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Las «doce horas atroces» de la Reina Victoria Eugenia

Ese fue el tiempo que la soberana estuvo de parto sin recibir ningún tipo de calmante que le aliviara los dolores del real alumbramiento.
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Ese fue el tiempo que la soberana estuvo de parto sin recibir ningún tipo de calmante que le aliviara los dolores del real alumbramiento.
Ala una de la madrugada del 10 de mayo de 1907, la reina Victoria Eugenia de Battenberg, esposa del rey Alfonso XIII y bisabuela del también rey Felipe VI, advirtió los síntomas de su primer parto, a raíz del cual nacería el primogénito Alfonso, motejado luego «el Borbón de cristal» a causa de la hemofilia. Se avisó de inmediato al eminente ginecólogo Eugenio Gutiérrez y a la enfermera inglesa Mrs. Green, que ya había atendido, en calidad de comadrona, a la princesa de Gales, la futura reina María, esposa de Jorge V de Inglaterra, durante el alumbramiento de todos sus hijos; la señorita Green contaba también entre su clientela con la reina Maud de Noruega, la duquesa de Teek, la princesa Alex de Teek, o la duquesa de Sajonia-Coburgo.
La regia parturienta agradeció así, después, la presencia de aquella dulce y solícita enfermera a la cabecera de su cama: «La señora Green ha sido muy buena conmigo todo el tiempo y ha sido muy reconfortante tenerla a mi lado esas atroces doce horas antes que naciera el niño», aseguró doña Victoria Eugenia. Se hizo llamar también a los médicos de la Real Facultad, doctores Ledesma, Alabern y Grinda; pero éste último debió permanecer en el cuarto de los infantes Fernando y María Teresa para no contagiar a nadie el sarampión que padecían entonces los niños.
Al mismo tiempo, bajo la atenta supervisión del primer farmacéutico de cámara, Martín Bayod, asistido por su ayudante Mariano Baquero, se preparó todo el material aséptico necesario, sueros artificiales, ampollas con soluciones hipodérmicas y medicamentos esterilizados. En contra de lo expresado en el parte oficial, que anunciaba el «normal y satisfactorio» desenlace, la propia parturienta recordaba con horror «esas doce horas atroces».
Y ello, pese a que el doctor Gutiérrez, recompensado por sus servicios aquel mismo día con el título nobiliario de conde de San Diego, había pronosticado que el parto se desarrollaría de forma espontánea e inmediata.
Pero al final, la reina había tenido que aguantar intensos e interminables dolores sin el consuelo de una anestesia; al contrario que su propia abuela, la reina Victoria de Inglaterra, a quien el doctor Simpson, de Edimburgo, le administró por primera vez cloroformo en 1853 para paliarle el suplicio mientras alumbraba al príncipe Leopoldo, atendida por el ginecólogo John Snow. El doctor Simpson se limitó a colocar un pañuelo empapado en cloroformo bajo la nariz de la soberana, hecho que constituyó un hito en la historia de la anestesia moderna. Mujer de fuerte carácter, la reina Victoria, nacida en Londres el 24 de mayo de 1819 y fallecida en Osborne el 22 de enero de 1901, impuso al final su criterio frente al de muchos médicos y reverendos que consideraban pecaminoso evitar a la mujer los dolores naturales del parto, los cuales, a fin de cuentas, debían ser tolerados con resignación como una imposición divina.
Casada con el príncipe Alberto de Sajonia-Coburgo y Gotha, la soberana tuvo nueve hijos, entre ellos el príncipe Leopoldo y Beatriz, princesa de Gran Bretaña, nacida en 1857 y madre de Ena de Battenberg, como se conocía en familia a la futura esposa de Alfonso XIII.
Las reinas no gritan
Otra mujer de armas tomar seguía ahora, a cada instante, la agonía del primer parto de Ena; era su suegra, la reina María Cristina, que insistía en participar en todos los momentos del drama. «Nosotras las españolas –dijo orgullosa a su nuera, que sufría atrozmente– no gritamos cuando traemos un rey al mundo». Ena se limitó a rechinar los dientes de dolor, murmurando seguramente de rabia: 2Ahora verás de lo que es capaz una inglesa2.
¿Por qué no se aplicó a Ena un calmante, igual que se le administró a su abuela, la reina Victoria, medio siglo atrás? El doctor Enrique Junceda especulaba con que el riesgo de una anestesia entonces «dado su escaso margen de seguridad, su toxicidad, su acción cardiorrespiratoria, depresora y anoxemizante, su brevedad de acción, etcétera», pudo desaconsejar su empleo a los médicos.
Nacida en el castillo de Balmoral (Escocia) el 24 de octubre de 1887, Victoria Eugenia tenía casi veinte años; era además princesa real de Gran Bretaña e Irlanda. Dada su ascendencia, se hizo llamar también, para tranquilizarla, a su médico particular, el doctor británico Bryden Glandinning, que había llegado a Madrid acompañando a la princesa Beatriz.
Precisamente ésta, madre de Ena, tampoco se apartó ni un instante de ella durante su intenso sufrimiento; igual que la reina madre María Cristina, Alfonso XIII y las infantas Isabel y Eulalia.