El río de la vida
Se publica una nueva traducción del clásico de Mark Twain, con ilustraciones del gran artista Pablo Auladell, que ya antes se había encargado de “El Paraíso perdido” de Milton.
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Se publica una nueva traducción del clásico de Mark Twain, con ilustraciones del gran artista Pablo Auladell, que ya antes se había encargado de “El Paraíso perdido” de Milton.
Como pasa en casi todas las obras que cuentan con un protagonista adolescente, «Las aventuras de Tom Sawyer» ha sufrido la etiqueta de novela juvenil, pese al deseo explícito de su autor, en el prefacio a la primera edición del libro, en 1876, de que «no por eso lo desprecien hombres y mujeres adultos, pues parte de mi plan ha sido tratar de recordar agradablemente a éstos los que fueron ellos mismos en tiempos». Sea como fuere, con Samuel Laughorne Clemens, o, mejor dicho, con Mark Twain (1835-1910), seudónimo tomado de la expresión «¡dos brazas!», que servía para indicar a los barcos que el río por el que navegaban era lo bastante profundo, nace, como dijo Ernest Hemingway, la novela norteamericana moderna.
Y lo hace con las andanzas de una serie de chiquillos que, bordeando el río Mississippi –ahora con la traducción de Mariano Peyrou y las ilustraciones de Pablo Auladell para la editorial Sexto Piso–, desoyen las normas de los mayores para vivir aventuras de todo tipo: inocentes y arriesgadas, divertidas y dramáticas y, según la confesión del propio Twain, verdaderas, pues serían sus propios recuerdos la base para la escritura de la obra. Su fascinación por el río –en realidad el verdadero protagonista de toda su literatura, el testigo inmóvil y a la vez cambiante de la vida ciudadana y campesina– con sus elegantes barcos –el autor fue piloto de un vapor antes de incorporarse como soldado confederado a la guerra de Secesión–, Tom, el hijo del borracho del pueblo de Hannibal donde vivía Twain de pequeño, la observación de la miseria y el miedo de los negros...
En fin, su memoria, su permanente sensibilidad infantil, unida a un estilo poético y a la vez sencillo y una sutil visión crítica de la sociedad de su tiempo, haría de Twain un autor inmensamente popular desde que debutara con el libro de cuentos «La famosa rana saltarina de condado de Calaveras» (1867).
Con el paso de los años, sin embargo, su celebrado sentido del humor se convertiría en sarcasmo a medida que los Estados Unidos, con su idealizada ideología democrática, y a causa de la ampliación de su territorio a modo de imperio expansionista y a su afición por las armas, el genocidio aborigen y la esclavitud, se volviera un lugar inhóspito y decepcionante. Pero en ese momento de la publicación en 1876, de «Las aventuras de Tom Sawyer», Twain vive en una mansión parecida a un barco de vapor –había llegado a ser piloto de barco en Mississippi durante varios años– en Hartford, Connecticut, con su rica mujer y sus dos primeras hijas. La vida parece sonreírle; ya no es tomado como un simple humorista que ridiculizaba el salvaje Oeste y que publicaba divertidos cuentos en la prensa de San Francisco y Nueva York.
En ese momento, pues, es un artista mayor, el que materializa la renovación de la narrativa norteamericana tras la etapa dorada protagonizada por Washington Irving, Nathaniel Hawthorne, Edgar Allan Poe y Herman Melville. «Tom Sawyer» se difunde por entregas a través de la influyente revista «Atlantic Monthly», los sioux de Toro Sentado eliminan la caballería del general Custer, los republicanos obtienen el apoyo de los intelectuales en plena campaña electoral. Twain, por su parte, ejerce de figura central del ambiente literario del Este americano –se relaciona con un joven que hace sus pinitos en las letras, Henry James– y de inmediato se pondrá a escribir el relato que complementa al travieso Tom, «Las aventuras de Huckleberry Finn» (1884), también de inminente aparición en Sexto Piso.
Mark Twain
«Las aventuras de Tom Sawyer»
Editorial Sexto Piso