Lana del Rey: suave es la noche
Se ha escrito y hablado tanto de Lana del Rey que lo musical ha pasado muchas veces a segundo plano. Ha sido la nueva novia de América, la chica que superó sus adicciones para convertirse en estrella del pop, el producto de una estudiada operación de marketing, una versión remozada de Nancy Sinatra, la imagen publicitaria de bolsos y coches, la diva temerosa y a la vez segura de sí misma, una «femme fatale» y, sobre todo, la artista que en 2012 despachó 3,5 millones de copias de «Born to Die», su primer disco oficial.
Con las entradas agotadas desde hace cuatro meses, la expectación estaba en todo lo alto ante la única parada en España de la cantante neoyorquina. Éste era, por si no había quedado claro, uno de esos conciertos en los que hay que estar para hablar de su protagonista en el café de esta mañana o las copas de la noche. Lana por aquí, Lana por allá: Lana, Lana, Lana. Y en ésas, cuando pasaban unos minutos de las nueve, Elisabeth Woolridge Grant –vestido negro y tocado fucsia– salió al escenario para despejar las dudas: «Cola» fue la primera canción, y con ella, ese «My Pussy Tastes like Pepsi-Cola» que, viniendo de otra, podría haber sonado vulgar; con ella, simplemente superficial, como en general un repertorio que tiene mucho de terciopelo, pero al que no le vendría mal algo de papel de lija.
Nada hubo de las bases trip-hop que adornan su álbum, ni tampoco de las comparaciones con Julee Cruise o Beth Gibbons (Portishead). «Lizzy» ya maneja su propio territorio, entre palmeras de atrezzo y una sobreactuada cercanía: no pasó ni medio minuto cuando ya había abandonado el escenario para acercarse a las primeras filas.
Apoyada en todo momento por un cuarteto de cuerda, con «Body Electric» vino a decir que su música también sabe ser poderosa, si bien es la fórmula de la melancolía la que más ha explotado hasta la fecha. «Ride» subió el nivel, aunque sin salirse del guión: lo más rebelde fueron las caladas que dio a un cigarro, mientras aguardábamos una efectiva traca final con «Summertime Sadness», «Burning Desire», «Video Games» y «National Anthem», alargada hasta lo irritante mientras el público no sabía muy bien si largarse o aguantar unos minutos más.
Como Daisy Buchanan
Hizo también dos discretas versiones de «Blue Velvet» (Tony Bennett) y «Knocking on Heaven's Door» (Bob Dylan), que en realidad no aportaron demasiado a una noche que ella misma definió como «absolutamente mágica». Lo dijo antes de interpretar «Young & Beautiful», el tema que aparece en la banda sonora de «El gran Gatsby», de Baz Lurhmann; lo justo para imaginar a nuestra Lana como uno de los personajes de las novelas de Scott Fitzgerald. Daisy Buchanan puede estar bien, pero mejor aún la Nicole Diver de «Suave es la noche». Disfrutemos de su ascenso ahora que podemos.