La piel que muda el camaleón
La cambiante imagen del músico siempre será indisoluble de su creación.
Para quienes Elvis Presley fue su primer icono pop en la pubertad y los Beatles en su juventud, David Bowie representó la madurez del género y su apertura al mundo de la sexualidad sin tapujos. Si los años 50 y 60 fueron años de formación y rebeldía, los 70 suponen la liberación sexual y una desbordada reflexión nostálgica sobre lo vivido. El rock fue una idea musical que, durante 30 años, se debatió entre la pureza y el mestizaje, con sus recurrentes vueltas a las esencias. David Bowie se inventó como estrella y representó, con su fulgurante aparición, uno de sus avatares más conspicuos y reveladores: el primer hombre-estrella venido del cielo, un alien ambiguo que quería redimir a los jóvenes con rock, erotismo y mucho amor.
Pelo corto y teñido de rojo. Maquillaje. Atuendos bizarros y una actitud abiertamente gay fueron los primeros desplantes de Bowie. Le siguieron infinidad de reencarnaciones, como Ziggy Stardust con sus Arañas de Marte y Aladdin Sane surgiendo desnudo como el genio de la lámpara con su rayo cruzándole el rostro. Provocación, ambigüedad e ingenuidad son los elementos que han determinado la industria juvenil desde su plasmación con el rock and roll.
Porque si algo restallaba en las figuras iniciáticas de Elvis Presley y Little Richard era su falso brillo de lamé y el oropel de estas nuevas estrellas musicales cuyos precedentes hay que buscarlos en el pianista rococó homosexual Liberace, mentor de Elvis en Hollywood y motor de la fascinación de Andy Warhol y David Bowie por los brillos del papel de plata y las refulgencias del cabaret gay.
Para triunfar en el mundo del rock se requería crear una imagen que fascinara a los jóvenes que cada año se sumaban a la industria del entretenimiento. Con la llegada de Bowie y el glam-rock, todo la anterior pareció viejo y caduco: las melenas hippies al viento, el country rock, la pesadez del rock sinfónico y el repetitivo heavy metal.
David Bowie conectó con la modernidad del «underground», las superestrellas falsificadas y el cine de pacotilla de Andy Warhol en la Factory, copiando el «glittering» de las travestis friquis que poblaban las películas del pintor pop neoyorquino. Convertirse en una superestrella de purpurina era el objetivo de la modernidad. Frente al «macho man» del rock, cuyo influjo es evidente en la estética gay de Tom de Finlandia, se opuso la vuelta al glamour perdido, de ahí el glamrock que sedujo primero a los roqueros ingleses como Marc Bolan, Roxy Music, Queen, David Bowie y Elton John, y más tarde a los grupos negros que triunfaron en el ambiente de la disco.
Extravagancia
Encabezados por Bowie, devolvieron la extravagancia y la fantasía a la música pop con sus disfraces imposibles de lentejuelas y formas futuristas. Manifestarse de forma afeminada con atuendos más propios de estrellas del circo y del cabaret se convirtió en la pasarela de la vida en algo normal. Hasta Mick Jagger se maquillaba, se disfrazaba y adoptaba poses amaneradas en sus actuaciones imitando la moda del «gay power» que imponía su amante por aquellos años, David Bowie. Y también el Elvis de Las Vegas con sus «jumpsuits» de karateka pop.
También marcó a otro de sus amantes, Lou Reed. En «Transformer» (1972) el cantante de la Velvet Underground se trasmutaba en la contraportada del disco en una «drag queen», como la actriz transexual Holly Woodlawn, protagonista de la canción «Walk on the Wild Side», contrapuesta al mismo Lou Reed disfrazado de sadomaso en cuero negro. Un disco irrepetible con la marca de Bowie desde la portada, con una Lulu maquillada y las uñas pintadas de negro, hasta los arreglos de sus canciones.
Este juego ambiguo ya se veía en en la primera portada de «El hombre que vendió el mundo» (1970), donde Bowie posa sobre una «chaise long» como Oscar Wilde, y en la portada de «Hunky Dory» (1971), realizada por Brian Ward y coloreada por el artista Terry Pastor, que imprimía al cantante de un efecto de provocativa languidez. Bowie comenzaba a jugar con la ambigüedad y la androginia, bajo el influjo de la decadente pintura prerrafaelita. Para «Aladdin Sane» (1973), espectacular portada hiperrealista de Duff y Celia Philo, Bowie se reinventó de nuevo con una prolongación de su álter ego Ziggy. Pierre La Roche, el maquillador del «Rocky Horror Show» del West End londinense, le dibujó un rayo de alto voltaje en el rostro, transformado por Bowie en un círculo en la frente imitando la estrella roja de la superheroína del cómic ruso underground «Octobriana», que quiso llevar al cine con la transexual Amanda Lear.
De museo
En 2013, coincidiendo con la aparición de «The Next Day», pocos meses antes de que le detectaran el cáncer, Bowie prestaba sus deslumbrantes modelos para la exposición del Victoria & Albert Museum. El chaquetón «Union Jack» realizado por Alexander McQueen para «Earthling» (1997). Las botas blancas con plataformas del «Ziggy Stardust Tour» y el vestido acolchado que diseñó Freddie Burretti para su portada. Y los trajes metálicos de Kansai Yamamoto, modisto japonés que ya había creado en 1973 sus espectaculares disfraces con influencia del teatro kabuki, que dieron forma escénica al mito de Ziggy Stardust. La fotografía de la portada de este disco esencial es de Masayoshi Sukita. Fue tomada en el 23 de Heddon Street, Londres. En la fachada del K West, el Ayuntamiento ha colocado una placa conmemorativa del nacimiento o aparición en la Tierra de Ziggy, icono esencial de los delirantes 70. Los años en que Bowie, como un nuevo mesías pop, cambió la sensibilidad y la estética moderna por la de una ecléctica y recurrente posmodernidad.