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La obra que aplastó a un artista

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  • La Razón es un diario español de información general y de tirada nacional fundado en 1998

  • Pedro Aberto Cruz Sánchez

    Pedro Aberto Cruz Sánchez

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La muerte de Robert Indiana, a los 89 años, constituye una pérdida mayor para el mundo de lo icónico que para el de lo artístico. Cierto es que no se puede despreciar la extensa obra de un artista que, en 2013, fue objeto de una retrospectiva por el gran buque insignia del arte norteamericano: el Whitney Museum. Pero, por interesante que resulte su corpus a la hora de estudiar la identidad estadounidense durante el último medio siglo, Indiana ha pasado a la historia por su serie «Love». En el límite entre el arte y el diseño gráfico ha alcanzado ese estatus de icono global, reconocible automáticamente, que muy pocas otras imágenes han conseguido adquirir –tan solo resulta equiparable a la celebérrima Paloma de la Paz, de Picasso–. Surgida en 1964 en forma de una tarjeta de felicitación navideña encargada por el MoMA, «Love» se abrió paso de inmediato, entre la cultura pop, como una imagen emblemática que resumía a la perfección la filosofía de la emergente generación hippie y que, más tarde, se convertiría en la «contraseña» que identificaría los «skaters» entre sí. Quizá, una de las grandes habilidades de Indiana a la hora de concretar este diseño fue que servía igualmente para satisfacer la mentalidad pija y clasista del coleccionista de «high art», así como las aspiraciones disidentes de la contracultura. La obra, además, supone el paradigma del icono visual: para quienes solo quieran ver en él una imagen fácil, de rápido consumo, idónea para enriquecer el álbum de «selfies», no se encontrará una obra mejor. En cambio, quien quiera rascar un poco bajo la capa de pintura roja y verde, hallará sugerentes connotaciones autobiográficas, de carácter erótico, religioso y social. De hecho, la importancia de la palabra «Love» –explica el propio Indiana– surge de la contemplación semanal, durante su infancia, de la única frase que decoraba los muros de la Iglesia de la Ciencia Cristiana: «God is Love». Por su parte, los ya privativos colores –rojo y verde– suponen un homenaje a su padre, quien, durante la Depresión, trabajaba en una gasolinera de Phillips 66. Sea como fuere, esta obra ha sido el principio y el fin del artista, su nacimiento al éxito y su epitafio. Después de alumbrar una imagen tan poderosa, tan transgeneracional, poco espacio quedaba para cualquier otra aportación suya. Quizá «Hope», realizada con un estilo calcado al de «Love» como homenaje al presidente Obama, consiguió incorporar otra imagen reconocible en su haber. No es de extrañar que, con motivo de la referida retrospectiva en el Whitney, el título elegido para repasar tantos años de –desconocida– producción artística fuera «Robert Indiana: Beyond LOVE» («Robert Indiana: más allá del AMOR»).