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La corrupción salpica las tablas

La desalentadora realidad desemboca en un género teatral: la mala política
larazon

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Con los telediarios convertidos en un filón de desencanto ya sea por la crisis o por la corrupción política, los escenarios españoles no están dejando pasar la oportunidad de bucear en la realidad con obras más o menos acertadas pero sin duda pegadas a la más acuciante actualidad. La veda la abrió, hace dos temporadas, «19:30», un espectáculo de Patxi Amezcúa sobre un diputado del partido gobernante sorprendido una mañana a la salida de un burdel, desnudo, borracho y con una maletín con cinco millones... Antonio Molero, Adolfo Fernández y Fernando Cayo, entre otros, protagonizaron este «thriller» vertiginoso en el que la hora del título marcaba el momento límite en que debía firmarse un acuerdo clave para el Gobierno que podía verse afectado por el escándalo. El pasado septiembre le siguió «Anomia», un texto de nueva escritura de Eugenio Amaya que él mismo dirigió. Ambientada en 2007, pocos meses antes de las elecciones municipales, la obra tenía a una concejala de urbanismo de una capital de provincias como protagonista que se aferrará contra viento y marea a su cargo mientras los compañeros de su propio partido tratan de expulsarla de las listas electorales sin que se arme un escándalo. Pero hay demasiado dinero en juego.

Familia arribista

En una clave más distendida, «Mi sobrino el concejal» se hizo un hueco también en la segunda mitad de 2012 en el Pequeño Teatro Gran Vía con una historia escrita por Concha Rodríguez sobre un joven e idealista político, en este caso asediado por una familia arribista que espera exprimirle en su nuevo cargo. Se iba perfilando poco a poco un subgénero, con el teatro bebiendo de la más desalentadora actualidad resumida en una palabra: la corrupción.
En noviembre levantó el telón en Barcelona «Poder absoluto», un título que lo dice casi todo de Roger Peña Carulla, con Emilio Gutiérrez Caba y Eduard Farelo en escena. «Lo bueno es que ésta no es una historia real. Lo malo es que podría serlo», resume el autor este «thriller» político sobre un prestigioso aspirante a la presidencia de Austria en 1996 que tiene todo a su favor excepto algún trapo sucio que lavar, para lo cual contará con la ayuda de un ambicioso miembro del partido. Un argumento que parece emparentar con el reciente filme de Clooney «Los idus de marzo», aunque su autor lo relaciona más con «La huella». El montaje acaba verse en el Teatro Talía de Valencia y sigue de gira. Escrito hace siete años –entonces Peña Carulla lo dejó en un cajón al morir el actor para el que lo había pensado–, el texto, explica el autor, refleja «el pan nuestro de cada día». Aunque se fue hasta Austria, podría retratar perfectamente a España. «Hace siete años, ya olía un poquito a azufre, a podrido, y no sólo en Dinamarca sino en todas partes», explica. Cuenta Peña Carulla que el protagonista «es un clon de Kurt Waldheim, solo que diez años más tarde, en sus aspiraciones presidenciales». Nadie se salva de la quema: ni siquiera el joven idealista. «Todo está muy marrano, el joven es tan bestia como el otro. En su momento, escribí la obra cabreado, y ahora lo estoy más. Pero me interesaba el hecho teatral. Quise argumentar un discurso político que no es una tesis: no tira a izquierda ni a derecha». Desencantado de los partidos y los poderosos, el dramaturgo defiende las listas abiertas y define a sus personajes como «lobos que muerden sin piedad; la moraleja sería que esto no se separa tanto de la realidad y que salgamos a la calle con los ojos bien abiertos». Aunque reparte responsabilidades también entre la ciudadanía: «No quería dejar al pueblo como inocente. Sin decir que tenemos lo que nos merecemos, que no es así, pero todos jugamos al "run, run", al "mira, mira", y luego nos vienen todos los males». Y, estableciendo precisamente un paralelismo con lo que ocurrió en Austria en los años 30: «Todos somos un lobo para el hombre, en general, no sólo en la política». Ante eso, el teatro poco puede hacer, aunque cabe, reclama, el derecho al pataleo. «El ser humano ha ido avanzando a través de golpes, de revoluciones. Ésta es mi forma de dar una patada en el suelo: además de ir a votar cada cuatro años, movilicémonos, estemos muy atentos. No digo que haya que hacer la revolución, pero con una situación como ésta, en el siglo XIX habría habido tiros y en el XVII habrían rodado cabezas en la guillotina». Aún hay más ejemplos: el próximo 7 de marzo llega a Madrid «Subprime», con la historia de un empleado de gasolinera que obtiene un vídeo comprometedor del presidente del Gobierno. No les contamos nada más: vayan a verla.