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A Anne Holt le falta garra

La escritora de éxito naufraga en la atípica y dislocada «En las fauces del león»
larazon

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Para los aficionados a las novelas policiacas de Anne Holt, habría que advertirles que «En las fauces del león» está escrita en colaboración con Berit Reiss-Andersen, que la inspectora Hanne Wilhemsen está de vacaciones con su novia en California y que solo incidental pero de forma resolutiva interviene en la acción. Por último, que aunque la novela pertenece a la saga, data de 1997. Recientemente se han publicado la tercera, la excelente «El hijo único», y la octava y última, la desquiciada «1222», en la que la investigadora noruega ha abandonado la Policía tras sufrir un grave accidente, se ha quedado paralítica y va en silla de ruedas, amargada y muy alejada de los comienzos vigorosos de la subinspectora Hanne Wilhemsen.
En cuanto a «En las fauces del león», el desorden de las traducciones hace que sea complicado seguir el hilo lógico de la serie, que data de los años 90 y está escrita en colaboración, como ya lo hizo en «Sin eco», todavía sin traducir en España, y se nota un cambio tanto en la temática como en la escritura de la obra. No estamos frente a una típica novela negra. Más bien cabría hablar de una de intriga política con bifurcaciones de investigación criminal y de espionaje. Se nota que su autora perteneció durante un año al Gobierno noruego como ministra de Justicia, hasta que enfermó, por sus conocimientos de las interioridades del Ejecutivo laborista y las intrigas políticas partidistas, no muy distintas a las españolas.
Un final sin juicio
Esta obra abusa un tanto del costumbrismo de las pugnas entre políticos, prensa y policía, decantándose más por la casuística política que por la intriga criminal. Pierde el tiempo en las corruptelas y denuncias de mala praxis y el amarillismo periodístico que lastran la lectura de la novela, cuya retórica, un tanto alambicada, crea confusión y en nada ayuda a la inteligibilidad de la trama. Dos aspectos llaman la atención: las acciones paralelas de la intriga, que confunden sobremanera, y el sorprendente final, que sólo puede entenderse si el lector pasa por alto algunos datos de la investigación y suspende el juicio crítico. Cosa que no es difícil porque, por momentos, el libro es entretenido y curioso, por el exotismo nórdico y la naturalidad con la que se presentan situaciones sociológicas aún en España cogidas con pinzas, pero absurdas. Lo menos comprensible es que la subinspectora Hanne Wilhemsen se mantenga en un segundo plano, si de vez en cuando interviene en la investigación. Se entiende todavía menos la solución que plantean las autoras, con pormenores que la lógica de la narración hacía imposible. Al final, todo resulta tan atípico y dislocado como en «1222». Como si se desentendiera de la serie y quisiera pasar página cuando todavía escribía su cuarta entrega.