Cirlot, sin censuras
Intelectual tan inclasificable como apasionante, ve la luz al cumplirse el centenario de su nacimiento la única novela de Juan Eduardo Cirlot, «Nebiros», escrita en el verano de 1950 y con la que la censura en su momento se mostró implacable. «No se debe autorizar», fue su escueto veredicto. Por fin ahora podemos disfrutarla
Intelectual tan inclasificable como apasionante, ve la luz al cumplirse el centenario de su nacimiento la única novela de Juan Eduardo Cirlot, «Nebiros», escrita en el verano de 1950 y con la que la censura en su momento se mostró implacable.
La literatura española de los pasados años cincuenta vino marcada por el realismo testimonial en la narrativa y la experiencia cotidiana en poesía. No debe olvidarse, sin embargo, la importancia de una creatividad marginal, extemporánea, anticonvencional y alucinada, que emparentaba con los ísmos de la surrealidad y reivindicaba la abstracción, el conceptualismo y la irracionalidad como formas superiores del conocimiento artístico. Basta recordar a poetas como Miguel Labordeta o Carlos Edmundo de Ory, el cine de José Val del Omar, y los grupos plásticos de El Paso o Dau al Set.
En esta órbita cabe situar la obra, totalmente original e inclasificable, del ensayista, compositor, poeta y crítico de arte Juan Eduardo Cirlot (Barcelona, 1916-1973). Su perfil intelectual resulta fascinante: actualizó la figuración surrealista procedente de Buñuel o Lorca e interrumpida por la Guerra Civil con poemarios como «Amor» (1951) o «El Palacio de plata» (1955); su «Diccionario de símbolos» (1968) es de obligada consulta si se quiere comprender el alcance del cisne modernista, la rosa mística o la cuadratura del círculo; experimentó con la mitografía cinematográfica creando, a partir de «El señor de la guerra» (1965), de Franklin J. Schaffner, el ciclo poético de Bronwyn (1967), recreación medieval y estetizante de una apasionada historia de amor; revolucionó el aforismo en «Del no mundo» (1969), dotándole de una peculiar proyección existencial; se adentró en el universo onírico de la surrealidad con «80 sueños» (1951), personal recuento de muy características obsesiones; y fue un penetrante observador de emblemáticos objetos, como lo prueba, de modo más anecdótico aunque no banal, su condición de arduo coleccionista de espadas. Al cumplirse el centenario de su nacimiento ve la luz su única novela, «Nebiros», escrita en el verano de 1950 y recuperada ahora tras el hallazgo del manuscrito en el Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares, depositado allí en su día a disposición de la censura, que fue implacable con la libre creatividad del texto: «De una moralidad grosera y repugnante. No se debe autorizar». Datos éstos, entre otros, que se detallan con sutil precisión en el clarificador epílogo de Victoria Cirlot.
Ésta es la historia de una noche en la vida de un hombre desengañado y errático, que ha heredado de su padre, a quien temía y odiaba a la vez, un oscuro negocio burocrático que constituye su desalentador referente vital. Al caer la tarde saldrá de su oficina emprendiendo un paseo nocturno de significación catártica y tono iniciático, puesto que se plantea un balance de su existencia y un cambio radical de la misma. Recorre una indeterminada zona portuaria; sigue por la calle a una mujer y a una pareja de enamorados en una vaga ensoñación erótica; se detiene en un puesto de libros viejos, atraído por algún título sobre magia y esoterismo; visita un comedor social, constatando el sentido igualitario de la pobreza; oye conmovido la historia de un niño quemado por su hermano, en clara significación del horror cotidiano; le admira el desinhibido bullicio de un mercadillo callejero; entra en un prostíbulo, comprobando el protagonismo del sexo y la soledad como sucedáneos del amor; ya en casa repasa su biblioteca, en la que sobresale un curioso libro, «Los secretos del Infierno», que conecta con su sorprendente encuentro con la figuración ideal de un demonio, Nebiros; este actuará como su conciencia inversa, la fascinante atracción del mal. Es esta una novela de introspección existencial, en la que el protagonista, deshumanizado, egocéntrico y desnortado, anhela un cambio de personalidad.
