Leila Guerriero: «Es despreciable que el poder haga “bullying” a los periodistas»
La reportera ha visitado Madrid coincidiendo con la publicación de «Plano americano», que recoge los veintiséis perfiles que ha escrito en la última década
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La reportera ha visitado Madrid coincidiendo con la publicación de «Plano americano», que recoge los veintiséis perfiles que ha escrito en la última década.
Leila Guerriero es un terremoto de paz. Una inteligencia de vocación lectora que el periodismo adoptó con evidente acierto. Ella provenía de las filas de otras experiencias, de otros estudios y merindades, y entró en el oficio por el aplauso y la admiración que suscitó uno de sus relatos.
–Cuando me compré un grabador, ahí me sentí periodista. Pero era consciente de una carencia de base, porque era una ciudadana que no tenía una visión compleja de política, economía... todo esto me lo tuve que hacer trabajando siete veces más de lo necesario para suplir esas carencias. Siempre me quedó ese punto de obsesión de llegar hasta lo último en una nota. Es como un reflejo de esos primeros años en que me estaba haciendo periodista en tiempo real.
Leila Guerriero ha ido cultivando el retrato, que es un género en el cabe un poco de todo, la biografía, la entrevista, la memoria, ofreciéndonos así unos perfiles profundos en psicología y observación, una glosa intelectual, humana y personal (que es lo suyo) del escritor, periodista, editor, músico, artista... en la que intenta atrapar al personaje en una palabra, resumirlo en una anécdota.
–El objetivo es comprender el pasado de esa persona que produjo el presente que uno está contemplando en ese momento. Eso conlleva entender la estructura psíquica, emocional, su mapa de afectos y rechazos, la visión del mundo de esa persona. Para conseguirlo, lo primero es tener un acceso adecuado, real, que te reciba y que comprenda lo que quieres hacer y que te de el espacio y el tiempo para preguntar y observar.
–¿Nada más?
–Bueno, hay una tarea que uno tiene hacer; dejar de lado la mirada prejuiciosa, ya sea positiva o negativa, porque uno puede ir a ver a Nicanor Parra convencido de que iba a ver un genio, y el tipo lo era, pero eso es también un prejuicio, porque ¿qué pasa si no es tan genio? ¿O juega a hacer el bobo? Superar este prejuicio es complicado.
La prosa americana de Guerriero es la suma resultante del verbo más la mirada, que es lo subjetivo y lo que casi siempre cuenta en este reporterismo. «La mirada es lo sustancial de un periodista. La mirada es lo que te condiciona el tener algo que decir. Y es algo que hay que ejercitar todo el tiempo. No puedes decir, bueno, me voy a relajar, un mes o dos, porque la mirada entonces se achancha»
–De Homero Alsina aprendió la virtud de la «invisibilidad». ¿Qué piensa ahora de tanto periodista estrella?
–Para mí es importante. Cuando leo o veo una entrevista en que el periodista está tratando de establecer una especie de batalla con el entrevistado para ver quién es el más inteligente, y le interrumpe y aparece él todo el teimpo... O esas entrevistas que hacen esos periodistas estrellas en la radio, cuando sacan al aire a una persona, luego cuelgan y después el periodista editorializa la respuesta de la persona que ha colgado y que no puede defenderse... todo eso me parece un horror. Es la mala práctica del periodismo. La invisibilidad es esencial, es lo natural en nuestro oficio, que vivimos de contar las historias de otros, excepto cuando escribes una columna o un editorial. Pero incluso ahí lo importante es tu aporte al tema. La gente que dice, «como yo digo». Pero, ¿quiénes son? ¿Platón? La invisibilidad es fundamental, porque lo esencial es el otro. El entrevistado solo empieza a contar cosas interesantes cuando comienza decir o pensar cosas que no sabía que sabía. Eso solo sucede si el periodista está en un segundo o tercer plano. Pero si está también en el centro, el entrevistado jamás se pondrá ahí. No solo hay que hacer entrevistas y preguntar, también es relevante observar al otro. Si no eres invisible, eso resulta muy difícil, porque el otro va a estar pendiente de montar su personaje.
Argentina, de Junín, provincia de Buenos Aires, autora de «Frutos extraños» y la sorprendente «Una historia sencilla», añade a la mirada y la invisibilidad la narratividad y la imaginación como elementos del periodismo. «La pericia narrativa es lo que marca la diferencia entre un montón de textos que lees y no te dejan huella, a uno que se levanta del diario, del libro, de la revista, como un tsunami y te arrastra y que te queda en la memoria. Lo que hace que la gente pueda ir a un lugar a buscar las cosas que tu has mencionado. Es clave la forma en que uno narra la realidad. Es la diferencia entre redactar y escribir. Escribir asquerosamente bien tiene que ver con eso, con el manejo del lenguaje. La imaginación es también fundamental en el periodismo, en el sentido de que debe estar aplicada a tu caja de herramientas los mejores recursos narrativos formales para contar esa realidad que tienes entre manos. No solo hay que leer mucho, antes de nada tienes que vivir, salir a la calle, tener experiencia de vida. No se puede ser periodista dentro de un frasco».
–¿Qué opina del desprestigio de la prensa por los poderes o individuos como Trump?
