«El resplandor cortó el cielo»
«Hiroshima», de John Hersey, recoge los testimonios de los supervivientes del ataque
«Hiroshima», de John Hersey, recoge los testimonios de los supervivientes del ataque
«De las ciudades importantes de Japón, Kioto e Hiroshima eran las únicas que no habían sido visitadas por B-san; y el señor Tanimoto, como todos sus vecinos y amigos, estaba casi enfermo de ansiedad (...); estaba seguro de que el turno le llegaría pronto (...) Hiroshima había recibido esas alarmas [antiaéreas] casi cada noche y durante semanas enteras, porque en ese tiempo los B-29 habían comenzado a usar el lago Biwa, al noreste de Hiroshima, como punto de encuentro. (...) La frecuencia de las alarmas y la continuada abstinencia del señor B con respecto a Hiroshima habían puesto a la gente nerviosa. Corría el rumor de que los norteamericanos estaban reservando algo especial para la ciudad». Y paro la cita porque fácilmente se podría poner todo el libro sin que nadie fuera capaz de levantar la mirada del papel (pantalla para los «homo cibernensis»). Es sólo un pequeñísimo fragmento de «Hiroshima», el reportaje del que John Hersey hizo su obra maestra narrando la historia que jamás se había contado.
Casi a un año de la explosión se había tocado el asunto desde todos los puntos de vista. La moralidad, la suerte por terminar con el conflicto, lo todopoderoso que era el imperio yanqui, datos y más datos, la batalla atómica... Menos, un «pequeño detalle», el de aquellos que sobrevivieron. Como ese reverendo Tanimoto del principio que esperaba ansioso lo peor, o las historias de la oficinista Tshiko Sasaki y el misionero alemán Wilhem Kleinsorge y sus semanas de aturdimiento después del paso del «Enola Gay».
Y aquí fue donde –con muy buen ojo– William Shawn, director ejecutivo de «The New Yorker», meses antes del primer aniversario le pidió a su corresponsal en Oriente una «historia humana». Había que detenerse en la gente. Uno de los momento del siglo XX había olvidado –ignorado– a sus tristes protagonistas. Y con éstas, Hersey se plantó en la ciudad nipona en mayo. Tres semanas de un estremecedor trabajo de campo que en agosto se convirtieron en unas 31.000 palabras, 150 páginas, que pasarían a la historia.
Junto a Tanimoto, Kleinsorge y Sasaki; Fuji, Nakamura y el doctor Terufimi iban a convertirse en elenco del relato que nunca quisieron haber contado y que el periodista lo plasmó detalle a detalle, desde los minutos previos a la explosión hasta las semanas posteriores, en las que también aparece la voz del emperador declarando el fin de una guerra de la que clamaban retirarse desde hacía meses. Algo que ampliaría años después, en los que el caos inicial se había cambiado por secuelas que se contaban con deformidades y enfermedades.
El material superaba con creces lo esperado y esa montaña de páginas destinadas a publicarse en cuatro tandas pasaron a sólo una el 31 de agosto del 46. Hersey iba a acaparar todo el número. Una «locura» que el fundador de la revista, Harold Ross, pensó durante una semana. ¿Resultado? Que todavía hoy se hable. Antes, el mismo día de su publicación, los quince centavos que valía «The New Yorker» en el quisco se convirtieron en quince y veinte dólares en la reventa callejera. Radios norteamericanas y europeas leían «Hiroshima» de cabo a rabo, hasta que tras dos meses se publicó como libro. Setenta años después, el que muy probablemente sea el mejor reportaje de la Historia, el del «resplandor silencioso que cortó el cielo», ya supera el millón de ejemplares.
«HIROSHIMA»
John Hersey
Debate
184 Páginas / 19,90 Euros