Dios está en toda la galaxia
Al final del Evangelio de Marcos, Jesús dice a sus discípulos: «Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura». Remitiéndose a estas palabras del Nuevo Testamento, tal vez los modernos apóstoles deban expandir su predicación a criaturas de otros mundos... Bajo tal premisa, nace esta novela de-sesperadamente hermosa, triste, penetrante e inteligente. Con la medida de la larga distancia –que ya practicara con «Pétalo carmesí, flor blanca»–, se adentra en un profundo examen de la empatía, el sufrimiento, el amor, la distancia, los orígenes de la fe, con la idea del proselitismo interestelar de fondo que ya atrajera a otros creadores. No en vano, los «trekkies» recordarán cómo la tripulación del «Enterprise» tropezó con los adoradores del Hijo en un remoto planeta o Mary Doria Russell en su novela «Rakhat» se ocupaba de un sacerdote jesuita que viajaba a años luz de distancia para mayor gloria de Dios.
En este marco de especulación teológico-cósmica se sitúa este libro sobre «el hecho humano». Conocemos el último día en la tierra de Peter Leigh. Ha completado la insalvable distancia entre la drogadicción y el ministerio de Dios. Está listo para dar el gran salto, pero ¿hacia dónde? Ha sido elegido entre miles de aspirantes para servir como ministro del Señor a una población indígena del planeta Oasis.
Guía divina
Faber no se ocupa demasiado de los aspectos tecnológicos del «salto» que le transporta a años luz de su hogar y de su esposa Bea. De hecho, su argumentario no dista de la hermosa simplicidad de la serie de culto «Doctor Who». Tampoco indaga sobre su «patrón», la corporación USIC, envuelta en sombras... Acaso porque esas distracciones prácticas no son relevantes para su vocación: «Dios me guiará», le dice a su nerviosa esposa antes de salir disparado hacia los cielos. Pero una vez que el pastor llega al nuevo mundo, la novela nos sumerge en una atmósfera privativa: abrasadoras tormentas, la extraña morfología de los alienígenas, sus costumbres, voces susurrantes que suenan como helechos mojados aplastados por los pies, su lenguaje sin consonantes, cuya traslación recuerda el alfabeto cirílico. Abordará el problema de la extranjería, el uso y el mal uso de nuestros semejantes, la imposición de una civilización sobre otra, las conradianas incursiones coloniales, la arrogancia del occidental blanco... Pero Peter encontrará decenas de fieles oasianos que ansían las enseñanzas de Jesús. Una y otra vez, les leerá «El libro de las cosas nunca vistas», que no es otro que nuestra Biblia.
Es una historia que nos habla sobre el poder del lenguaje, la capacidad de las palabras para ampliar divisiones, salvarnos o distanciarnos de la persona amada. Pero, sobre todo, estamos ante un novelista que resulta ser un maestro del tai chi en su manejo de conexiones inesperadas, ironías y emociones. Un libro desafiante que podría adscribirse a la ciencia ficción, la especulación teológica o mejor que ninguna otra cosa, al «nunca antes de Faber».