–Los periodistas del primer mundo se han dado cuenta de que estas cosas las hacen los presidentes. En América Latina lo venimos viendo desde hace mucho. Me irrita que ahora parezca que es una novedad porque lo hace el señor más poderoso del planeta. Ya antes ha habido gente poderosa que ha denostado la prensa. Yo estoy en solidaridad con los colegas de los que Trump habla mal. Pero creo que el periodismo ha respondido, como dicen en mi país, cavándose la fosa, en el sentido en que ha un sujeto así hay que contestarle haciendo un periodismo de calidad extrema. Y no es que se haya hecho un periodismo malo. No digo eso. Pero igual que en EE UU hubo medios que no predijeron la victoria de Trump por mirar la realidad de manera sesgada, pensando más bien en cómo quería que fuera, me parece que se sigue ofreciendo la misma respuesta enardecida e histérica, a los ataques de Trump.
–¿Qué hacer?
–Trump desprecia, descalifica. La prensa cae a veces en lo mismo. No creo que eso sea la respuesta. La contestación adecuada es una prensa inteligente, con altura, que se preocupe por entender el fenómeno, porque este señor está ahí hasta que termine su mandato y por algo está, por algo la gente lo votó. Pensar que esas personas son unos tarados a los que no conviene mirar, es un error. Por otro lado, yo estoy en contra del poder contra la prensa, porque es desparejo, porque la prensa tiene poder, pero nunca es el Estado. Esto ha producido muertos en muchos países. Que el poder haga «bullying», que se comporte como un matón contra los ciudadanos que trabajan como periodistas, me parece despreciable. Pero, ahora, si eres periodista y vas a hablar de ese matón debes mirarlo de una manera más compleja. No decir que es un matón y se acabó.
–¿Al periodismo también le afectan las «Fake news»?
–Hay estudios que señalan que la gente, con las redes sociales por donde se comparte información, está dispuesta a estar de acuerdo, aunque se muestre de mil maneras que, por ejemplo, las vacunas, como se difundió una vez en un artículo, no producen autismo. Pues a día de hoy aún hay gente que lo replica como si fuera verdad. Pero es que aún hay individuos que consideran que los extraterrestres bajan a la Tierra y que el Triángulo de las Bermudas chupa a la gente. Al que cree todo eso no hay forma de convencerlo de lo contrario... Las «Fake news» son tan viejas como el mundo, lo que sucede es que las redes ha disparado el síntoma.
–¿Qué hacer?
–Mantener la resistencia. Deben continuar chequeando las noticias. Todos los medios de comunicación tienen una responsabilidad en este punto. Se ha convencido a la gente, ya hace mucho tiempo, de que existe esa cosa llamada «periodismo ciudadano» y que cualquiera puede ser un periodista; que cualquier persona que pasa por la calle y filma algo y lo sube a Instagram o a su Facebook, lo es. Hay que chequear ese «periodismo ciudadano», muchas veces mal usado, porque el medio que no contrasta la información, que solo sube un vídeo cualquiera y lo da por verdadero, corre riesgos y muchos se han acostumbrado a trabajar de esa manera. Decir que la voz del pueblo es la voz de Dios es un riesgo enorme. Los medios no podemos convertirnos en voceros de escándalos que no son tales.
Una pregunta mantiene a Leila Guerriero en la geografía del periodismo: «¿Qué tengo que decir?». O sea, lo que aporta a la comprensión del mundo. «Si uno no tiene nada que decir, lo mejor es quedarse callado. Siento que mientras tenga cosas que contar, y creo que las contaré. Y no tiene nada que ver con una nota de opinión. Es lo que tengo que decir, por ejemplo, sobre Guillermo del Toro. Cómo lo miraría. Es mi desafío. Qué mirada nueva puedes aportar sobre lo que ha sido superrepasado».
–Las prisas y la falta de espacio son dos fantasmas del periodista actual.
–La falta de espacio es un problema para los textos largos, y la falta de tiempo, también. Pero no es de ahora. También hay que señalar que textos tan extensos no se publican masivamente. Hay revistas. Cuando me ofrecen un perfil definitivo y me dan una semana, pues, respondo que en ese tiempo puedes tener una entrevista, una mirada, pero no un perfil... de todas maneras no hay excusa para hacer nada mal. Incluso cuando te piden algo rápido se pude hacer bien si uno tiene talento, oficio, está dispuesto a hacerlo de la mejor manera posible y es capaz de detectar los «tics» que te determina, los automatismos de escribir, como lugares comunes y frases hechas. Y hay que hacerlo porque es tu nombre, y debes defenderlo con la calidad de tu trabajo. El tiempo y espacio es algo que uno se tiene que abrir a codazos. El género que yo hago está reñido con la urgencia de la noticia. Pero en los medios se han cargado las tintas en la superstición de la urgencia, de la rapidez, llegar el primero y se ha dejado de lado la calidad.
–¿Qué ha aprendido de periodistas como Arlt?
–Tengo ideas contrarias. Soy escéptica respecto al periodismo como modificador de la realidad. Puede visibilizar temas y, a veces, a través de la insistencia, se cambian cosas, pero no tengo la convicción de que podamos contribuir tanto al mundo. Creo poco en la humanidad. Siento que es una profesión a la intemperie, que te deja expuesto a lo que piensas, y lo que piensas no es necesariamente compartido por mucha gente. Más bien al contrario.