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Leningrado, réquiem por la capital de los zares

La atrocidad del sitio de Leningrado se traducía en cadáveres a diario en la ciudad rusa
La atrocidad del sitio de Leningrado se traducía en cadáveres a diario en la ciudad rusalarazon

La «Séptima sinfonía» de Shostakovich, el mayor éxito musical de la Segunda Guerra Mundial, recrea el espanto del asedio alemán y de las purgas de Stalin, que no cesaron ni durante los 872 días de lucha en la ciudad.

El sábado 21 de junio de 1941, el compositor Dimitri Shostakovich se hallaba en el Conservatorio de Leningrado evaluando los exámenes de sus alumnos y los méritos de los aspirantes a becas. Estaba contento: a sus 34 años había alcanzado el éxito como compositor, pianista y profesor; gozaba de buena posición económica y de una hermosa familia, con una guapa esposa y dos hijos pequeños y, además, el tiempo era estupendo y el domingo le esperaba un partido de fútbol emocionante: el Spartak de Leningrado contra su homónimo de Moscú. Se sentía feliz, aunque en el fondo de su alma anidase el miedo. Había visto desaparecer a muchos amigos en las purgas de Stalin, como el mariscal Tujachevsky, y a muchos paisanos, pues el dictador odiaba Leningrado y, especialmente, a la intelectualidad de la ciudad, sin duda la más significativa de la URSS.

En la soleada mañana del domingo, Shostakovich dio un paseo con su familia, no muy largo para poder regresar a casa, comer y acudir al fútbol, su gran pasión... Pero las emociones serían otras: a medio día se enteró de que Hitler había declarado la guerra a la URSS, que la Wehrmacht desbordaba las fronteras y que el encuentro entre los dos Spartak había sido suspendido...

Un compositor en el tejado

En la invasión de la URSS, «Operación Barbarroja, el Grupo de Ejércitos Norte» (Von Leeb) tenía como objetivo las repúblicas bálticas (Estonia, Letonia y Lituania), enlazar con las tropas finlandesas para incorporarlas a la campaña, terminar con la flota roja del Báltico y apoderarse de Leningrado, antigua capital de los zares y cuna de la revolución bolchevique, la ciudad más poblada (tres millones) después de Moscú, la más bella, con sus muchos palacios, iglesias, museos e inmensas avenidas y la más industrial (11% de la producción soviética).

Probablemente, la capital de Pedro el Grande estuvo al alcance nazi, pero cuando el mariscal Von Leeb cercó la ciudad el 8 de septiembre, Hitler ya había cambiado de planes y le retiró parte de sus tropas para lanzarlas sobre Ucrania y Moscú. Deseaba Leningrado, pero militarmente no le parecía prioritario y, además, le estorbaban tres millones de civiles a los que alimentar. Prefería arrasarla a base de bombardeos y aniquilar a su población por hambre.

Shostakovich se ofreció voluntario pero sólo le aceptaron en servicios auxiliares y pronto se le convirtió en bombero destinado al tejado del Conservatorio. Allí tuvo tiempo e inspiración para iniciar su «Séptima sinfonía». «La compuse muy deprisa. Me sentaba al piano y trabajaba rápida e intensamente. No podía renunciar a ella. La guerra estaba por todas partes. Yo tenía que participar junto al pueblo creando la imagen de nuestro país asediado: grabarla en música».

Cuando el cerco aún no se había cerrado, Stalin dio la orden de que se pusieran a salvo los tesoros del Hermitage y demás museos, así como los miembros de la Filarmónica y del ballet Kirov. La ciudad comenzó a ser bombardeada, muchos almacenes de alimentos quedaron destruidos y comenzó el racionamiento endurecido conforme los alemanes cortaron las comunicaciones ferroviarias y el transporte por el lago Ladoga.

Mientras la población languidecía y el ejército rojo se desangraba intentando romper las líneas alemanas, la Policía política (NKVD) incrementaba su celo, cebándose con los militares impotentes ante la Wehrmacht y con intelectuales y científicos, siempre bajo la sospecha de trotskismo, conspiración o espionaje. Pese a sus temores –tanto a NKVD como a los nazis– Shostakovich siguió componiendo y el 17 de septiembre terminaba el segundo movimiento de la Séptima. Quince días después, Moscú le ordenó que abandonara la ciudad con su familia. Lo hizo en un arriesgado viaje en avión, cruzando un espacio aéreo dominado por la Luftwaffe, llevando en la maleta media sinfonía.

