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El legado de las hermanas Brontë

larazon

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¿Cómo es posible que, bajo el reinado de la soberana Victoria, tres hermanas de provincias, pobres, aisladas de todo y de todos –conventículos culturales incluidos–, pudieran crear un universo creativo que hoy consideramos clásico? Fueron geniales teniéndolo todo en contra: ser mujeres, vivir aisladas, obligadas a sublimar el amor y soportar la losa de demasiadas muertes familiares... Criadas bajo la tutela de un estricto clérigo anglicano –que pese a la leyenda negra que se cierne sobre él las alentó a cultivarse–, encarnan el claro ejemplo de cómo la escritura es motivo de redención. Charlotte, Emily y Anne, las hermanas Brontë, nunca abandonaron el pequeño pueblo de Haworth, en Yorkshire, ni la casa parroquial, ni la compañía de su progenitor. Enterraron a su madre y a sus hermanas, y sobrellevaron con dolor la turbia existencia de Branwell, el hermano en quien el vicario cifró todas sus expectativas artísticas pero que terminó sumido en el alcohol y el consumo de opio.
Fueron ellas quienes después de hacer las tareas domésticas, convivir con el murmullo del vecindario y una cotidianidad «felizmente aburrida», se afanaban cada tarde con la tinta y el papel, en un intento de complementar el exiguo sueldo del ministro de Dios. A la bronteana manera, Ángeles Caso nos transmite ese aroma literario que emanaban las hermanas, hasta el punto de parecer criaturas descritas por ellas mismas. En el punto de equilibrio entre la novela y la Historia se sitúan estas páginas conformadas con idéntica dosis de ternura y reivindicación. Al concluirlo, damos más valor, si cabe, a la obra de las hermanas, entendiéndola como una lucha contra lo políticamente correcto y lo moralmente debido.