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El Auténtico creador de «Los juegos del hambre»

El escritor Robert Sheckley ve redimensionado su impresionante legado como uno de los mejores escritores satíricos de la historia
larazon

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El escritor Robert Sheckley ve redimensionado su impresionante legado como uno de los mejores escritores satíricos de la historia
Cuando la imaginación se resiste a los lugares comunes, su poder vivificador es tremendo. No hay nada parecido, natural o artificial, en el mundo entero. Como esa típica escena en que un hombre o una mujer pierden los nervios y empiezan a gritar fuera de sí, histéricos. Entonces viene el doctor, apuesto siempre, y les da un tortazo. De pronto, ese abrupto expresivo les retorna a la realidad y se calman. La vida es esa pérdida histérica de control y la imaginación ese gran sopapo que nos calma y nos devuelve a la realidad. Al menos este es el efecto que consiguen los cuentos y novelas de Robert Sheckley, uno de los grandes escritores satíricos de la historia, a la altura de Voltaire, Swift o Calvino, pero que el ghetto en el que a veces se encierra a los autores de ciencia ficción ha oscurecido miserablemente. Tanto mejor, ahora ha llegado el momento de reivindicarlo a lo grande.
Sheckley era un judío más en el embotado Brooklyn de finales de los años 20, cuando su madre le dio a luz con cierto descanso, porque tenía la cabeza muy grande ya desde su nacimiento. Nunca superó su complejo de testarazo enorme. Tal vez por eso le gustaba soñar en historias de otros mundos, en las que la cabeza grande era una norma y las proporcionadas y bellas eran cortadas para exhibirlas en los museos. Su sátira se afiló bien temprano y dio pie a ser el mejor representante del relativismo cultural de la historia de la ficción. Lo que Swift hizo en «Los viajes de Gulliver» él lo llevó por todo el universo, hasta bautizar, según los registros, más de 250 planetas diferentes.
La ficción siempre formó parte de su sistema nervioso y tras servir en Corea empezó a enviar sus historias a las revistas de género. No era más que un veinteañero con una imaginación a prueba de bomba y unas enormes ganas de demostrar que lo suyo era talento innato. Y así parecen sus primeros cuentos. En «Ciudadanos del espacio», por ejemplo, escribe sobre planetas colonos de la tierra que hace 200 años que han perdido el contacto con la Tierra madre. Cuando se recuperan las comunicaciones y les avisan de la llegada de unos inspectores terrícolas, sus habitantes empezarán a leer libros para comportarse lo más posible como sus históricos padres. A uno se le pondrá el rol de asesino y ladrón y tendrá que matar a alguien del pueblo para encerrarlo en una cárcel recien construída y los de la Tierra no piensen que son unos salvajes.
En «Peregrinación a la Tierra» escribe la historia de un hombre de un lejano planeta que decide regresar a la Tierra atraído porque es el único lugar en todo el universo donde la gente hace lo que quiere sin restricciones y donde el amor sigue siendo la gran atracción emocional del ser humano. Cuando llegue a la Tierra descubrirá que sí que es una atracción, pero una atracción de verdad, en la que puede pagar por desfogarse tirando al plato, pero con mujeres de verdad, o pagar por enamorarse intensamente, hasta que, claro, uno deja de pagar.
La imaginación de Sheckley siempre son grandes fogonazos, fuegos artificiales de ingenio y sensibilidad, que arden rápido, sorprenden, hacen reír, asustan, conmueven, emocionan, al fin y al cabo. Por eso funciona mejor en historias cortas y se diluyen un poco en las novelas. Aún así sigue teniendo obras cumbre como «Trueque mental», en que las nuevas vacaciones son intercambiar el cuerpo con un extraterrestre en un lejano planeta. El problema vendrá cuando el otro se niegue a devolverte el tuyo. En otro de sus hitos, «Dimensión de milagros», que Douglas Adams sableó sin pestañear en «Guía del autoestopista galáctico», Shackley creó diferentes tierras a las que un perdido hombre del espacio tendrá que decidir cuál es la más idónea a la que regresar. Los desternillantes dinosaurios parlantes de esta novela merecen incluso que Escrivá les haga una mona de Pascua.
Lo triste del olvido de Sheckley hoy es que su influencia se ve cada vez más en toda la ficción contemporánea. «Los juevos del hambre» no es más que una adaptación de su cuento «La séptima víctima» y su imaginación se ve desde en la factoría Disney hasta en las grandes series de HBO.