Cuando lo mínimo es máximo
Está fuera de toda duda que la escritura aforística es, en sí misma, un género literario. Cuenta con una tradición milenaria que se remonta a la filosofía clásica griega y al inveterado pensamiento oriental; y mantiene una identidad perfectamente definida: sintética brevedad expresiva, máxima eficacia ideográfica, clara intención ocurrente, afilada mirada crítica y sorprendentes planteamientos teóricos. Véase una muestra del mejor conceptualismo barroco en palabras del Baltasar Gracián: «Son tontos todos los que lo parecen más la mitad de los que no lo parecen». Un particular tono sentencioso, la frecuente deriva humorística, así como una visión transgresora, desinhibida y anticonvencional de la realidad, marcan esta estética que aúna lo culto y lo popular, la trascendencia y la banalidad, el laconismo y la elocuencia. El aforismo logra una máxima eficacia artística en su modalidad poética, ya que los contenidos y formas líricas agudizan su carácter intemporal, refuerzan la voluntad de estilo y el placer textual, al tiempo que evidencian su espítritu escéptico, especulativo, relativizador.
Buena prueba de la vigencia de este género es la antología «Fuegos de palabras. El aforismo poético español de los siglos XX y XXI (1900-2014)», de la poeta, periodista y profesora de escritura creativa Carmen Camacho (Alcaudete, Jaén, 1976), quien, aforista a su vez, ha sabido seleccionar con acertada sensibilidad y ponderado rigor las mejores máximas, recorriendo generacionalmente variados estilos y significados. La «Introducción» a cargo de la propia antóloga es un modelo de minucioso estado de la cuestión, actualización bibliográfica y exposición de estos procesos creativos: «Los aforismos suceden, se aparecen. Se presentan de repente en la conciencia de quien los escribe». En esta repentina improvisación imaginativa radica la idiosincrasia de una literatura de incisiva brevedad e ingeniosa contundencia.
Las galletas de luna
Encontramos en estas páginas desde las emblemáticas greguerías de Ramón Gómez de la Serna –«El poeta se alimenta con galletas de luna»– a las ocurrencias definitorias de Andrés Neuman –«Dicotomía. Verdad partida al medio»; «Bolero. Alegría de llorar»–, pasando por las «máximas mínimas» de Jardiel Poncela –«La Filosofía es la Física recreativa del alma»–, la sensible austeridad de Miguel Hernández –«La pena más honda la olvido ante el perejil»–, o el excéntrico surrealismo de Fernando Arrabal –«El desaborido polígamo se baña en agua de sosas». Una mirada actualizada, imprescindible, en suma, sobre esta literatura de metafóricas analogías y mordaces significados.