Carlos Barral, qué bello es editar y vivir
Un volumen reúne todo el ciclo biográfico de Carlos Barral, uno de los mayores representantes de la llamada generación de los cincuenta.
Un volumen reúne todo el ciclo biográfico de Carlos Barral, uno de los mayores representantes de la llamada generación de los cincuenta.
Al cumplirse cuarenta años de la publicación de «Años de penitencia», primer volumen del ciclo memorialístico de Carlos Barral (1928-1989), aparece ahora la edición íntegra de este conjunto al cuidado y revisión de Andreu Jaume, incluyendo «Los años sin excusa» y «Cuando las horas veloces». Con el título de «Memorias retorna», así la voz y el recuerdo de esta señera figura del grupo literario de los años cincuenta, perspicaz conocedor de la cultura anglosajona, amante admirador de la prosa moralista francesa, dandi de estudiado sibaritismo intelectual, exquisito degustador del placer de vivir y, en claro guiño generacional que ya defendiera su entrañable Gil de Biedma, también decidido «partidario de la felicidad». Poeta, prosista, editor e incluso político –senador y parlamentario europeo por el PSC-PSOE–, Barral detalla estas facetas en un minucioso ejercicio rememorativo donde, más allá de lo recordado, se revive la experiencia colectiva de tres décadas de la extensa postguerra civil española.
w Sensibilidad evocativa
Anteponiendo una irrenunciable voluntad de estilo a la mera narratividad anécdótica o al episódico azar de lo cotidiano, ñesta es una escritura rigurosamente literaria, entroncada con la mejor tradición estética de la sensibilidad evocativa y la reconstrucción del pasado. Se fija así un tiempo interior del relato, un espacio lírico de la memoria donde anida la reflexión moral, la crítica de la cultura, el contestatarismo social, la sentimentalidad erótica y la convulsión de la belleza. Con un narcisismo bien entendido, nuestro poeta protagoniza una fascinante aventura vital que aúna el compromiso civil con la perspicaz mirada introspectiva; lo público y lo íntimo conviviendo en singular proeza autobiográfica. «Años de penitencia» (1975) recoge vivencias de infancia y juventud, los momentos de configuración de la personalidad, destacando los ascendentes familiares ligados a la localidad marinera de Calafell, uno de sus más queridos imaginarios literarios; el noviazgo con Yvonne Hortet, las milicias universitarias, la excepcionalidad cultural del franquismo, el encuentro con Jaime Gil de Biedma, la aridez de los estudios universitarios; y la conformación, a través de la revista «Laye», del grupo generacional que contaría con, entre otros, José Agustín Goytisolo, Alberto Oliart, Juan Marsé, Jaime Ferrán y José María Castellet como aglutinante de las aspiraciones de todos ellos. Con «Los años sin excusa» (1978) nos adentramos en la faceta editora de Barral, quien, junto a Víctor Seix, impulsaría la mítica empresa que, aunando ambos apellidos, situaría la narrativa española e hispanoamericana en los niveles europeos de aquella transgresora modernidad; sin olvidar iniciativas como los premios Biblioteca Breve y Formentor, que devendrán en auténticos foros de debate crítico sobre la función social y estética de la novela como renovable género literario; y no falta toda una nefasta anecdótica de brega con la censura, siempre arbitraria y desconcertante, del tardofranquismo crepuscular; y, sobre todo, la configuración de una conciencia poética en que tanto influyen T.S. Eliot, Mallarmé, Rilke, Leopardi, Pavese y clásicos latinos como Ovidio y Lucrecio. «Cuando las horas veloces» (1988) tiene un tono conclusivo y decadente, marcado por esos diez años de Barral Editores, el suicidio de Gabriel Ferrater y Alfonso Costafreda, la rememoración de sus significativos –entre la adhesión y la crítica– viajes a Cuba, o el eterno retorno a la casa-refugio de la costa tarraconense. Cierran muy idóneamente este volumen unas inacabadas «Memorias de infancia». ya publicadas en la segunda edición de «Años de penitencia». Como muy bien señala Andreu Jaume en su utilísimo estudio introductorio, el origen de esta prosa memorialística deriva de, por un lado, la detenida y creativa lectura de clásicos de la autorreferencialidad como las memorias del duque de Saint-Simon y, por otro, de la conciencia vital de la experiencia que se encuentra ya en «Metropolitano», el primer poemario de nuestro escritor. Y es que este ciclo del recuerdo no tiene tanto una pretensión testimonial, como verificadora de una estética en la que el paso del tiempo, la conversada relación entre amigos, las expansiones alcohólicas de la nocturnidad, la retórica de la poesía, la diferida presencia de la guerra civil, la díscola pertenencia a una burguesía no tan ilustrada, la metafisica de su navegado Mediterráneo o el atractivo de una asumida soledad artística conforman categorías identitarias, referentes ineludibles de quien evoluciona con su propio pasado a cuestas.
Conjunto evocativo
Carlos Barral mantuvo en su trayectoria una pertinaz tentación rememorativa, como lo prueban «Los diarios / 1957-1989» (1993), material algo leve e insustancial, y la novela autorreferencial «Penúltimos castigos», que le propinaría algún disgusto judicial. Todo este conjunto evocativo, su eficacia expresiva y agilidad narrativa, corroboran la necesaria complicidad con el lector, que Philippe Lejeune en «El pacto autobiográfico» señala como un elemento esencial para la vigencia, aquí plenamente lograda, del texto literario. Si es muy posible que su dedicación editora lastrara una mayor depuración de la obra poética, también un cierto selecto señorío moral e intelectual impregnará su mundo personal. Un libro sencillamente imprescindible.