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Don Winslow se hace un lío

Don Winslow se hace un lío
Don Winslow se hace un líolarazon

Para los entusiastas de las novelas de Don Winslow, que son una legión recuperar las aventuras de Neal Carey parecía el mayor de los acontecimientos. Quien ha leído sus obras maestras, desde «El infierno de Frankie Machine» (2006) a su prodigiosa serie del detective surfista Boone Daniels, «El club del amanecer» (2012), «Los reyes del cool» (2012) y «La hora de los caballeros» (2009), por orden de aparición en España, anda un tanto necesitado de un buen chute de Winslow y a falta de novedades, que escasean, qué mejor que su primeras novelas protagonizadas por un detective metomentodo. «Un soplo de aire fresco» (1991), fue traducida el año pasado y hubo que reconocer que, dentro de sus limitaciones, era un fascinante debut del escritor en la novela negra. Winslow mostraba ya sus seductoras maneras de narrar y crear un personaje tan elaborado y preciso que en él podían mirarse con orgullo los Frankie Machine, Bobby Z y demás perdedores de sus futuras novelas.

La serie tuvo un brillante inicio y un declinante descenso hacia la insignificancia. Lo prueba este segundo título de Neal Carey: «Tras la pista del espejo de Buda». Una vez creado el personaje, Don Winslow debió pensar que el trabajo duro ya estaba hecho y que nada le impedía abandonarse a la nostalgia de las añejas novelas de aventuras exóticas, espías y misterio, y se hizo un lío.

Interés arqueológico

Si algo justifica la traducción de esta serie es la importancia que cada día cobra su autor y cierto interés arqueológico, pues este título fue reelaborado y mejorado en «Satori», la secuela que Winslow escribió sobre el espía Nicholai Hel, a partir de «Shibumi», de Trevanian. Tampoco hay que ponerse puristas, porque en «Tras la pista del espejo de Buda» hay momentos de un gran dinamismo y pasajes que anuncian un estilo tan personal como inclasificable.

Aquí, Don Winslow ya maneja con pericia numerosos recursos narrativos que hoy se han convertido en su marca de fábrica, incluso sus más conspicuos defectos, que aquí se nos antojan ya insoportables: su afición por las guías turísticas y su prolija relación de la revolución cultural china y la historia de la espía, que no encuentran otro acomodo narrativo que el excurso injustificado.

¡Quién iba a decir que Don Winslow resultara aburrido! Y lo es por puro agotamiento, pues toma al lector por un confidente benévolo. Craso error: el lector, un tanto hastiado, se revuelve cuando el autor abusa de su paciencia y lo castiga con una serie de rollos que lo desvían de la acción y hacen verdaderamente cansina la aventura. Como no hay vuelta atrás, lo mejor es esperar a que el autor publique un nuevo título. Estas de Neal Carey hay que tomarlas por lo que son: probaturas con destellos. Un soplo de aire fresco.