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El último paseo de Robert Walser

En el 60º aniversario de su fallecimiento, que se cumple el día 25, la editorial Siruela publica «El paseo», una de las obras más emblemáticas del escritor, que pasó más de 20 años encerrado en un sanatorio por sus problemas psíquicos
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En el 60º aniversario de su fallecimiento, que se cumple el día 25, la editorial Siruela publica «El paseo», una de las obras más emblemáticas del escritor, que pasó más de 20 años encerrado en un sanatorio por sus problemas psíquicos
¿Cuánto dinero necesita una persona para vivir como un escritor libre y sin ataduras? Hay que tener cuidado con la respuesta porque un autor de la talla de Robert Walser estimó como suficiente una cantidad mínima, casi ridícula incluso para su época: 1.800 francos. «¡Cuántas veces he tenido que pasarme con menos en mi juventud! –bramaba. Se puede vivir muy decentemente sin bienes materiales». En nuestras sociedades, inmersas en el consumismo, una afirmación de este tipo, en la que se aboga por una existencia humilde, apartada de los oropeles y las ostentaciones de riqueza sin que eso suponga una renuncia o una merma a lo más noble y alto del alma humana, es una verdadera irreverencia, una extravagancia, un ataque, si se apura, a las raíces del neoliberalismo y las falsas idolatrías que nos acompañan diariamente. Pero él, incluso internado en el sanatorio mental de Herisau, parecía más cuerdo que la mayoría de sus coetáneos y afirmaba que «no podría comprometerse ni con un periódico ni con un editor. No quiero hacer promesas que no pueda cumplir. Todo tiene que salir con naturalidad. Si volviera a tener treinta años, no volvería a escribir sin objeto, como un muchacho romántico, solitario y despreocupado. No se puede negar la sociedad. Hay que vivir en ella, luchar por ella o contra ella».
- En la orilla
Robert Walser, un hombre que tuvo mil oficios, que durante una parte de su vida encontró una relativa felicidad como mayordomo en Silesia, o sea, sirviendo a otra persona, terminó apreciando las cosas sencillas que traen los días y rehuyendo de la fama y la gloria, del aplauso del público general y del encumbramiento de los reconocimientos. Reto Sorg, uno de los grandes especialistas de su obra, y Enrique Vila-Matas, que siempre ha sentido predilección por este autor y, como se ha denominado, su literatura de orilla, del margen, que no marginal, presentaron ayer la publicación de uno de los libros más representativos de Walser, «El paseo» (Siruela), que se publica coincidiendo con el 60º aniversario de su fallecimiento. «Es un precedente de Kafka –apuntó el autor de “Historia abreviada de la literatura portátil”–. Él es mi héroe moral». Walser, un hombre que renunció a la literatura, y que salía a pasear diariamente, sin abrigo, pero con varias capas de ropa interior para protegerse de las inclemencias meteorológicas, poseía un elegante sentido del humor a la hora de responder a las preguntas que él mismo se hacía. «¿Sabe por qué nunca llegué a la cumbre como escritor? Se lo voy a decir: porque tenía muy poco instinto social. Acuté caso de espaldas a la sociedad. Hoy lo veo con toda claridad. Me entregué demasiado a mi personal placer. Sí, es cierto, tenía condiciones para convertirme en una especie de vagabundo, y apenas me resistía a ello», le comentaba a su amigo Carl Seeling, que publicó las conversaciones que mantuvo con él en «Paseos con Robert Walser» (Siruela). Este hombre, que en su aniversario se reclama como autor de lectores sencillos, y no como un escritor de escritores, se apartó de la grandilocuencia del éxito, una decisión insólita y probablemente difícil de comprender por muchos hoy en día. «En tiempos de Twitter y de Facebook, Walser no odiaba, igual que Beckett, quien, según relata Cioran, jamás hablaba mal de nadie», contó Vila-Matas, quien subrayó que «Walser escribía sin motivo. Le interesaba la imposibilidad de la literatura y de escribir. No corregía al final y escribía con lápiz, y eso emergía de su convencimiento y su sólida fe en una ‘‘espontaneidad sincera’’, sin afectaciones ni imposturas». «Yo no he venido a escribir, sino a volverme loco», dijo en una ocasión.
