Festival de San Sebastián

La Transición baja por el Guadalquivir

El realizador, Alberto Rodríguez ("Grupo 7") (2d), posa junto a los actores de su película "La isla mínima"Antonio de la Torre (d), Raúl Arévalo (c), Jesús Castro (2i), y Nerea Barros (i) que participan en la 62 edición del Festival de Cine donostiarra.
El realizador, Alberto Rodríguez ("Grupo 7") (2d), posa junto a los actores de su película "La isla mínima"Antonio de la Torre (d), Raúl Arévalo (c), Jesús Castro (2i), y Nerea Barros (i) que participan en la 62 edición del Festival de Cine donostiarra.larazon

El sevillano Alberto Rodríguez da un puñetazo en la mesa con «La isla mínima», un «thriller» ochentero y nigérrimo en sintonía con «Grupo 7»

Dos jóvenes desaparecidas. Cuerpos en el agua. Abusos sexuales. Dos policías muy diferentes que se mueven entre las marismas buscando respuestas con métodos expeditivos. ¿«True Detective»? Olvídense de aquello de que el buen cine de género lo hacen los norteamericanos. Hablamos de «La isla mínima», una cinta negrísima y sorprendente con la que el director sevillano Alberto Rodríguez («El traje», «Grupo 7») ha dicho «aquí estoy yo» en el segundo día de la sección a concurso en el Festival de San Sebastián. Ayer explicó a LA RAZÓN los detalles de esta historia de género ambientada en plena Transición en las marismas del Guadalquivir, en la que no faltan las lecturas sociales y políticas. Y por cierto, le revienta lo de la serie de la HBO: se enteró de que existía cuando él ya estaba acabando su película.

–Su película es una cinta de género brutal y oscura. ¿Podríamos haber visto algo parecido hecho en España hace 15 o 20 años?

–Yo creo que sí, perfectamente. El género el público siempre lo acepta. Lo que pasa es que en ese momento imperaba otro, que era el terror. Pero se estaba haciendo género y el público lo iba siguiendo. Y lo sigue haciendo.

–Se va al año 1980 y a las marismas del Guadalquivir. ¿Este momento y este lugar eran necesarios para narrar su historia?

–Fue al revés: todo salió de una exposición de un fotógrafo sevillano, que fue recorriendo la marisma a principios de los 90. Es una zona extensísima, que estuvo bastante poblada durante una época, porque hacía falta trabajar el campo, pero cuando entró la mecanización la gente se fue y lo que quedan son como hitos que se han quedado varados en el tiempo y en el espacio. Esa exposición de paisajes y de retratos eran como un western.

–Entonces surgió de una impresión visual, de algo estético...

–Es que son impresionantes, unas fotos que te están contando una historia. Por otro lado, en 2005, Rafael Cobo y yo esbozamos un primer argumento, pero no conseguimos cerrar una historia que nos convenciese. Finalmente, recuperamos esta idea porque vimos dos documentales, «Atado y bien atado» y «No se os puede dejar solos», de los hermanos Bartolomé, que son películas sobre la Transición, pero hechos durante esa etapa, sin el filtro de la historia. Sale mucha gente hablando y dan la sensación de estar a pie de calle. De pronto nos pareció otra cosa distinta, muy interesante y con muchas concomitancias entre 1980 y 2013.

–Y no estábamos tan lejos...

–Una crisis económica en Europa, un montón de problemas políticos, un momento en que nos estamos preguntando incluso sobre la definición del territorio... Cuando encontramos eso, dimos con el momento. Por un lado vino el espacio y por otro el tiempo. Se unieron y surgió la película.

–De hecho, es cine negro. Pero también tiene una parte social: señoritos andaluces, niñas que quieren huir de pueblos sin futuro...

–Es la película más de género que he hecho. La rodé buscando al público en todo momento, que esa implicación criminal mantenga en vilo en todo momento. Todo lo demás es para una segunda lectura, que creo que tiene la película pero que es como una especie de río subterráneo que la recorre. Lo que nosotros intentábamos era no perder en ningún momento el pulso de esa trama principal.

–En los últimos años hemos visto unas cuantas películas policiacas o «thrillers» de alta calidad: «La noche de los girasoles», «No habrá paz para los malvados», «La caja 507», «Celda 211»... ¿Los cineastas españoles se han ido convenciendo de que pueden hacer este tipo de cine o era algo que el cine español venía demandando?

–Es complicado de saber desde dentro. Yo no tengo conciencia ni de estar siguiendo una línea concreta ni de saber muy bien qué es lo que estamos haciendo, y no sé si mis compañeros la tienen. Voy película a película. Lo que espero es que estas cintas encuentren público. De hecho, muchas de las que has mencionado ya lo han encontrado. Espero que esta también lo logre, porque son buenas. Y porque ésta además es una invitación a la reflexión. La película te hace una pregunta.

–En el mismo grupo estaría su anterior filme, «Grupo 7». ¿Habría sido posible «La isla mínima» sin aquél?

-Probablemente no, yo ni siquiera habría sabido cómo articularla. «Grupo 7» fue una enseñanza. Yo nunca había hecho antes género y en ésta he podido combinarlo con el tipo de cine que hago, que está más cerca del cine social, o europeo, pongámosle la etiqueta que queramos.

Ha elegido como protagonistas a Raúl Arévalo y Javier Gutiérrez, dos actores quizá más conocidos en su faceta cómica. ¿Fue una elección difícil?

–La verdad es que no, fue una propuesta de la directora de cásting y desde el primer momento la productora lo aceptó. Y yo también. A Raúl lo conocía desde hace unos cuantos años y sabía que era un actor grandísimo. De Javi sólo tenía referencias, pero en cuanto empezamos a trabajar quedó claro que ahí había química para que en la pantalla no la tuvieran, que era fundamental. Y, por otro lado, había muchas ganas de trabajar, que es lo que yo he aprovechado de manera egoísta: los he exprimido.

–¿Les dio alguna clave para esa pareja de personajes tan atormentados?

–Bueno, hablamos mucho, porque los ensayos duraron casi un mes. A veces les decía: vete a casa, léete tal libro o mira tal película. O simplemente, investiga por tu cuenta. Por ejemplo, uno de los policías que nos sirvió para inspirarnos en muchas cosas, Bernardo, lo trajo Javi. Era un contacto que tenía en Madrid. Terminó viniendo y nos ayudó unos cuantos días, sobre todo a ellos, a hacer las cosas más creíbles. Ellos pisaron sobre tierra.

–¿Qué libros y películas les recomendó?.

–Los mismos que habíamos leído nosotros: «2666» de Bolaño; «Por el río abajo», un librito de viajes que escribieron Grosso y López Salinas; la contestación a ése que escribió Suárez Japón... Y los dos documentales que he comentado: el personaje de Raúl está inspirado en un comisario que salía ahí al que expedientaron por escribir una carta a «El País» adheriéndose a un editorial en contra de Milans del Bosch.

–Tengo entendido que le tiene negro «True Detective», porque las comparaciones son inevitables, pero ni de lejos su película es una copia: le pilló en pleno rodaje.

–En pleno rodaje, no: ¡me pilló montándola! Recuerdo que estaba editando la película y de pronto sonó un whatsapp. Miré y vi una foto de Matthew McConaughey y Woody Harrelson vestidos de algo parecido a ellos... Era Raúl quien me la enviaba, y ponía: «Nos han copiado». Yo le envié una foto de ellos dos que tenía delante y ahí te dabas cuenta de que había mucho parecido. Nosotros estábamos rodando entre septiembre y octubre y ellos estrenaron la serie en EE UU en enero del año siguiente.