Buscar Iniciar sesión

Adela Escartín, el ciclón de la escena que llegó de Cuba

Juan Antonio Vizcaíno recoge en una biografía en dos tomos la vida de una de las actrices esenciales de la escena española
larazon

Creada:

Última actualización:

Juan Antonio Vizcaíno recoge en una biografía en dos tomos la vida de una de las actrices esenciales de la escena española
¿Qué queda de los actores cuando se van? “Actuar es como escribir en la arena y en el agua” decía Adela Escartín (1913-2010) sobre lo efímero de su oficio. Como actriz fue una de las grandes y, sin embargo, apenas conocida en España. Juan Antonio Vizcaíno, profesor de la RESAD y antiguo alumno suyo, trata de reivindicar su figura y rescatar del olvido la memoria de esta eximia actriz con la publicación de su libro “Adela Escartín: mito y rito de una actriz” (Editorial Fundamentos), presentado en dos volúmenes. “En 1994, fue ella quien nos propuso escribir sus memorias, con dos condiciones: que no se usara grabadora durante las entrevistas y que el texto fuese publicado después de su muerte”, dice Vizcaíno. Ambos volúmenes articulan una larga trayectoria vital de casi 97 años, de los que 40 estuvieron dedicados a la escena. Desde su nacimiento hasta Cuba, su verdadera patria artística y su retorno a España en 1970 hasta su muerte en 2010. Pero, ¿quién fue Adela Escartín? Nacida en Santa María de Guía (Gran Canaria) en 1913, dentro una familia acomodada. Su padre era un capitán de infantería que se dedicó a dilapidar la fortuna heredada por su mujer, que, a pesar de la vida licenciosa de su marido, siempre estuvo enamorada de él. Las primeras clases de declamación las recibió mientras estudiaba en un Colegio de París. Tras la Guerra Civil debutó como actriz en el teatro Lara simultaneando con el cine y con sus clases en el Conservatorio de Arte Dramático de Madrid, donde con el tiempo sería profesora. Después de graduarse, en 1947 se marcha a Nueva York, para estudiar con Erwin Piscator, Stella Adler, con la que conoció el método Stanislavski, y Lee Strasberg. Allí el idioma es una barrera para actuar y, aconsejada por sus maestros, se va a Cuba en 1950, donde se convierte en una primera figura de teatro, televisión y cine. Además, comenzó su carrera como directora de escena y pedagoga. Regresa a España para hacerse cargo de su madre y ya no vuelve. Aquí participa del teatro español más renovador, a la par que trabaja para programas de televisión y hace cine. Su labor se completó con una intensa labor pedagógica en la RESAD y en la Sala Mirador.
“Esta es una biografía con unas memorias dentro. ¿Por qué apenas se la conoce en España? “La edad para una actriz es determinante y cuando ella volvió tenía 57 años. Tenía que reinventarse de nuevo artísticamente. Era difícil conseguir primeros papeles, sólo le daban de vieja y secundarios y su currículum en la Cuba revolucionaria, lejos de ayudarla, la perjudicó. Una actriz es importante porque el púbico la hace así, pero ella no tenía público en España”. Aunque venía de familia acomodada, su infancia y adolescencia fueron difíciles. “Adela quedó muy marcada por una madre que le transmitió un complejo de inferioridad. Tenía celos de ella ante su marido y la ninguneaba. Esto la llevó a mirar a los demás desde arriba y a tratarlos, a veces, con cierta dureza. No le gustaba el teatro de aquí y se fue a Nueva York buscando algo mejor, profundizar artísticamente, pero quizá también por alejarse de la familia”, explica el autor. “No quería volver a España, donde se sentía juzgada, pero en Nueva York sólo le daban papeles de personajes de origen hispano, de criada o prostituta”. Y se fue a Cuba, que la encumbró. “Ésta fue su cima artística. Es importante resaltar la figura de Andrés Castro, que la introdujo, la recomendó y la hizo su musa. Debutó en el teatro obrero, que era la vanguardia y el teatro artístico y donde estaba lo mejor de La Habana. El teatro comercial lo hacían las compañías españolas de gira”.
Vizcaíno la define como mujer de teatro y resalta en ella tres facetas: actriz, directora y pedagoga: “Tenía una presencia escénica poderosa, una gran dama con distinción que dominaba el escenario. Cuando aparecía en él todo lo demás quedaba pequeño. Destacaría también su voz y las modulaciones que realizaba con ella, un registro intuitivo y atávico que parecía venir del interior de una cueva y dejaba al público traspuesto, tenía algo de poderoso y sensual que imantaba al público caribeño”. Como directora artística, “fue pionera en su tiempo. Triunfó en televisión, pero tuvo problemas con otras actrices y la vetaron. Entonces creó la Sala Prado 260 donde dirigió y montó espectáculos con sus alumnos con ella como primera actriz. Después, la Revolución la incorpora como directora de autores cubanos. Y, como pedagoga, daba clases de interpretación para bailarines. Algunos la consideran como la introductoras del método Stanislavski”. Para Vizcaíno, alumno suyo, “era difícil deslindar el mito de su persona. Era totalmente distinta a otros profesores. Tenía una autoridad moral y no se le podía decepcionar. Fue una adelantada y eso le dio problemas. Era muy estricta, pero muy generosa. Despertaba pasiones y odios, pero tenía mucho carisma, su manera de llegar, de vestir...sorprendía. Nada en ella era convencional. Su carácter era difícil, temperamental, pero te enriquecía a la vez. Se mostraba cercana con los alumnos, comía con ellos, se interesaba en sus experiencias”. Y concluye el autor: “Para mí ha sido la persona más brillante que he conocido. Tenía algo de mágico y magnético cuando estabas con ella”. Murió en Madrid víctima de un infarto el 8 de agosto de 2010. Tenía 96 años.
Hitos de una actriz
En 1949 debutó en La Habana con “La Gioconda”, de Gabriele D’Annunzio. Al año protagonizó una histórica “Yerma” que la consagró. En 1951 realizó el que terminaría siendo el trabajo teatral de su vida, “Juana de Arco en la hoguera”, de Honegger, representado ante la fachada de la catedral con la Orquesta Sinfónica Nacional, el Ballet de Alicia Alonso y el Coro de la ópera. En 1955 “Calígula” de Camus y “Los endemoniados” de O’Neill. De nuevo Lorca con “La casa de Bernarda Alba” (1961) y “Un tranvía llamado deseo” (1965) de Tennessee Williams. De vuelta a España hizo “Las arrecogías del beaterio de Santa María Egipciaca” (1977), de Martín Recuerda, dirigida por Adolfo Marsillach y “Bodas que fueron famosas del Pingajo y la Fandanga”, con José Luis Gómez

Archivado en: