El gran «striptease» de la crisis
Giménez Bartlett transita con «Hombres desnudos» (Premio Planeta 2015) de su habitual género negro al social en una novela comprometida –pero no maniquea– con el telón de fondo de la recesión y el sexo de pago
Giménez Bartlett transita con «Hombres desnudos» (Premio Planeta 2015) de su habitual género negro al social en una novela comprometida –pero no maniquea– con el telón de fondo de la recesión y el sexo de pago
Desde hace casi una década, la producción cultural ha investigado en las causas, efectos o el mero retrato de la crisis. Buenos ejemplos de ello son Aleix Saló en cómic, con «Españistán» o «¿Quién se ha comido a la clase media?»; en el terreno cinematográfico, «Cinco metros cuadrados», de Max Lemcke, una magnífica muestra, al igual que «Cuando todo era sólido», de Muñoz Molina, en ensayo. En ficción, el gran novelista de la crisis ha sido, sin duda, el inmenso Rafael Chirbes, que reflejó con su prosa coral su intención de dejar claro que el realismo no es más que un código que recoge las tensiones de lo actual. Como él mismo decía, una novela tiene algo de almacén de voces; de ahí su idea del artista como pararrayos que atrae las tensiones de su época. Pero no sólo en nuestros tiempos existe la literatura de la crisis. En los momentos difíciles, la tinta de nuestros autores ha estallado en buena prosa: desde la Generación del 98 a nuestros clásicos realistas: ¿qué es Galdós sino un cronista de la decadencia hispánica? ¿Y Quevedo? Incluso Cervantes, al retratar la frustrada ilusión de su Quijote.
- Del negro al social
En esa senda de novela social o literatura de la crisis o, acaso, ficción que intenta no tomar al lector como a un gato al que se le pasa la mano a favor del pelo, podríamos situar la novela ganadora de la 64ª edición del Premio Planeta. Lo que resulta curioso es que una autora que domina el género negro –dúctil como pocos para reflejar una sociedad y su tiempo, como ha demostrado Petros Márkaris– no se haya servido de él para este libro que nos habla del descenso a los infiernos de dos personas víctimas de estos aciagos tiempos, que no sólo generan pobreza e inseguridad, sino también traumas psicológicos capaces de llevar a cualquiera a situaciones insospechadas. Eso es lo que les ocurre a los protagonistas de esta historia. Dos criaturas absolutamente contemporáneas. Javier es un profesor de literatura de extracto social humilde que pierde su trabajo y, tras un periodo de congoja, prueba fortuna como «stripper» para dar con su cuerpo en el mundo de la prostitución masculina. Irene es una empresaria a la que su marido acaba de dejar por una mujer mucho más joven. Ella encarna ese perfil emergente formado por mujeres empresarias que han rebasado los cuarenta, poderosas, sin ataduras sentimentales que quieren disfrutar de su éxito con libertad. Situación que, en no pocos casos, incluye la contratación de servicios sexuales, que ha aumentado en un 30 por cierto durante esta etapa de grave recesión económica. El cruce de caminos, les adelanto, terminará siendo un calvario.
Tanto con los parados como con aquellos que han sufrido el abandono sentimental, ocurre un proceso paralelo: primero reciben la solidaridad de su entorno, para luego padecer el distanciamiento de núcleo vital. Aquel que se sale de la norma –aunque haya sido por motivos involuntarios– parece haber adquirido una enfermedad incurable que genera compasión, hasta que termina siendo rechazado por «temor al contagio»... para terminar convertido en un verdadero apestado social. Es en esa intersección donde confluyen los protagonistas que, por otra parte, pertenecen a mundos antagónicos. Irene es una niña bien que ha heredado la empresa de su padre y se mueve en una burbuja de confort; Javier es un hombre humilde y huérfano que encarna a todos aquellos que han caído más bajo durante estos tiempos aciagos por carecer de recursos, estatus o influencias. Acaso, ése sea el gran tema de la novela: desmontar el falso mito de que hemos terminado con la lucha de clases...
Aunque el humor tiene menos presencia que en otros libros de Giménez Bartllet, nos regala un personaje que funciona como un bufón shakesperiano: Iván, el contrapunto humorístico que merodea en torno a la crítica social que la novela evidencia. Divertido, espontáneo y libre...
Con el estilo limpio que caracteriza la prosa de Alicia Giménez Bartlett, realiza una denuncia social evidente pero no maniquea; señala sin aleccionar. No estamos ante literatura militante –que comprometería el estilo–, pero sí de denuncia. Para hablar del estado del alma humana en este principio de centuria se sirve de las voces de todos los protagonistas en forma de monólogos interiores que nos conducen tanto por la trama como por sus íntimos universos emocionales. Los diálogos, en los que está perfectamente entrenada gracias a su faceta de novelista policíaca, rematan estas páginas que aspiran a ser testigo de su época para no terminar siendo síntoma de ella.
Mujeres que han superado el romanticismo, sexo como ejercicio de libertad, el descenso al Hades de los parados y los abandonados por sus parejas, la lucha de clases, la camaradería entre hombres, la prostitución masculina... Incluso la decadencia de la literatura, que encarna a la perfección Javier, como profesor de Literatura... ¿Un especialista en libros dentro de un mundo en decadencia?
Sobre la autora
Alicia Giménez Bartlett nació en Almansa (Albacete) en 1951, y sólo en este último año ha cosechado el Pepe Carvalho, que otorga BCNegra, el premio de los Libreros de Euskadi y hace una semana, el José Luis Sampedro de Getafe Negro, además del Planeta.
Ideal para...
observar la imagen especular que nos devuelven sus protagonistas, y ver la forma en que la crisis nos afecta, según nuestro sexo, formación, ideología y condición social.
Un defecto
Se tarda en entrar en la historia y sentirse identificado con sus protagonistas. Pero lo que en un principio parece una trama meramente expositiva... detona en literatura con mayúsculas.
Una virtud
La credibilidad y el compromiso. Marca de la casa de Giménez Bartlett, tanto cuando escribe novelas policiacas como cuando abordó, en «Una habitación ajena», las tensiones entre Virginia Woolf y su sirvienta Nelly, nada exenta de trasunto social...
Puntuación: 9
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