Aquellas regiones devastadas
«Si quieres escribir poemas lo primero que necesitas es una vida». Teniendo en la mente esta afirmación que escuché a Joan Margarit en una entrevista comienzo la lectura de este libro y encuentro a modo de prefacio una «Justificación» donde el autor aclara que éstas no son unas memorias al uso, de recuperación de hechos o situaciones, lo que él quiere es ahondar en los recuerdos que permanecen en su mente para entender por qué están ahí «y qué tienen que ver con la construcción de mis poemas». Aquí encontramos la vida y la poesía de un arquitecto que al contemplar una catástrofe debida a la falta de seguridad de unos edificios decidió lo que sería para siempre: un poeta y un especialista en cálculo de estructuras.
Nació el año 1938, en plena Guerra Civil, hijo de una maestra y un arquitecto que acabó sus estudios tras participar en la guerra en el bando republicano y ser represaliado. Sus primeros años de incertidumbre, miseria y penalidades fueron suavizándose muy lentamente. Un sentido trágico de la existencia apuntala su vida desde los primeros años: «La pérdida recorre de un extremo a otro mis poemas. Ése es mi verdadero punto de partida», y poco a poco va surgiendo la conciencia de sí mismo dentro del mundo a través de un huerto, de un jardín, de las habitaciones de las sucesivas y humildes casas a las que se veían obligados a trasladarse sus padres. Unas pocas patatas hervidas le traerán el descubrimiento de la riqueza dentro de la miseria y con el tiempo se dará cuenta de que en ese momento se está decidiendo cómo será su poesía. «
Decisivo es el momento en que aparece el organismo llamado Regiones Devastadas, un terrible nombre que aunque fuera positivo llevaba en sí tanto la guerra misma como la posguerra. Había que construir y reconstruir y su padre puede trabajar, pero también llegan las continuas separaciones, pues debía ir a cualquier punto de Cataluña. Los años difíciles, de la represión, el desprecio, las delaciones, fueron largos. El miedo y el silencio eran compañeros habituales de gran parte de la población y a ellos se sumaban las oscuras historias familiares sin respuesta para los niños.
Recuerdos sinceros
Margarit va devanando su vida y desanuda recuerdos duros o sencillos y también luminosos, como cuando llega el descubrimiento de la naturaleza, del mar de las Islas Canarias, donde también fue destinado el padre, por fin con toda la familia. Allí terminan estos recuerdos sinceros sin los disfraces habituales en otros autores. Y de repente, en cualquier momento, el poeta que seduce: «Siempre, la primera noche, la de verdad, es una de la infancia».