Que Robert Walser viviera recluido no quiere decir que estuviera aislado del mundo. Reto Sorg comentó cuál fue la visión que el escritor mantuvo con el nazismo: «Lo típico, lo que se espera de un carácter como él, es que no hiciera ningún comentario, pero en una ocasión le comentó a Carl Seeing que ellos habían convertido en ruinas el mundo que él amaba». De hecho, Walser continuaba su confesión diciendo que «los periódicos para los que escribía han desaparecido; sus redactores fueron perseguidos o han muerto. Me he convertido casi en una estatua».
- Una herida abierta
Vila-Matas encuentra un rasgo seductor en la personalidad del escritor, su capacidad para formar frases sencillas en apariencia, pero cargadas de ironía, ingenuidad y absurdo. Un talento que utilizaba para desnudar el mundo que le rodeaba con mordacidad y sin ocultar sus terribles verdades. «Es un gigante que atraviesa la tela de la realidad inmediata. Tiene la insólita capacidad para percibir lo que va a suceder, como le pasaba a Kafka». Pero Walser arrastraba sus propias heridas, disimuladas quizá bajo la máscara oportuna de una relativa indiferencia. La indiferencia de los escritores y la crítica de su época –salvo puntuales comentarios que insistían en su talento– le dolieron mucho. Sobre todo al principio. «Supuso una frustración –admitió Reto Sorg–. Pero la recepción del éxito es un asunto ambivalente en su caso. Cuando tenía una gran acogida por parte de sus lectores, de repente, se atemorizaba. Al final, pasó 23 años en una clínica, no escribió más líneas ni una reflexión. Es verdad que terminó desencantado de que no le hubieran correspondido como él pensó en algún momento que se merecía».
Walser acabó apartándose de la sociedad, de lo que lo rodeaba, y él confiesa esa impresión a sus amigos: «Ahora mismo no echo de menos ni volver a Biel ni a Berna. Aquí, en la Suiza oriental se está muy bien. No pido más. En el sanatorio tengo la paz que necesito. Que los jóvenes hagan ruido ahora. Lo que me conviene es desaparecer, llamando la atención lo menos posible». Su renuncia resultó total. No sólo se apartó de la literatura. También cambió la pluma por el lápiz, para que la huella de su letra no perdurara tanto, se desvaneciera, y tomó la resolución –hoy en día, acostumbrados a eternos bestsellers de cientos de páginas, sería casi inconcebible para muchos– de ceñirse al espacio libre que quedara en las páginas de sus cuadernos, que iba completando poco a poco. Vila-Matas comentó ayer que, en el fondo, su escritura es un largo camino por acercarse al corazón de la literatura, una meta que nunca logró y que para Vila-Matas jamás se puede alcanzar.

Un 25 de diciembre, en la nieve

«Sin pasear estaría muerto». Esta frase de Robert Walser suena irónica. Sobre todo si se tiene en cuenta que falleció durante una de sus prolongadas caminatas. Su cadáver apareció en medio de la nieve. Lo encontraron unos chavales que regresaron a sus hogares después de estar jugando en la nieve. La Policía sacó una foto de su cuerpo. Para el escritor, pasear era sinónimo de estar vivo, de incluirse en el mundo, de admirarlo. Andaba deprisa –el día de su fallecimiento, un testigo comentaba que lo vio alejarse a un trote impensable en un hombre de su edad–, pero le gustaba demorarse con las pequeñas sorpresas que le reservaban los días –muy parecido a Joan Miró, que acudía al campo y a la playa para recoger lo que trajera la marea o dejara delante de él el descuido de los hombres–, como era una flor o un papel con la letra de un niño que estaba aprendiendo a escribir.