“La Historia Interminable”, 30 años de magia artesana
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El dragón blanco Fujur, la tortuga Morla y todo el universo fantástico ideado por Michael Ende en “La Historia Interminable” aterrizaron hace hoy 30 años en las pantallas de cine españolas en un filme que, con un presupuesto de más de 40 millones de dólares, fue en su día la mayor superproducción del cine alemán. Rodada en su mayor parte en los Estudios Bavaria de Múnich -y algún exterior en Almería-, la cinta se convirtió en un éxito mundial y marcó la imaginación de una generación, gracias a una novela que fue un “best seller”, traducido a 27 idiomas, y a una fauna que, en buena parte, salió de la cabeza y las manos de Colin Arthur.
El artista inglés, que había empezado su carrera en el cine haciendo las caras de los simios de “2001, Odisea en el Espacio”, fue contratado por el entonces joven productor Bernd Eichinger, que había comprado los derechos de la novela, antes incluso de que se uniera al proyecto el director definitivo, Wolfgang Petersen.
“Llegué a Múnich con un equipo de cuatro españoles. Aún no había un guión completo, ni dibujos, y empecé a trabajar sobre la novela”, relata a Efe el especialista en maquillaje y efectos especiales, durante una visita al estudio que abrió en Madrid a mediados de los 80.
A él se unieron otros dos expertos de diseño, Brian Johnson y Ul de Rico, y se encerraron durante siete meses para dar forma al universo fantástico de la novela de Ende, antes de empezar a rodar.
Así se hizo visible la famosa historia de Bastian, un niño que se refugia de sus problemas en la lectura de un misterioso libro que le introduce en el Reino de Fantasía, en el que habitan seres como ese dragón con cara de perro sobre el que volaba el guerrero Atreyu, el monstruo Comepiedras o la vieja y sabia tortuga Morla.
“El primer personaje que creamos fue el Caracol Veloz. Salió de mi imaginación. Una vez que se acepta ese diseño, los demás tienen que adaptarse y seguir esa línea”, explica Arthur, que a sus 80 años permanece en activo y aplicando técnicas artesanales casi extinguidas por la avalancha digital.
“Ahora se está volviendo a ellas, por ejemplo en la nueva Star Wars”, apunta Víctor Matellano, cineasta y autor de la biografía de Colin Arthur, que ha rodado varios títulos con él, el último, el cortometraje “La cañada de los ingleses”.
Discípulo de Stuart Freeborn (el creador de Yoda) y ganador de un Goya por “La Grieta” (1990), Arthur transforma las caras de los actores con maquillaje y prótesis y crea ‘animatronics’, muñecos y marionetas manipulados mecánicamente, a partir de moldes de barro y relleno de látex.
Después del Caracol llegó el dragón Fujur, una aparatosa estructura de 14 metros de largo, fabricado con látex, escamas, plumas y lana de angora, y relleno de un montón de cables con tensores que movían 20 marionetistas coordinados por un director de orquesta.
De Rico le pasaba los dibujos, el los retocaba y les daba forma.
Si toda esa fauna -Gmork el hombre lobo, los gnomos Engywuck y Urgl- fue decisiva en el éxito de la película, no menos impacto tuvo la canción compuesta por Giorgio Moroder y cantada por Limahl, un artista de peinado inolvidable, pero del que no volvió a escucharse nada después de aquello.
Tampoco los niños actores llegaron muy lejos. Ni Tami Stronach, la Emperatriz Infantil, que no volvió a hacer cine -hasta este mismo 2014, en que ha reaparecido en una cinta polaca- ni Barrett Oliver, el niño protagonista, que sí rodó algún título más en los ochenta.
Mucho se ha hablado también del enfado de Michael Ende con los responsables de la adaptación de su novela . “Les deseo que les agarre la peste. Si estuviera en mis manos, hundiría esa película en el Vesubio”, llegó a decir, según cuenta Matellano en su libro.
Para Ende, que se embolsó 300.000 marcos por los derechos (unos 150.000 euros al cambio de hoy), aquella cinta no era más que “un gigantesco melodrama comercial a base de cursilería, peluche y plástico”. El escritor se negó a aparecer en los créditos, aunque curiosamente sí lo hizo en la segunda parte que se estrenó en 1990.
En cualquier caso, está claro que no pensaron lo mismo que el escritor ni los millones de espectadores que llenaron las salas de cine, ni el mismísimo Steven Spielberg, fan de la película, que se hizo con el Auryn original, el medallón con dos serpientes que llevaba Atreyu (Noah Hathaway) en el filme.
Se dice que lo conserva en un tarro de cristal en su oficina.