El profesor nos lee la cartilla
Es posible que no sepamos bien en qué consiste enseñar y aprender literatura; pero es evidente que la materia de esas dedicaciones es la lectura y gratificante elaboración personal de unos textos de intencionalidad estética. Partiendo de esta premisa, Thomas C. Foster, profesor de escritura creativa y análisis literario en la Universidad de Michigan-Flint, publica en esta obra sus reflexiones, basadas en una extensa experiencia profesional, sobre la vivencia lectora como fundamento crítico de la expresión literaria. En un tono ameno, desinhibido y hasta humorístico, se abordan temas como el protagonismo de la violencia, eficaz generadora del conflicto argumental; el sentido simbólico –desde la Odisea– del viaje como recorrido por una trayectoria vital; la traslación interdisciplinar de modelos y referentes, como cuando en el contexto psicoanalítico se alude al «complejo de Edipo», personaje procedente de la tragedia griega clásica; la importancia estética del paisaje, una geografía física que acostumbra a derivar, como las estaciones del año o el clima ambiental, en una topografía moral; o la trascendencia narratológica de la enfermedad en la construcción del personaje literario. A estas y otras cuestiones se aplica el concepto del «lector docente», que se basa en la memoria, con la que comparamos entre lecturas acumuladas; el símbolo, que sirve para trascendentalizar lo evidente; y la estructura, que aporta una visión unitaria de la obra literaria. Esta metodología propicia un original «lenguaje de lectura» que da pleno sentido a la incomparable experiencia de la que tanto se enorgullecía Borges, ufano de los libros que había leído más que de los que había escrito. Basándose en el magisterio de Shakespeare y la Biblia, ejemplificando sobre la literatura anglosajona, dando voz figurada a alumnos que dialogan con el autor y auxiliándose de emblemáticos referentes cinematográficos, Foster logra un ágil ensayo que se sustenta en la libertad crítica y electiva del lector que contempla la literatura como una extensión de la vida. Se rechaza aquí el concepto de «canon literario» porque atenta, con su autoritarismo selectivo, contra la autonomía lectora. Se ahonda en el sentido de la interpretación de la obra literaria (completando la formulación de Susan Sontag), que debe degustarse con la mentalidad de la época en que fue escrita.
No deben desdeñarse la modernas reformulaciones de clásicos inolvidables como la actual inserción del vampirismo en la novelística de Jane Austen. Y se incide, con perspicacia, en la importancia de la mitografía grecolatina en la configuración, con numerosas variantes, de las tramas fundamentales que nutren el discurso relatado, ya sea en su vertiente narrativa, poética o teatral. Estas y otras cuestiones integran este sugestivo libro que, lejos de cualquier envaramiento académico, nos sumerge en la arrebatadora fiesta de la literatura.