- Un paseo catártico
Misántropo, nihilista, receloso de la cultura y el pensamiento, nuestro héroe se enfrenta al dilema de continuar con su adocenada vida o acceder a un caos esteticista, creativo y liberador. En esta disyuntiva se interrelacionan la propia experiencia y la pura literatura, porque se propone «Leer lo que se estaba viendo, para poder vivirlo». La latente presencia de la muerte, el absurdo de la realidad y la ambivalencia identitaria nos remiten directamente a Kafka, pero se hallan aquí también algunos clásicos referentes cirlotianos: la alusión a Cartago, ese luminoso fracaso histórico; Lilith, la perturbadora mujer transfigurada en una imaginativa alucinación; el mito de Ariadna y el inquietante laberinto; la influencia de Buda o Schopenhauer, para quienes el dolor es inútil; la fuerza del destino, esa «fantasmagoría de la persona» que ya señalaba San Agustín; o la leyenda de Prometeo, robando a los dioses el fuego sagrado para entregarlo a la civilización humana. Todo ello enmarcado, sin ningún nombre propio de personajes –Nebiros aparte– o lugares, en un limbo malditista y desarraigado, en ese espacio metaliterario, atormentado y enfermizo que, conectándolo con Baudelaire, tan bien supo formular Bataille.
Sin perder el pulso narrativo, este relato puede entenderse como una «no-novela», quizá a la manera unamuniana de aquella «nivola» –«Niebla», recuérdese–, que no pretendía tanto un desarrollo argumentativo como la afirmación de una personal ideología sobre la existencia y la realidad, la ética y la estética, el mundo y su representación artística. Esta única novela de Cirlot nos llega, sesenta y tantos años después de su escritura, con un estilo discursivo y divagante, de torrencial fuerza prosística y arrebatadora mixtificación simbólica.
Sobre el autor
Escritor encuadrado en el vanguardismo surrealista español de posguerra obsesionado con el valor simbólico de la realidad y el mundo de los sueños. Se mostró fascinado por el objetualismo emblemático y destacó como crítico de arte, muy interesado en el cine como expresión visual de honda espiritualidad.
Ideal para...
acceder a una singular narrativa que combina referencias fantásticas con meditaciones existenciales, vertido todo ello en una prosa de ritmo torrencial e imaginativa. expresividad y lograda altura intelectual.
Un defecto
Ninguno sensiblemente apreciable, descontando la lógica complejidad de una culta literatura como ésta, caracterizada por la elaboración formal y la lógica densidad.
Una virtud
En la configuración de ese oscuro personaje protagonista es donde radica la esencia de esta única novela de Cirlot, una modélica ficción conceptual marcada por el absurdo de la existencia, la libertad fabuladora y la literaturización de la vida.
Puntuación: 10
Lecturas relacionadas
«La literatura y el mal»
G. Bataille, Nortesur, 18 €, 224 págs.
Se estudia, a través de la obra de Baudelaire, Sade o Genet, la relatividad del bien y del mal desde el punto de vista estético y cómo da lugar a una pose autorial de carácter marginal. malditista.
«Poesía, 1945-1969»
C. Edumndo de Ory, Edhasa, 20 €, 345 págs.
Esta eficaz recopilación a cargo de Félix Grande da una perfecta idea de la recuperación del ideal vanguardista en unos años durante los que imperaba la estética del realismo social.
«Las flores del mal»
Ch. Baudelaire, Austral, 2,95 €, 288 págs.
Poemario clave, fundacional, de la estética del desarraigo vital y la belleza automarginada. Páginas de impresionante fuerza lírica que serán claro referente de la posmodernidad.