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La modernidad era Gumersindo de Azcárate

La Residencia de Estudiantes edita «Minuta de un testamento», volumen imprescindible de quien fuera uno de los padres fundadores de la Institución Libre de Enseñanza.
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La Residencia de Estudiantes edita «Minuta de un testamento», volumen imprescindible de quien fuera uno de los padres fundadores de la Institución Libre de Enseñanza.
La libertad y el autogobierno son dos de los conceptos que primaban en el ideario de Gumersindo de Azcárate. Su nombre nos sonará lejano, quizá olvidado. Puede que no se «cool», pero sus postulados, los que propugnaba y defendía a capa y espada, están hoy más vigentes y vivos que nunca. Fue este hombre polifacético un adelantado a su tiempo. Jurista, filósofo, historiador, escritor, político, catedrático y académico es uno de los fundadores de la Institución Libre de Enseñanza (ILE) en 1876, junto con Giner de los Ríos y Nicolás Salmerón. Y a este institución estuvo siempre vinculado como presidente de su Junta Facultativa y desde la muerte de Giner en 1915, como rector. «Tolerancia significaba para él no renunciar a tus ideas y establecer un espacio común basado en el respeto escrupuloso por las leyes. Un espacio acordado mutuamente», señala José García Velasco, presidente de la ILE. De él se cumplen el sábado cien años de su nacimiento y con este motivo se ha editado «Minuta de un testamento», un volumen que tiene algo de memorias y que ha sido coeditado por la Fundación Giner de los Ríos (ILE) con la Fundación Sierra-Pambley y que ha contado con la colaboración del Colegio de Registradores de la Propiedad de España y la Fundación Juan Entrecanales de Azcárate.
La enseñanza de Carnegie
Publicado en 1876 empieza a escribir el volumen confinado en Cáceres como consecuencia de la represión por la «cuestión universitaria». De Azcárate era un hombre inquieto, una esponja capaz de absorber las ideas que se cocían en aquel momento en América y que después llegarían a Europa. Cuando escucha, por ejemplo, a Andrew Carnegie hablar de la función social de la riqueza asume el postulado y lo hace suyo. «Aquella sociedad de fines del siglo XIX era más intolerante que la de ahora, pero el esfuerzo de este hombre no fue baldío», asegura García Velasco, quien destaca también como uno de los pilares del pensamiento tan moderno de nuestro protagonista «la apuesta por la educación frente a la instrucción. Para él era fundamental. Un aprendizaje que duraba de por vida, que acompañaba al sujeto a lo largo de su existencia y que empezaba en la cuna y terminaba con la muerte». ¿Haría falta un Gumersindo de Azcárate hoy? García Velasco sonríe y dice que sí, aunque su legado estado ahí «que es como decir que él, de alguna manera, también lo está». El volumen que ahora se presenta en un texto «ausente totalmente de rencor y en el que se puede leer su defensa de la tolerancia y la armonía». No olvidó este ilustre leonés –nacido en 1840 y muerto en Madrid en 1917– defender la pujanza de la mujer, lo que le llevó a presidir desde 1904 la Asociación para la Enseñanza de la Mujer, gracias a la que las féminas de clase media empezaron a tener acceso a una formación académica que les permitiera desarrollar un futuro profesional. «Sintió verdadera obsesión por sus derechos y por la ilgualdad. Decía que la mujer no tenía que educarse como el hombre sino con el hombre», comenta. Se casó en primeras nupcias con una mujer norteamericana y gracias a su labor, por ejemplo, parte de sus amigos y compañeros de fatigas en esos momentos aprendieron al lengua de Shakespeare. Cuenta el presidente de la Residencia de Estudiantes que el día en que falleció Gumersindo de Azcárate se destacaba en el diario «El sol» una de las frases por las que abogó toda su vida: «Seguir hacia adelante». «Buscó la ética en la política social, en la educación, en todos los ámbito de la sociedad», señala García Velasco.
Entre sus aportaciones sobresale la que se dio en llamar ley contra la usura, que impulsó para combatir los intereses abusivos tanto en consumidores como en empresarios, promulgada en 1908 y que hoy todavía está vigente como «Ley Azcárate», en defensa de los más débiles y que no admitía las prácticas de usura.

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