2016 busca autor y una gran historia
Las novelas con un año en el título consiguen que la efeméride se convierta en la gran protagonista
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Las novelas con un año en el título consiguen que la efeméride se convierta en la gran protagonista
Los hombres siempre andan tras la pista de esa gran historia que dé sentido a sus vidas y les convierta en protagonistas de una hazaña extraordinaria. No es que Neil Amstrong pisase la luna sólo para tener luego una gran historia que contar, pero si fuera así, sería una razón tan buena como cualquier otra. Para qué, sino, hacer nada, si va a quedar en silencio, como algo azaroso, arbitrario y sin sentido. El ser humano, en su necesidad de autodefinición, huye de lo silencioso, azaroso y arbitrario. Busca un sentido siempre, por lo que, como único animal que se explica a sí mismo, en realidad no quiere explicarse, porque podría ser que fuese azaroso y arbitrario. Lo que quiere en realidad es exaltarse, hacerse visible, significar. El hombre, por tanto, es una invención de hombre, y más le vale tener una gran historia detrás para que haya alguien que se interese.
Lo que le ocurre a las personas, le ocurre a los años, que también quieren diferenciarse del resto y destacar a través de una gran historia. Cuanto más inventada y extraordinaria, mejor. Los años, como los hombres, como los dioses griegos, incluso como los juguetes de «Toy Story», son evidiosos, competitivos, narcisistas, con una ingente necesidad de afecto, y reclamando desesperados la atención. 1983 y 1982 odian con toda su alma a su hermano pequeño 1984, y todo por culpa de George Orwell, que decidió que su célebre novela distópica ocurriese en el año de las olimpiadas de Los Ángeles y no unos meses antes. Todo el mundo recuerda ahora 1984 por esta gran historia inventada, hoy más real en la memoria que las hazañas de Carl Lewis o cualquier tontería que pasase ese año. Esa es la fuerza de la literatura y esa es la fuerza del hombre, que es lo mismo.
De momento, nadie ha explicado nada de 2016. Ningún genio de la ciencia ficción avanzó lo que podría haber ocurrido este año. Kim Stanley Robinson habló de «2312», pero de 2016 ni una línea. Arthur C. Clarke incluso escogió al azar «2001», «2061» y «3001», todos muy lejos de nuestro actual y ya amado 2016. En cualquier caso, para este año que arranca, aquí hay otros años ejemplares grabados con fuego en la memoria colectiva gracias a la imaginación de un novelista.
Empecemos cronológicamente o lo que es lo mismo, la forma más azarosa posible. En «1066 and all that», W. C. Sellar y R. J. Yeatman parodiaron toda la historia de Inglaterra de la época de los romanos hasta la I Guerra Mundial. Publicado originalmente en la revista «Punch», compilado en forma de libro en 1930, consiguió burlarse de la forma en que se estudiaba historia tan bien, que hoy todavía hace gracia, a pesar de que todos los profesores de historia de esa época ya han muerto. El año 1066 hace referencia a la conquista de Inglaterra por parte de Guillermo el normando, pero el libro también habla de «103 cosas buenas, 5 malos reyes y 2 fechas auténticas».
Más próximo nos queda «Victus. Barcelona 1714», la novela de Albert Sánchez Piñol, que ahora acaba de tener continuación con «Vae Victus», que como no tiene ningún año en el título no es tan interesante, al menos desde el punto de vista de los años. Aún así, cualquier amante de las novelas de aventuras debería leer esta segunda parte, aunque los años se enfaden. Las desventuras del ingeniero Martí Zuviría son incluso más fascinantes tras el pesado y abusón año 1714. Hay que verlo así, Zubiría sería Popeye y 1714 sería Bruto, fin del argumento. ¿Por quién se leía el comic? ¿Por Bruto? Venga ya, si el cómic se llemaba «Popeye, el marino».
Otro gran año fue «1776», que inspiró dos grandes monumentos creativos. El primero, de David McCullough, nos habla del nacimiento de Estados Unidos a través de dos historias paralelas, las de los locos colonos que se implantaron en las tierras y cómo el imperio británico intentó impedirlo. Peter Stone y Sherman Edwards también imaginaron su propio «1776», aunque en este caso como libreto de un estupendo musical, o quizá no estupendo, pero a 1776 le encantó porque 1775 y 1777 no tienen musicales y todos los años que tienen musical son el no va más.
El siglo XX es el que más felices ha hecho a los años, por las numerosas novelas bautizadas con fechas, otorgándoles el protagonismo que los años merecen. Florien Illies, por ejemplo, publicó «1913. Un año hace 100 años», una excelente relato que une a las mil maravillas anécdotas, notas, citas o apuntes de una época esencial para entender la modernidad y que nos presenta a Proust buscando el tiempo perdido, a Freud desnudando almas en su diván, a Stravinski celebrando la primavera, a Kafka, Joyce y Musil tomando el mismo día un café en Trieste. o a Hitler y Stalin en el parque del castillo de Schönbrunn .Y todos se pueden ir al cuerno porque no importan, lo que importa es 1913, él es el protagonista, él da títlo al libro, él es la prima donna, por fin alguien se ha dado cuenta que los años son el no va más y los seres humanos unas nuelas.
Aunque 1913 no puede ser tan gallito porque no es «1919», novela de John dos Passos, segunda parte de la trilogía USA y una de las obras cumbres de la literatura americana del siglo XX. Eso sí, 1913 sí que puede comparase si quiere con «1912», de Leonardo Sciascia, pero tampoco mucho. Aunque «1934» de Alberto Moravia, si que podría sentirse superior a 1913, sino fuera porque 1919 podría venir dejarle en ridiculo. En cualquier caso, tanto la obra de Sciascia como la de Moravia merecen una primera lectura.
En España, tenemos a «San Camilo 1936», de Camilo José Cela, una de sus hazañas más aplaudidas. La descripción de la escena y ambientes de la España en la semana previa al estallido de la Guerra Civil siguen siendo un estallido de fuerza expresiva y contención emocional que demuestran el talento del último premio Nobel español.
Otra hazaña de las novelas bautizadas por años es «1948», del judío Yoram Kaniuk. El genial autor de «El hombre perro» nos presenta aquí sus recuerdos sobre su adolescencia, cuando con apenas 17 años participó en la guerra de la Independencia de Israel. Kaniuk realiza un detallado, hasta puntillista descripción de una generación de jóvenes que tuvieron que luchar con el peso de una tradición de miles de años bajo las espaldas.
Y, por supuesto, la novela de las novelas de los años, «1984», de George Orwell, con su gran hermano y su puesta al día de las crudezas simbólicas del futuro terrible de la novela «Nosotros» de Yevgueni Zamiatin . Su impacto es tal que Anthony Burguess, el autor de «La naranja mecánica» escribrió «1985» sólo para llevar más allá la pesadilla. Y el japonés Haruki Murakami realizó su propio homenaje en una trilogía bautizada como «1Q84».
La célebre novela «2666» de Roberto Bolaño puede parecer que hable de un año, pero no es problable, así que 2666 puede dejar de hacerse el chulito. Del futuro, sólo «2312» de Kim Stanley Robinson tiene derecho a presumir. Esperemos que 2016 al menos despierte la imaginación a todos.