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La revolución de los tercios

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Al acabar la Guerra de Granada (1482-1492), el ejército de los Reyes Católicos sufrió una profunda remodelación que lo situó a la cabeza de las fuerzas militares de la Europa de principios del siglo XVI. Las tropas pasaron a estar bajo la supervisión, mantenimiento y mando directo de la Corona; así, el poder real se afianzó y se dieron los primeros pasos para que apareciese el Estado moderno. El armamento medieval, diverso en su tipología, fue estandarizado al hacerse obligatorio entre la infantería el uso de la pica –una lanza de entre 5 y 6 metros de largo rematada por una punta de hierro–, la espingarda –primitiva arma de fuego antecesora del arcabuz– y la ballesta –que, obsoleta, desaparecería pronto–. Éste fue el primer paso para la eclosión de los tercios, que emplearían la pica y el arcabuz, posteriormente, también el pesado y mortífero mosquete. La mezcla en la misma unidad de las cualidades del frío acero con las de la potencia de fuego daría unos resultados que sorprendieron al mundo.
En 1494, don Gonzalo Fernández de Córdoba, reputado militar profesional durante el conflicto granadino, fue puesto al mando de una expedición enviada por Fernando el Católico para ayudar a sus familiares napolitanos, cuyo reino había sido invadido por el ejército de Carlos VIII de Francia. El capitán general español tuvo que ponerse bajo el mando del rey de Nápoles, quien, desoyendo los consejos contrarios de don Gonzalo, decidió presentar batalla a los galos en Seminara (1495). El ejército hispano-napolitano sufrió una derrota pero representó la oportunidad del general para desplegar la guerra de guerrillas que había aprendido en Granada. Gradualmente, las tropas francesas se vieron copadas y obligadas a abandonar el reino o a rendirse. A pesar de la manifiesta inferioridad en efectivos, la maestría militar de Fernández de Córdoba desequilibró la balanza en su favor: aparecía de la nada y golpeaba con fuerza extrema. A la altura de 1498, el enemigo se retiraba tras ser acosado sin descanso por don Gonzalo y los suyos. La adaptación al medio y la versatilidad adquiridas por sus soldados fueron transmitidas a los tercios, quienes hicieron uso de dichas cualidades de forma magistral.
En el olimpo militar
La segunda campaña italiana comenzó a finales de 1501 y representaría la ascensión final del Gran Capitán al olimpo de los dioses de la guerra. En esta contienda sobresalieron las batallas de Ceriñola y Garellano. En la primera, las cargas de la caballería pesada francesa y la infantería mercenaria suiza fueron frenadas por el escudo que supusieron las obras defensivas levantadas por el español, mientras que las armas de fuego y las picas fueron el martillo que las aplastó definitivamente. Por primera vez en la Historia, la pólvora ganaba una batalla. El segundo encuentro demostró la maestría táctica del Gran Capitán, cuyo ejército, en una serie de marchas, contramarchas, fintas y amagos logró llevar a las extenuadas tropas enemigas al lugar idóneo donde desencadenó una serie de ataques durante dos días. Al finalizar éstos, los franceses habían sido virtualmente aniquilados. El uso masivo de las armas de fuego y de los movimientos tácticos fueron aprendidos por la escuela militar del Gran Capitán –los futuros grandes generales del siglo XVI–, quienes, a su vez, instruyeron en su empleo a los tercios de los Habsburgo, una dinastía forjada por la pólvora.