El sinsabor de la vida
Tres años después de su último libro de cuentos, el espléndido «La ciudad desplazada», vuelve un José María Conget de prosa más lacónica y delgada con textos de variada enjundia: pequeños homenajes a personas desaparecidas y personajes («Dos habitaciones», «La venganza del Capitán Trueno») y alguna crónica autobiográfica («Mi vida en los cines»), de interés relativo, y varios relatos magistrales. Es el caso del primero de ellos, «Suaves laderas»: un padre y su hijo van hacia un parque londinense, escenario que enmarca una situación donde «se mezclaban la congoja, la ira y los lentos ultrajes del tiempo» y que conecta con la cotidianidad de una solitaria estudiosa de la literatura y de un colega pedante. Ni en este sobresaliente cuento ni en los notables «No calls, no letters, no messages», sobre un viejo profesor hipócrita, «¿Lo mío tiene remedio, doctor?», acerca de un mentiroso compulsivo, y «La mujer que vigila los Vermeer», que narra el enamoramiento de un hombre de la mujer de un amigo, encontraremos al Conget humorístico de anteriores libros. O es un humor camuflado, inherente a historias cercanas que conmueven tanto como entretienen, tragicómicas, y que van directas a las emociones del lector por urdir vidas urbanas de individuos que arrastran sinsabores en los que todos pueden reconocerse.