De Corín Tellado a Isabel Allende

Una visita a Blanes, donde se hace un homenaje a la obra de Roberto Bolaño y donde comparte las horas y el día con los amigos, los hijos y la esposa del escritor (y también, en otra casa, comparte las horas con la madre, la hermana y «la mujer a la que Roberto había amado durante sus últimos tres años de vida»), una entrevista deliciosa a Isabel Allende en México, una visita a la casa de Corín Tellado, una declaración de principios sobre la fealdad (¿o en realidad es sobre la belleza?), un peregrinaje por los pasillos del sexo vivido sin frenos ni tabúes, una puesta en escena de las delicias y de los sabores de la vida misma pueden, en manos de Gabriela Wiener, convertirse en un material exquisito sobre el cual la escritora refleja los miedos, la inseguridad, los deseos, y hace, con todo eso, no una autobiografía, sino otra cosa: un espejo donde despunta su identidad.

Con una prosa en movimiento continuo cargada de detalles minuciosos y que ofrecen el retrato de una mujer actual, las historias de Gabriela Wiener trascienden el terreno personal, pues indaga en zonas que, con su escritura torrencial y sincera, se vuelven universales. Así aparecen cuestiones actuales como la maternidad, el sexo, las parejas, los viajes, los idilios, los sueños, las trampas.

«Creo que lo más honesto que puedo hacer literariamente es contar las cosas como las veo, sin artificios, sin disfraces, sin filtros, sin mentiras, con mis prejuicios, obsesiones y complejos, con las verdades en minúscula y por lo general sospechosas», señala Gabriela Wiener en algún momento de «Llamada perdida» como quien muestra una sinceridad en busca de confianza y no de condena y se dispone a desvelar, detrás del murmullo cotidiano, una marca, una historia, un viaje, una vida llamada a no darse jamás por perdida.