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Boxeo, literatura y tatuajes

En su nueva novela, “Hurra” (Blackie Books), no se olvida del desencanto y nos presenta a una familia destrozada, desbordada por el dolor de perder a Ellen, la hija pequeña, que se ha suicidado tirándose por un aparcamiento de varias plantas.
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Ben Brooks luce un “look” entre el de un Beattle moderno con flequillo bajándole por la frente y gafas de pasta redondas; y el de un “hooligan” con polo ajustado y los brazos llenos de tatuajes, algunos dignos de piratas o convictos, pero uno le delata como un verdadero “freak”: la representación de los Horrocrux de Harry Potter en su muñeca izquierda. Con la derecha reta a su interlocutor a un pulso, y gana las dos veces con facilidad. Tiene mucha fuerza en los brazos, y no gracias a la escritura, sino al boxeo, un deporte que practica aunque no sienta simpatía por su mayor estrella, Floyd Mayweather: “No le interesa el boxeo, sólo las mujeres, el dinero, y ser amigo de “disgusting” Bieber”. Sí, tampoco siente cariño por Justin Bieber, uno de esos ídolos “teen” que hacen que Brooks observe el mundo, y su criterio, con cierta apatía, sentimiento que transmite en los seis libros que ya ha escrito con tan solo 24 años. En su nueva novela, “Hurra” (Blackie Books), no se olvida del desencanto y nos presenta a una familia destrozada, desbordada por el dolor de perder a Ellen, la hija pequeña, que se ha suicidado tirándose por un aparcamiento de varias plantas.
El protagonista del libro, Daniel, hermano mayor de Ellen, es el retrato que Brooks ha hecho de sí mismo: una persona que no se atreve a aceptar sus temores, que evita el amor para no sufrir sus daños, que se regodea en sus dudas hasta multiplicarlas, que le satisface la tristeza y que, como tantos jóvenes, está harto de vivir en un mundo inútil para la existencia. En definitiva, Daniel y su alterego real, Ben Brooks, se encuentran en constante autodestrucción. El escritor lo intenta sobrellevar acompañado de una pequeña botella de whisky que guarda en el bolsillo de su chaqueta y de la que bebe de vez en cuando un largo sorbo. Pero nada como la cerveza. Pide unas latas al empezar la entrevista para poder contestar a las preguntas en condiciones normales y cuando llegan, da dos toques con el dedo índice de su mano derecha sobre la anilla antes de abrirla. Hombre de rituales: “Cada año apuesto 10 libras a que Haruki Murakami gana el Nobel de Literatura y siempre pierdo”. El japonés, eterno nominado al galardón, es uno de sus autores favoritos, uno de esos por los que “me meto en mi habitación a leer y a beber durante tres días sin tener contacto con nadie”.
En la literatura de Brooks encontramos rasgos comunes con la de Murakami, como la fatalidad de lo cotidiano, la desidia y el hastío. Una escritura otoñal que contrasta con la estética primaveral de las tapas de sus libros, con flores estampadas y un aire “vintage”, al estilo del mantel de casa de la abuela: “Es ridículo, a la gente le gustan mis libros por sus portadas, y los reconoce por eso”, admite Brooks mientras chasquea los dedos. Lo cierto es que no le guarda cariño a sus novelas desde el proceso creativo: “No estoy feliz con ninguno de ellas porque no creo que tenga talento”. Aunque no confíe en sí mismo, sus lectores sí le admiran y lo ha convertido en la referencia literaria de los veinteañeros que se sienten identificado con él. Pero para Brooks eso no significa nada y asegura que “no quiero ser la voz de una generación ni de nadie, yo escribo para mí mismo”. Y al principio del año le apetecía hacer una novela de ficción, pero confiesa que “la historia parecía la de un grupo de monos borrachos. Es un género que he intentado trabajar y me cuesta bastante”.
También le hubiese gustado ser guionista de “Skins” (en su versión británica), serie que se desarrolla en Bristol, en el suroeste de Inglaterra, a menos de una hora en coche de Gloucester, localidad natal de Brooks, situada en la frontera con Galés, de ahí su marcado acento. “Skins” está protagonizada por unos adolescentes, compañeros de clase en el instituto, que llevan una vida desenfrenada, “undreground” y conflictiva, viciada por el alcohol y las drogas: “Me encanta. Las dos primeras temporadas son las mejores. Jugaba con mi hermana a imitar a los personajes”. De hecho Brooks, sin soltar su pequeña botella de whisky, parece que desee ser uno de ellos, persiguiendo una existencia bohemia y desapegada a lo sistemático.