que entonces hacía. Su ilusión fue siempre interpretar una obra conmigo, pero nunca llegamos a hacerla. No me lo reprochaba. Siempre me preguntaba: «¿Cuándo hacemos una comedia tú y yo?», porque le gustaba el glamour de esas comedias de boulevard que yo interpretaba. Lina era una mujer con una ambición brutal y un gran apoyo: su hermano. José Luis fue su mano derecha, quien organizaba todo y un muchacho de una prudencia y una educación poco comunes en aquel entonces en nuestra profesión. Los dos llegaron a ser la envidia de muchos, empenzando por mí, que sentía una envidia sana de ellos por haber conseguido tener un teatro propio, La Latina. Eso sólo se consigue con muchísimo tesón, profesionalidad y sobre todo, trabajo.
Probablemente, ella en su faceta y yo en la mía somos parte del público que año tras año te sigue, porque desde que te levantas hasta que te acuestas, no haces más que pensar en que todo sea perfecto porque se lo debes todo. Yo mismo, cuando no estoy encima de un escenario me aburro. Lo digo desde un sentido de la autenticidad: mis grandes amigos ya se fueron, en la calle, en los cafés, encuentras soledad . ¿Dónde están aquellas magníficas tertulias del Gijón, del Dorín, donde nos reuníamos todos, cada noche, después d ehacer dos representaciones? Los restaurantes cierran a las once de la noche, mientras que en mi época abrían hasta las tres y cenabas magníficamente. Todo era bello, no se hablaba de otra cosa que no fuera teatro y no te aburrías nunca, aunque fueran las mismas conversaciones y anécdotas. Todo ha variado ahora. El romanticismo ya no existe. Con la noticia, que me da LA RAZÓN, de la muerte de Lina, se marcha ya lo último que quedaba, el último recuerdo de nuestros tiempos felices, de esa juventud que ya no tienes. Aquello era parte de la vida. Hoy hay un vacío brutal. De las nuevas generaciones no conozco a nadie. Cuando dejas de ser joven, te apartas. Y eso es lo que creo que le sucedió a Lina: nos hemos apartado, o nos han apartado de la sociedad. En los últimos años se refugió en sí misma. Los de mi generación nos preguntábamos por ella y nadie sabía a ciencia cierta qué hacía. Vendió La Latina, probablemente porque ya no tenía sentido para una persona sola administrar un teatro, y creo que se refugió en sus recuerdos. Pero me gusta recordar aquellos tiempos en que coincidíamos, en que vivíamos el teatro, porque nada hay más bello que vivir, sobre todo cuando te enteras de que alguien que ha sido tan entrañable para ti ya no está.