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La Guerra Pop de las Galaxias

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  • La Razón es un diario español de información general y de tirada nacional fundado en 1998

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La llegada de la saga de George Lucas a finales de los 70 dio la vuelta a viejos clichés y devolvió al espectador un universo alternativo en el que los deseos de niño se hacían realidad.
Tras el estreno de «Stars Wars», ni la ciencia ficción clásica ni el cine fantástico volvieron a ser los mismos. George Lucas concibió una saga espacial siguiendo los cánones de la «space opera» más grandiosa que se hay realizado en el cine: «2001: Odisea del espacio» (1968), de Stanley Kubrick, que devolvió el espectáculo al cine de ciencia ficción. Su influjo fue determinante para lanzar el ecológico-metafísico de los años 70, pero también para renovar el fantástico. George Lucas tuvo la genial idea de llevar a la pantalla una grandiosa odisea espacial posmoderna, donde se mezclaba el cine «kitsch» de aventuras espaciales de los 30, incluyendo todos los elementos que lo hicieron popular en seriales como «Flash Gordon» (1936), naves espaciales, planetas extraños poblados por seres sorprendentes y batallas con naves en galaxias muy lejanas, con un guiño complice al espectador para que suspendiera el juicio crítico y volviera a disfrutar como un niño adulto de la excitación de este asombroso pastiche del fantástico. La operación posmoderna le permitió una vuelta al cine narrativo más ingenuo, a sabiendas de que las arañas mutantes y los marcianos verdes eran lugares comunes proscritos por el agotamiento, tanto o más que la cocienciación ecologista del filme «Naves misteriosas» (1973).
Lucas y Spielberg con «En busca del arca perdida» (1981) devolvieron al cine la pasión por la aventura, los viejos estereotipos adaptados al público adulto con una concepción revolucionara del genero de acción, con espectaculares maquetas de naves espaciales, los cromas más atrevidos para las batallas galácticas y la incipiente industria de los efectos especiales por ordenador. Todo ello hizo posible de nuevo la magia de soñar mundos fantásticos nunca antes explorados en el cine.
«Stars Wars» cambió el cine, no sólo el de fantasía y aventuras espaciales, también supo darle la vuelta a los viejos clichés y devolver al espectador ese universo alternativo donde los deseos infantiles se hacen realidad. Con Lucas es cine bélico futurista se hizo adulto.
Antes de la galaxia
Años antes de que se estrenara «La guerra de las galaxias» (1977) y de que sus fans consideraran dicha fecha como el momento inaugural de una nueva era, el friqui ya existía y venía de lejos. Ser fan de «Stars Wars», coleccionar sus «gadgets», sentir pasión desatada por cualesquiera de sus datos y celebrar el aniversario del estreno como el Día del orgullo friqui lo convertía en ello precisamente, un auténtico friqui.
Pero la historia no había comenzado en una galaxia muy, muy lejana. Los primeros que se apropiaron de la película «Freaks» (1932), de Tod Browning, fueron unos fans acérrimos que se reunían periódicamente para comentar hasta la menor incidencia del filme. Sus cultores eran una raros especímenes calificados de «freaks» por Scott K. Wells en 1951, en su artículo «Los freaks se reúnen otra vez» –aparecido en «Times»–, dando lugar a una nueva acepción del término: apasionados de un tema en particular. Luego, el término «freak» se extendería a la contracultura hippie de los años 60 para designar a sus miembros más contestatarios como Frank Zappa y The Mothers of Invention.
A finales de los años 70, perdida su acepción más politizada, comenzó como designación autorreferencial de fans y admiradores de las pelis de ciencia ficción, especialmente las series televisivas «Star Trek» y «Babylon 5», los tebeos de superhéroes, internet y la programación informática de tecnofriquis, capitaneados por «nerds» y «geeks».
Todos ellos tienen un imaginario común, considerar el 25 de mayo de 1977, día del estreno de «Star Wars» en EE UU, como una fecha mítica digna de ser celebrada. La primera vez que se organizó el Día del orgullo friqui fue en España, ideado por el bloguero Señor Buebo en 2006, consiguiendo gran repercusión en las redes y en América, donde organizaron en 2008 el «Geek Pride Day», en la que desfilaban sus fans disfrazados de los más populares personajes de la saga cinematográfica.
De todos ellos, el más celebrado es el villano Darth Vader. La máscara, yelmo, coraza y capa negras de Lord Sith es una de las imágenes más poderosas e inquietantes de la saga de George Lucas. Medio humano, medio «cyborg», con su sable láser rojo, es el personaje más complejo por su extrema maldad. El reverso tenebroso de el Lado Luminoso de un jedi renegado. Resistirse a los poderes de la Fuerza, la clarividencia y el control mental, para no caer en el Lado Oscuro, es una habilidad que el Maestro Yoda enseña a los padawan o aprendices de jedi.