Moscú fue sólo una escala en el viaje hasta Kuyvyshev, junto al Volga. Allí se reavivan sus temores: la presencia de delegaciones extranjeras que habían abandonado Moscú amenazada por el avance alemán y la cercanía de una inmensa fábrica secreta de aviones provocan una actividad frenética de los agentes de la NKVD. Eso, unido a la estrechez material, le arrebata la inspiración, que recuperó gracias al éxito de la defensa de Moscú y el contraataque soviético de diciembre de 1941: el 27 de diciembre concluye la sinfonía, a la que llama «Leningrado».

Aunque Shostakovich hubiera deseado que se estrenase en Leningrado, el Gobierno decidió que fuese en Kuyvyshev, por los músicos del Bolshoi bajo la dirección de Samuil Samosoud. Éste, tratando de halagar a Stalin, pretendió que se añadiera una parte coral en su honor. Shostakovich se negó, aunque el miedo le llegaba al tuétano. El estreno, el 7 de marzo de 1942, fue un gran éxito, cantado por el publicista preferido de Stalin, Ilia Ehrenburg, superado por el concierto de Moscú, el 29, ante cinco mil espectadores entre los que se hallaba David Oistraj, quizá el mejor violinista del siglo XX, que se manifestó orgulloso de ser compatriota de un artista «capaz de responder a los terribles acontecimientos de la guerra con una fuerza y una inspiración tan convincentes».

Concierto de leyenda

Si la «Séptima sinfonía» de Shostakovich despertó extraordinario entusiasmo en aquellos conciertos y en otros que les siguieron en la URSS y en el extranjero, en ninguna parte resultó tan grandiosa, heroica y sentida como en Leningrado, a donde la partitura llegó el 1 de julio, dejando anonadado a Karl Eliasberg, director de la Orquesta de la radio de Leningrado, la única que aún seguía allí en 1942, aunque sólo contaba con 15 músicos, tan débiles que apenas podían sostener los instrumentos. Y con esos mimbres debía abordar la empresa de interpretar una obra que, según el flautista Yeshova –que trabajaba en una fábrica de munición- era «larga, compleja, difícil y, francamente, agotadora para una orquesta de músicos en buena forma física».

Eliasberg no se arredró. Recorrió el frente buscando músicos de bandas militares y de jazz y repasó la lista de alumnos de los últimos cursos del conservatorio rastreando dónde pudieran hallarse. Así logró reunir a unos 80 músicos en condiciones tan precarias que no podía prolongar los ensayos más de 20 o 30 minutos porque se agotaban. El trompa Parfionov comentaba que muchos tocaban con mitones porque se helaban de frío: «Cuando tienes hambre sientes frío por mucho calor que haga. A veces la gente se desmayaba sin más mientras tocaba». Lo confirmaba el clarinetista Kozlov: «Empezábamos a ensayar y nos mareábamos. La cabeza nos daba vueltas al soplar». Por ello, la orquesta sólo había realizado un ensayo completo antes del concierto programado para la tarde del 9 de agosto.

Pese a la amenaza de bombardeo, fue un éxito conmovedor. El público había planchado los viejos trajes en los que parecían flotar y ocupó hasta el último rincón y los músicos se dejaron el alma interpretando una música que les llegaba al corazón y que pudieron escuchar también millares de civiles y soldados gracias a la radio.

El supervisor de sonido, Belyaev, que controló muchas otras interpretaciones de la Séptima, comentó: «Nunca ha vuelto a experimentar la impresión incomparable del concierto del 9 de agosto de 1942, interpretado por personas famélicas, por mis compañeros de trabajo, con los que montaba guardia durante los ataques...».

Gracias a Shostakovich el nombre de Leningrado cobraba resonancia universal, pero pocos conocían la terrible realidad que estaba viviendo. Llevaba diez meses sitiada, todo el invierno sin luz y casi sin combustible, bajo temperaturas de menos 40 grados, y sometida a un racionamiento tan estricto que menudearon los casos de antropofagia, mientas que las muertes por inanición o enfermedades derivadas de ella o del frío ascendieron a unas 650.000. El tráfico por el Ladoga, reanudado al llegar el verano, despertaba grandes esperanzas en el millón de espectros que continuaban en la gran urbe (unos 820.000 habían sido evacuados y más de cien mil, movilizados), pero la situación militar era gravísima: el 13 de julio se rindió el general Vlassov con sus últimos colaboradores. Era todo cuanto quedaba del segundo Ejército de Choque, más de 400.000 hombres, que durante cuatro meses había tratado de romper el cerco. Y la pesadilla se prolongaría año y medio más.