Ben Clark, a la manera de machado
Ha cundido, en la poesía española de los últimos años, la conciencia de la cercana inteligibilidad del poema. Conjugando la machadiana «palabra en el tiempo» con el elogio de la cotidianidad propio de la generación lírica de los pasados años cincuenta, con Gil de Biedma al frente, se ha ido consolidando una poética de profundas complicidades lectoras, directa expresividad temática, aparente sencillez formal y sensible emotividad intimista. Con su particular idiosincrasia, Karmelo C. Iribarren, Roger Wolfe y Elena Medel pueden muy bien representar esta línea realista y neorromántica, no exenta, por otro lado, de curiosas figuraciones simbólicas y visionarios referentes alegóricos. A estos y otros nombres de significación semejante cabría añadir el de Ben Clark (Ibiza, 1984), ya galardonado en diversos certámenes poéticos y que ha obtenido recientemente el XXX Premio Loewe con «La policía celeste», un poemario que reivindica el valor sentimental de la habitualidad, la lírica de las pequeñas cosas y los gestos mínimos, el sentido cohesionador de los vínculos familiares y la decisiva trascendencia del amor; y que ostenta, por cierto, un bellísimo título coincidente, como se aclara en un breve prefacio, con la denominación de una decimonónica sociedad astronómica constituida con el objeto de encontrar un incógnito planeta perdido. Lo que aquí hallará el lector son versos de vibrante identificación con el entorno autorial, el dominio de la coloquialidad expresiva, una esencialidad afectiva sin rastro de vana retórica y la sincera proximidad de las machadianas «palabras verdaderas».
Un poema como «Ceres» nos acerca al sentido telúrico de la amistad: «Admiro a los amigos que hacen pan / y los cuido y protejo con conjuros / inventados (...)»; y en «Origen» hallamos el carácter medular del amor: «Igual que el polvo cósmico se junta / y baila hasta formar un centro, yo / he construido todo mi universo / alrededor del día en que llegaste.»; de igual modo que en «El mejor de los mundos posibles» familiares ancestros habitan guerras olvidadas.
Pasados desamores
Asimismo, en «Cuando llegue el poema» se manifiesta la visceralidad existencial de la poesía; la infancia rememorada aparece en «La vía Láctea y Andrómeda» como una añorada figuración cósmica; la semblanza paterna, con la entrañable iconografía de la edad en «Mi hijo, el poeta»; la sombra de pasados desamores en «Los rotos»; mientras que «Rastro» aborda la sentimentalidad de arrumbados objetos en vencida reventa; «La fiesta» es una jocosa revisitación modernizada de la historia de Caín y Abel; «El horno», que como simbólico tótem familiar que aglutina sueños y recuerdos; y el poema que da título al libro acaso sea una apología de la búsqueda de la felicidad:, mientras que la relativización del tiempo surge en «Esperando al Halley en 2061». Sentimentalidad cotidiana, inmediatez comunicativa, empática complicidad e inmejorable cadencia rítmica son las claves de este excelente poemario de Ben Clark.