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Led Zeppelin, el año en el que ascendió a los cielos

Por separado eran virtuosos; juntos, unos iluminados. La banda definió el sonido del porvenir.
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Por separado eran virtuosos; juntos, unos iluminados. La banda definió el sonido del porvenir.
Fue en 1969 cuando el mundo del rock and roll observó atónico la llegada y ascenso a los cielos de una banda única que definió un tipo de sonido que se haría enormemente popular a lo largo de las décadas venideras. Su nombre fue Led Zeppelin y protagonizaron una aventura única y realmente extraordinaria. La historia comienza en 1968, cuando Jimmy Page decide acabar la historia de los Yardbirds –que anteriormente tuvieron otros genios de la guitarra, como Eric Clapton o Jeff Beck– para formar otra banda en la que desarrollar su potente sonido. Page había ganado una merecida fama como reputado músico de estudio y en los Yardbirds forjó un sonido que, agarrado al blues blanco, magnificó en intensidad y volumen.
Un «supergrupo»
Tras diversos avatares, incluyendo multitud de entradas y salidas de miembros, la banda se consolidaría finalmente como algo cercano a un «supergrupo» por la calidad individual de los miembros: Robert Plant tenía una voz brillante, John Paul Jones era un bajista de primera y John Bonham tenía una pegada tremenda. Pero donde Led Zeppelin marcaban la diferencia era en su sonido como banda. Por separado eran virtuosos; juntos, unos iluminados.
La persona más inopinada sería la encargada de facilitarles un contrato discográfico: la diva del pop Dusty Springfield. Ella les recomendó a Ahmet Ertegan, el jefe del sello Atlantic, famoso principalmente por desarrollar un tipo de sonido muy singular agarrado al soul. Él había reclutado sin ir más lejos a divinidades como Aretha Franklin, Otis Redding, Wilson Pickett y muchos más. Pero también tendría la visión de no regodearse en el éxito fácil y sabría ver que el futuro (artístico y financiero) estaba en el rock and roll y el pop. Y así fue como firmó a Led Zeppelin... sin haber escuchado una sola canción suya. Se fio de Dusty Springfield y de otros que le hablaron de las excelencias de una banda que arrasaba en sus directos con su particular visión del blues y el rock and roll.
Los músicos de Led Zeppelin entrarían en el estudio en octubre de 1968 para grabar en apenas 30 horas y sin ensayos el primer álbum de la banda, titulado simplemente como «Led Zeppelin». Aquí estaban maravillas como «Good times, bad times», «Babe I’m gonna leave you» o «Communication breakdown». Todos participarían en las composiciones, aunque Plant no fue acreditado por problemas contractuales. A pesar de sus excelencias, no se puede decir que fuera un disco que llamara demasiado la atención en su publicación, pero todo cambiaría con la venidera gira estadounidense.
Los Zeppelin arrasarían y, sobre todo en América, irían adquiriendo una fama creciente. También de pendencieros, juerguistas y hedonistas. Muy pronto alimentaron una fama –ganada a pulso– de salvajes. Aquellos eran tiempos diferentes. Los músicos llevaban un ritmo de trabajo endiablado y Led Zeppelin no serían una excepción. Antes de finalizar el año completarían otra gira y se meterían en el estudio para grabar un nuevo disco: el ya clásico «Led Zeppelin II», su consagración definitiva. Este álbum sí es un bombazo y logra toda una hazaña: desbancar del número uno de las listas nada menos que al «Abbey Road» de los Beatles después de 11 semanas en los más alto.
Aquí está todo lo que era su particular sonido: crudeza y exquisitez, violencia y delicadeza, influencias marcadas del folk y el blues para llevarlo todo a otro nivel, muy lejano. «Whole lotta love», «The lemon song» o «Heartbreaker» formarían parte de lo mejor de su repertorio dentro de un disco que definió todo un género. No era heavy-metal, ni blues-rock, ni folk eléctrico. Era el «sonido Zeppelin», todavía hoy tan contemporáneo.