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De la isla al sueño americano

larazon

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Desde 1892 hasta noviembre de 1954 las puertas de entrada al paraíso americano estuvieron en la isla de Ellis. Los grandes barcos llegaban al puerto de Nueva York donde desembarcaban los viajeros de la primera y la segunda clase y, rápidamente, los de la tercera, que, después de un viaje hacinados, oliendo a miseria y desinfectante, eran trasladados a la isla para evaluar si les permitían o no el acceso a la tierra prometida. Curiosamente, solo era necesario tener el dinero suficiente para pagarse un billete de primera o segunda y entrar de manera directa en Estados Unidos, sin ser examinado y catalogado con una letra escrita con tiza sobre su ropa tras una inspección médica y veintinueve preguntas que aterraban a los inmigrantes, en su mayoría italianos, irlandeses o rusos, que temblaban por el frío y aún más por el miedo a ser devueltos al infierno del que procedían.
Monotonía y dolor
Tras cuarenta y cinco años en su puesto, el inspector jefe de la isla se enfrenta al cierre del lugar en el que ha vivido casi toda su vida y, a lo largo de once días, solo, escribe sus recuerdos. Allí atracaron dos barcos que alteraron la monotonía de su existencia marcándola con el dolor: el «Germania», que transportaba una terrible epidemia de tifus desde Francia, y el «Cincinnati», que llegó desde Nápoles en 1923. Ellos trajeron sufrimiento, amor y remordimiento a la vida de este hombre silencioso y solitario, acostumbrado a reprimir sus sentimientos, un personaje serio y eficaz, idóneo para su puesto. John Mitchel ha vivido la historia de su país estando muy cerca y a la vez muy lejos, sin participar directamente.
Durante todos esos años Estados Unidos vivió grandes momentos, pero a la isla solo llegaban los ecos: la prohibición de la venta de alcohol, las mafias, la Gran Depresión, el Jueves Negro de Wall Street y la inmediata ruina del país que sufrió el hambre y el paro, y la Segunda Guerra Mundial. «Desde Ellis, observé vivir a América», dice en algún momento. Ahora es el capitán de un barco fantasma que recupera algunas de sus sombras para hacerlas justicia. Y así descubrimos su amor hacia su esposa muerta y su exaltada pasión hacia una inmigrante de Cerdeña. Con lo que esta joven le contó él fue reconstruyendo su historia a través de las noches en vela y esta parte, que transcurre lejos de América, resulta ser la más viva de la novela. Una historia escrita en forma de diario, con un estilo contenido que se ajusta bien al protagonista: un hombre que es una isla dentro de otra isla, una de esas personas que cumplen casi toda su vida con su deber.