«Recuerda, la fuerza siempre estará contigo», le dice el maestro jedi Ben Kenobi a Luke Skywalker después de destruir «La estrella de la muerte». Luke es el héroe-mesías que comanda la rebelión contra el Imperio galáctico. Su modelo no es otro que Flash Gordon, héroe espacial dibujado por Alex Raymond siguiendo las aventuras de John Carter en Marte, creado por Edgar Rice Burroughs hace cien años. Ni Raymond ni posteriormente Lucas consiguieron los derechos para llevar al tebeo y al cine las novelas de Burroughs, por lo que ambos decidieron cambiarle el nombre y desdibujar los elementos esenciales del serial. Sin embargo, tanto los jedis como los sith provienes de las novelas de «La princesa de Marte» de Burroughs.
Un peinado demencial
Pero no sólo Luke fue modelado a imagen de John Carter, también la princesa Leia era una réplica de Dejah Thoris, princesa de Marte, como lo fue Dale Arden a su llegada al planeta Mongo, tiranizado por el malvado Emperador Ming. Las tres lucían bikinis metalizados con un diseño art déco. Pero el demencial peinado de Leia, con los rodetes de corte ibérico o fallero es el rasgo más original del personaje. Estas ensaimadas laterales son tan friquis que se venden como fundas de cascos para lucirlos en el Comic-Con, junto a la túnica blanca de Leia y una metralleta galáctica.
Como, en el fondo, «La guerra de las galaxias» es una saga familiar como «Dinastía», los momentos más épicos están trufados de revelaciones sorprendentes, como cuando Darth Vader, en lucha a muerte con los láseres, le confiesa a Luke que es su padre. Pero aún es peor cuando descubre que la princesa Leia, de quien está enamorado, es su hermana melliza.
Aunque la saga original tiene momentos de comedia, los dos personajes que distiende el drama con sus divertidos gags, no son otros que el androide astromecánico R2-D2 y su compañero el robot C-3PO. Ambos lograron escapar de la nave Tantive IV, después que la princesa Leia les grabara los planos de «La estrella de la muerte» y un mensaje para Obi-Wan Kenobi. Al ser comprados a los chatarreros jawas por Luke Skywalker, éste recibe el mensaje de Leia y decide salvarla, incorporando a R2-D2 a la proa de su nave para destruir la estación espacial. En la séptima entrega, el androide esférico BB-8 es la sensación robótica.
C-3PO es elemento más divertido de la película. A este androide de relaciones cibernético-humanas lo maneja en su interior el actor Kenny Baker, que lo dota de unos movimientos un tanto afeminados y un estilo gay que se conjuga con la formalidad y masculinidad de R2-D2. Juntos parecen la versión robótica del Gordo y el Flaco. El parecido de C-3PO con la robot María de «Metrópolis» (1927), de Fritz Lang, no parece casual. Ralph McQuarrie lo diseñó con similar estructura metálica modernista.
Si bien en la saga original hay pocos personajes de razas exóticas, un buen compendio de ellas se encuentra en la cantina de Mos Eisley que visitan Luke y Wan Kenobi, repleta de asesinos alienígenas diseñados por el genial maquillador Rick Baker, y cazarrecompensas como Has Solo y Chewbacca. La ameniza la orquesta Figrin D’an y los Modal Nodes, contratada por la monstruosa babosa Jabba el Hutt. Él fue quien puso precio a la cabeza de Hans Solo y acabó congelándolo en un bloque de carbonita, uno de los momentos trágicos de la saga. El otro, la aparición del personaje más estúpido y odiado por los fans en la aburrida segunda trilogía: Jar Jar Binks, un gusano gungan inspirado en Goofy, rematadamente idiota.
Hans Solo es el antihéroe cínico de «Star Wars» que acaba conquistando a Leia frente al «elegido» Luke Skywalker. Su ayudante en esa chatarra espacial que llama el «Halcón Milenario» es Chewbacca, el más carismático wookiee del filme. Una especie «Lionel, el Hombre León», que se exhibió en el circo Barnum entre otros friquis a principios del siglo XX. Sus hermanos pequeños son los ewoks, seres peludos ositosque habitan en la zona boscosa de la luna de Endor, pero que son unos temibles luchadores. Su contrapunto son los jawas, criaturas del planeta Tatooine que se dedican a la chatarra. A su lado, el maestro Yoda, el jedi que enseña a Luke Skywalker a controlar la Fuerza en el planeta Dagobah, es un ser verde, con orejas puntiagudas, báculo y sayón que mide 66 centímetros. Sus sentencias se repiten a la inversa y suenan como las enseñanzas de un monje shaolín: «Cuando mires al lado oscuro, cuidadoso deben ser... pues el lado oscuro te mira a ti».