Adrados vuelve a cruzar el río
Baudelaire decía: «Desciende, río invisible», un verso que podríamos relacionar con la invisibilidad de la tradición literaria oral. Esos ríos de creaciones poéticas y narrativas universales que darán al mismo mar y que ha estudiado el helenista, filólogo y académico Francisco Rodrí-guez Adrados, que acaba de cumplir 91 años en plena forma intelectual. Al lado de ese río descendente ha estado el hombre, atendiendo desde los cantos de Homero hasta las andanzas de Don Quijote. Pues bien, a ese largo periodo se consagra Adrados, recorriendo la Tierra a través de la literatura egipcia antigua, la sumeria, la semítica, la anatolia, la indoeuropea y, muy en especial, la griega y la latina, más la indoirania, la bizantina y la eslava, sin olvidar las de Occidente desde el siglo VIII al XVI. Este abanico de etapas estudiadas nace con el objetivo de «hacer una teoría total del nacimiento, crecimiento, culminación, decadencia y muerte de las lenguas y las literaturas y, luego, del surgimiento de otro u otros ciclos. Seguir el paso de la literatura oral a la escrita y la caída de ésta». El profesor sostiene que, a la hora de realizar una historia de la literatura en su conjunto, hay que conocer la literatura oral en diferentes lugares del mundo, y que dicha literatura guarda «su propia vida, sus propias expectativas». Tal comprensión por las posibilidades de verbalizar visiones y sentimientos, que distinguiría al humano del mero animal, se vincularía tanto al dominio del lenguaje como a las celebraciones y rituales funerarios o espirituales; en una palabra, a la «fiesta, propia sólo del hombre».
La fiesta de la cultura
Rodríguez Adrados cita diversos ritos en los que «presente y pasado se funden, bien en la danza y el canto, bien en la evocación y representación dramática de los antepasados y su ambiente mítico». Un tema que el autor había tratado en «Fiesta, comedia y tragedia» (1984) y que ahora le sirve como pretexto para demostrar la importancia de «los precedentes de la literatura expresada en palabras», haciendo notar que esos orígenes de la literatura popular, acompañados de baile y música, se desarrollaron hacia el concepto de autoría individual. Mención aparte merecerían los dos apéndices, uno dedicado a la «cultura humanística y cultura televisiva», y el otro a la «literatura y crisis de las humanidades». Adrados quiere redondear su estudio con reflexiones de actualidad, lo que hace de él un investigador crítico con el declive humanístico actual y la irrupción del marketing y el divertimento vacuo. Son páginas valientes, en la línea del Germán Gullón de «Mercaderes en el templo de la literatura» (2004) o de Mauricio Wiesenthal.
El estudioso dedica un buen espacio a la literatura griega, en sus distintas fases y áreas sociales; de ahí que a «El río de la literatura» se asomen la filosofía, la ciencia o la política. Nada de lo humano le es ajeno al académico si le sirve para contextualizar la Grecia de la época arcaica, los nuevos géneros cristianos o las circunstancias que rodearon el ingenio de Shakespeare y Cervantes, escritores que simbolizan «un cambio importante en la historia total». Mirando hacia atrás, concluirá que los ríos serán sólo uno: el de Sumeria hasta el mundo de hoy: «Un conjunto basado en Literaturas que se interrumpen, continúan, se sustituyen unas a otras cuando algunas caen. Resulta, después de todo, una especie de unidad. Y eso que están habladas y escritas en lenguas diferentes».