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Bodegas llenas de vanguardia

«Los árboles portátiles», de Juaristi, narra la travesía del «Paul Lemerle», buque en el que se hacinaban artistas e intelectuales en su huida de los fascismos
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«Los árboles portátiles», de Juaristi, narra la travesía del «Paul Lemerle», buque en el que se hacinaban artistas e intelectuales en su huida de los fascismos
Un mes escaso de incómoda travesía a bordo de un carguero. Dedicado habitualmente al transporte de azúcar entre el Caribe (Martinica) y Francia, en esta ocasión, el buque se encuentra adaptado, de aquella manera, para pasaje humano. Allí, entre las bodegas y la cubierta, se hacinan aproximadamente 200 refugiados. Las incomodidades del barco provocan una especie de promiscuidad, una mezcla continua de la gente. Encuentros fortuitos que acaban propiciando una serie de fenómenos importantes. André Bretón, Claude Lévi-Strauss, Victor Serge, Wifredo Lam, Helena Holzer... Nombres que se leen entre los presentes. No son las condiciones que ninguno de ellos elegiría para cruzar el Atlántico, pero no hay otra opción: es la vía de escape de la Europa de los fascismos. Es la historia del «Capitaine Paul Lemerle», uno de los buques salvavidas que llevaban consigo la historia cultural europea de la segunda mitad del siglo XX allende los mares. «Un relato de aventuras que ocupa un episodio más del exilio y de cómo se construye la memoria fuera de las fronteras propias», presenta Jon Juaristi la trama que le ocupa en «Los árboles portátiles» (Taurus).
Marsella como punto de partida. Puerto clave antes de que la ocupación alemana de la Francia de Vichy lo imposibilitase. Desde allí los paquebotes galos marchaban a Orán para que el pasaje tomara el ferrocarril transahariano rumbo a Lisboa o América. Así, el «Paul Lemerle» zarparía el 24 de marzo del 41 con las bodegas llenas de intelectuales, artistas, humanistas y políticos perseguidos por su tiempo.
Con su partida comienza una narración histórica que Juaristi combina con un ensayo interpretativo para «contar el origen de algunos de los mitos fundamentales del progresismo occidental en la segunda mitad del XX». Mitos que se crearon entorno a la IIGM y la posguerra, como las tentativas de la nueva izquierda de encontrar un sujeto revolucionario diferente del proletariado, que venía del marxismo original, y la vinculación de las vanguardias artísticas con los movimientos anticoloniales: un fenómeno nuevo en el campo de los nacionalismos, relacionados hasta entonces con la cultura folclórica y no con la vanguardia.
- Vanguardia anticolonial
Bretón, Levis-Strauss y Serge fueron algunos de esos personajes fundamentales en este progresismo que arropó fenómenos como el estructuralismo, en el que fue clave la conexión entre los dos primeros, y el surrealismo. Y en esa vanguardia anticolonial fue Wilfredo Lam un nombre clave: su encuentro con el político francés Levis-Strauss, en el que hablaron de sus orígenes, le despertó unos elementos y recuerdos de manera imprevista que le convertirían en el primer rostro del movimiento.
Aun así, no fue que el «Capitaine Paul Lemerle» salvara la cultura, «entre otras cosas porque no se destruyó», aclara Juaristi. Fue un traslado de unas tendencias a las que les resultaba muy incómodo seguir en el Viejo Continente, ya tomado por los totalitarismos. «Pero lo curioso es que en Norteamérica –comenta–, más que en el resto del exilio europeo, lo que florece es el cine». La gran aportación de esta migración en EE UU no fueron ni intelectuales ni artistas, sino cineastas y técnicos. La industria no dejó pasar la ocasión. Fritz Lang ya había inmigrado y no dudó en embarcar a sus colaboradores. Al igual que Anna Seghers –también tripulante del «Paul Lemerle»–, que vendió una de sus novelas a Hollywood. Al revés que poetas y pintores, que no encontraron una salida deseada en la Costa Este. La sociedad norteamericana no estaba receptiva a las fórmulas de las vanguardias jerarquizadas que llegaban de la Europa de entreguerras, calcadas de los movimientos revolucionarios –con una dirección autoritaria tomada del leninismo–. Motivo por el que el surrealismo no echó raíces; aportó, pero sin demasiado caso.
Ni por esas, Juaristi ha podido olvidarse de él en un título con «aire surrealista», comenta. Tomado de un poema de Lope, «Los árboles inmóviles» hacen referencia al desarraigo. «Un árbol sólo puede transportarse si se arranca de raíz. Me parecía que la idea se relaciona con los barcos del exilio», completa. Lope habló de los barcos de la Armada Invencible como leños a la deriva y también compara al hombre con uno sin raíces que puede ir de un lado a otro, ya utilizado por Blas de Otero –con el que comienza el libro–.

Un español por los pelos

José Félix de Lequerica –embajador de España en Francia– había logrado imponer al Gobierno de Vichy la prohibición de que los refugiados republicanos de 18 a 48 años salieran del país para llevar a cada uno de ellos a juicio y depurar responsabilidades. Pero, sin poder controlarlo todo, en uno de los resquicios aparece Toribio Echevarria, una de las figuras más respetadas del socialismo de Éibar. El vasco había llegado a Francia tras estallar la Guerra Civil destinado en la embajada parisina. Tras saltarse el veto y embarcarse en el «Paul Lemerle», Echevarria terminó sus días en Caracas (Venezuela).

«Los árboles portátiles»

Jon Juaristi
Taurus
464 páginas, 20,90 euros