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Las vacaciones españolas de Hans Christian Andersen, el autor de «La sirenita»

Empezó visitando la «majestuosa» Barcelona y acabó en la «genuinamente española» San Sebastián.
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Empezó visitando la «majestuosa» Barcelona y acabó en la «genuinamente española» San Sebastián.
Hans Christian Andersen, autor del famoso cuento «La sirenita» o «El patito feo», decidió adquirir experiencias viajando a España en 1862. Lo hicieron muchos burgueses europeos antes, especialmente desde 1808. Eran «touristes», cronistas y aventureros. Les atraían los tópicos que se divulgaban sobre el carácter hispano: hombres románticos y aguerridos, mujeres morenas y hermosas, en un paisaje exótico y oriental, donde se cruzaban las civilizaciones antiguas: goda, romana, cristiana y árabe. Era un país singular. Capaz de lo más sublime, echar al moro, conquistar América o derrotar a Napoleón, como lo de lo más abyecto, como decía la leyenda negra de la Inquisición.
Andersen era un hombre que buscaba impresiones. Intentó sin éxito ser cantante de ópera y retomó los estudios muy tarde. Publicó cuentos cortos y poemas, pero su pasión era viajar y escribir crónicas de sus periplos. En 1838, con tan solo 33 años, ya era un escritor reconocido en Europa. Esto le llevó a viajar por el continente: Alemania, Italia y Grecia, incluso Turquía, de donde sacó su libro «El bazar de un poeta» (1842), o a Inglaterra, lugar en el que, del brazo de Charles Dickens, fue recibido como una estrella.
En 1862 viajó a España. Andersen esperaba encontrar lo que le habían contado: un crisol de culturas, orientalismo puro, tradiciones salvajes, mujeres hermosas y restos de civilizaciones antiguas. Era un deseo de Andersen largamente guardado. Lo había expresado en numerosas cartas. «¡Oh!, quién estuviera en España, es como para ponerse verde de rabia por no poder estar allí!», escribió en 1842. No encontró financiación para el viaje hasta que consiguió colocar una edición de cuentos.
Hambre en Barcelona
El 4 de septiembre atravesó la frontera por La Junquera. Barcelona le pareció majestuosa por sus cafés lujosos y la comida, algo que le extrañó porque, decía, le habían contado que se pasaba hambre. Estuvo tres días en Valencia recorriendo sus calles hasta que marchó a Murcia para ver «vestigios árabes», gitanos y «atuendos más pintorescos». En dicha ciudad confundió un entierro con una procesión. Andersen, como mucho otros, quedó fascinado por Andalucía, donde había «algo todavía más importante: gente amable». En Málaga asistió a una corrida de doce toros, pero le pareció una «diversión popular sangrienta y cruel». Encontró una Granada engalanada para recibir a Isabel II, y allí pasó tres semanas, por ser, «al igual que Roma», escribió, «una de las ciudades más interesantes del mundo». Pasó sin sorpresas por Gibraltar, Tánger y Cádiz, hasta Sevilla, «reina de las ciudades». Allí se imagina el mundo árabe, gitano, el flamenco que hasta «Venus accedería a bailar», de pasiones, de Murillo y Juan Tenorio. La gente llenaba las calles paseando a coche, a pie y a caballo, «van pendientes unos de otros».
Madrid desconcertó a Andersen. Solo le gustaron el Museo del Prado y los espectáculos de ópera italiana. Para vivir y abarcar tanta maravilla de la pinacoteca era necesario «quedarse uno por tiempo ilimitado». La ciudad era como un «camella derrumbado en el desierto». El danés era entonces uno de los autores más famosos de Europa, pero sus obras no habían sido traducidas al español. El mismo Andersen se encontró muy sorprendido. Intentó moverse entre los grupos intelectuales madrileños, visitó al duque de Rivas, con quien había coincidido en Nápoles, y a Juan Eugenio Hartzenbusch, y no le conocían. No es que España fuera un lugar de ignorantes, es que se leían otras cosas. El embajador danés dio una cena en su honor, pero no fue ningún escritor, y los periodistas asistentes no le mencionaron al día siguiente. Andersen escribió: aquí «nadie me conoce ni desea hacerlo».
Tras una visita rápida a Toledo, en un diciembre muy duro, Andersen decide salir de España. El frío le atenaza. «¿Era esto estar en un país caliente?» Fue como atravesar las montañas de Noruega a Suecia. San Sebastián, última parada, le pareció una «ciudad genuinamente española». Cruzó el punto de Behobia para Francia el 23 de diciembre de 1862 y escribió que por fin había visto España, y «no la olvidaré nunca».
Publicó al año siguiente «Viaje por España», y se tradujo a todos los idiomas europeos, tal y como se hacía siempre, ahondando en la imagen de un país exótico, de gente abierta, pintoresca, aventurera y pasional, con un carácter identificable en sus cuatro esquinas, repleto de maravillas culturales e ingenio. Un mundo por descubrir. Andersen no volvió a escribir sobre nuestro país, ni hizo referencia alguna en sus cuentos. Quizá ya no le hacía falta.