El destino está en uina casa de baños
El punto de partida de la segunda novela de Eshkol Nevo (Jerusalén, 1971) publicada en España, tras «La simetría de los deseos» (Duomo), es tan sugerente y prometedor que el lector intuye desde el principio que ha entrado en un lugar donde le esperan gratas sorpresas y no se equivoca. Un acaudalado judío americano escribe una carta a un alcalde de Israel para comunicarle su deseo de perpetuar la memoria de su esposa construyendo una micvé (casa de baños rituales) que lleve su nombre en la Ciudad de los Justos. Imposible hacerlo en ese lugar, pero el alcalde no va a renunciar a tan generosa donación y decide construirla en un nuevo barrio habitado por inmigrantes rusos –Manantial del Orgullo– que no saben qué es una micvé, y se ponen muy contentos al suponer que las obras son para construir un lugar en el que reunirse a jugar al ajedrez.
Al hilo de este asunto va surgiendo el relato de diferentes historias de amor: la de Ben Zuck, el secretario del alcalde, que quiere recuperar a Ayelet, un amor perdido años antes; el ruso Antón, que ha seguido a Katia hasta Israel aunque no es judío; la de Yona, una profesora de clarinete, y Naim, el constructor de la micvé; el adolescente Daniel, obligado a cambiar de colegio y enamorado de una compañera de clase. Son historias que hablan de soledad, de incomunicación y malentendidos, de amores que no se olvidan aunque se pongan kilómetros de por medio y aparezcan nuevas personas y con ellas quizá hijos y nietos, pero, sobre todo, giran en torno a las segundas oportunidades con las mismas personas que se amaron y se perdieron y cómo el azar o el destino (llámese como se quiera) va y viene con sus giros inesperados hasta alcanzar el preciso cruce de caminos en el que dos personas comprenderán que ese sí es el momento adecuado. Para hablar de todo esto Nevo bebe de la tradición oral hebrea y oriental, sin olvidar, por supuesto, las referencias bíblicas que lleva al terreno de lo poético y cotidiano, como esa mujer que tiene «úlcera en el alma», y la alimenta con las palabras del Cantar de los Cantares. Mantiene al oyente-lector pendiente de sus hipnóticos relatos con un talento especial para hacer que sus personajes resulten cercanos y entrañables y convierte al humor en un imprescindible sazonador que evita la caída en el empalagamiento sentimental. Sorprende también la influencia del realismo mágico que origina momentos inolvidables, como la nieve que cae sólo donde viven los rusos, cuando el tiempo en Israel es húmedo y asfixiante, y que hace cambiar su nombre por el de Siberia.
Eshkol Nevo pertenece a la nueva hornada de escritores israelíes que ha tomado el testigo de las manos de Amos Oz, David Grossman o Abraham Yehoshua, una brillante generación que ha puesto el listón muy alto pero tiene unos dignísimos sucesores.