Crecer en los años del plomo
Edurne Portela nos sorprendió el año pasado con su ensayo «El eco de los disparos», donde señalaba la culpabilidad de la sociedad vasca en el conflicto al tiempo que defendía el papel decisivo de la cultura como instrumento de cambio. Ahora, en plena resaca de la aramburiana «Patria», regresa con una novela que retrata la vida de una chica que crece en la margen izquierda del Nervión (enclave de fábricas, guetos obreros, detritus medioambiental, consignas asesinas y pelotas de goma) en todos los periodos de su vida: infancia, adolescencia y madurez. Y todo ello, en el seno de un hogar cargado de violencia, dolor, culpa, silencios y miedo. Las costuras de la familia de Amaia son múltiples: el paro, desindustrialización, heroína, los odios de proetarras y txakurras, la violencia doméstica... Las agresiones de los culpables y la defensa de las víctimas, tanto en el espacio público como en el privado. Y lo peor de todo: observamos que quien ejerce el terror instaura la meteorología del pánico en forma de silencio.
A lo largo de 234 páginas, crecemos con la voz de Amaia Gorostiaga acompañándola en su proceso de crecimiento: sus lágrimas cuando ve miedo en casa y solo desea su regalo de Navidad; hermanos yonkis o borrokas cuando únicamente debiera centrarse en sus trabajos escolares... los moretones de su madre cuando lo único que anhela es ejercer de niña. Veremos cómo su voz cambia con la edad y la comprensión de su entorno de una manera absolutamente creíble al tiempo que quirúrgica.
Es una novela atravesada por la violencia, no únicamente provocada por el terrorismo sino también por la ejercida en aquel clima convulso y terrible que se respiraba durante los años 80: la reconversión industrial, la epidemia de la heroína, la violencia machista, la tortura, las violaciones, las pérdidas. Un relato áspero, doloroso y nada complaciente, con aquella España dividida entre lo que fue La Movida y los nacionalismos criminales, el europeísmo y el tardofranquismo que nunca terminaba, la cerrazón y el aperturismo. Todo ello narrado por una voz que absorbe todas las voces y sabe contarnos la forma en que se mueven frente a ese plano inclinado de una violencia despiadada. Brutal. Punzante. Una gran historia que esperemos no deba competir en la carrera por convertirse en «la gran novela vasca» porque no debería haberla.